¿Existe la literatura infantil? Algunos autores opinan que la edad del lector no es un criterio para diferenciar la obra literaria, que sólo se debe calificar por su nivel de calidad: buena o mala literatura. Marisa Bortolussi la define como “la obra estética destinada a un público infantil“. Literatura infantil sería pues la adaptación del relato a la capacidad limitada del niño y, dentro de ese género, habrá también buenos y malos escritores, en contra de algunas posturas extremas que tienden a identificar la literatura infantil con la mediocridad.
Aun así resulta complicado regalar un libro a un niño, debido a la amplia variedad de oferta que existe. Teniendo en cuenta la política de mercado, se puede encontrar un libro para cada año que cumple. La creación de libros infantiles siempre se ha hecho en función de la edad de los lectores, que si antes se acotaba al periodo que va desde los 4 a los 12 años, ahora se ha ampliado a edades más tempranas. A partir de los 13 y hasta los 18 ya se considera literatura juvenil y por tanto la abordaremos en un próximo artículo.
El recorrido ha sido el mismo que el de la literatura para adultos, de ahí que la modernización haya aparecido también en este sector y se ofrezca en formato electrónico. Pero las novedades son inimaginables: libros que sirven para pintar y repintar sin necesidad de usar ningún lápiz, libros que hablan en varios idiomas, libros que se mueven como dibujos animados… Nos preguntamos si los podemos considerar realmente libros; lo decimos por la cantidad de esos otros estímulos que aportan, como el visual, el auditivo… Y si no los son ¿de qué estamos hablando?, ¿de otro tipo de juego o actividad en formato digital? Es una buena forma de engancharles, más divertida y con más efectos y actividades educativas; sin embargo algunos piensan que, de esa forma, la literatura saldrá perdiendo.
Hablamos de literatura infantil en el momento en que se define a sus receptores y, por tanto, se les considera como seres con entidad propia. Es entonces cuando podemos concretar su nacimiento unido a la pedagogía, a la moralidad y al folklore. Saturnino Calleja (1853-1915) fue uno de los escritores que ayudó a crear este tipo de literatura, pues editó los cuentos de hadas de los alemanes hermanos Grimm, del danés Hans Cristian Andersen y los clásicos infantiles del francés Charles Perrault… con una cuidada ilustración en un formato muy económico y muy manejable, lo que ayudó a su inmensa difusión.
También en el siglo XIX, el italiano Edmundo de Amicis (1846-1908) cultivó el género. Su obra más conocida es Corazón, publicada en 1886, que contiene varios cuentos, algunos de los cuales se han hecho muy famosos, como El pequeño vigía lombardo, El pequeño escribiente florentino y Marco, de los Apeninos a los Andes. Éste último se hizo muy popular en España hacia 1980 a través de una serie televisiva en forma de dibujos animados que marcó a toda una generación. Narra la odisea de Marco, un niño de trece años, que convence a su padre para que le permita viajar a Argentina, en busca de su madre, que dos años antes había tenido que emigrar para mejorar las condiciones económicas de su familia. El relato aporta una cruda visión de la emigración italiana que tuvo lugar durante el siglo XIX, teniendo que dejar el país para instalarse en el continente americano.
Posteriormente, en la década de los veinte, imperó en los libros la moral, la religión y el sexo del lector: había libros para niños y libros para niñas. Poco a poco fue cambiando y la renovación educativa trajo un nuevo enfoque en la literatura infantil. En 1945 la literatura europea adoptó los valores de libertad, solidaridad y autonomía del niño. Y España se uniría a este camino en los años 60/70. En este momento se permite publicar en lenguas no oficiales (vasco y catalán) y se accede a la producción exterior; esta situación dignifica el género y lo fortalece.
Existen en nuestro país infinidad de autores dedicados a esta rama. Alberto Martín Tapia (Salamanca, 1979) busca en sus lecturas “una buena historia, sorprendente, divertida y capaz de emocionar. En realidad le exijo lo mismo a un libro infantil que a uno para adultos. La única diferencia es que en el infantil, si las ilustraciones son buenas, las sensaciones se multiplican de forma exponencial.” Los niños saben lo que les gusta fuera de cualquier convencionalismo, y son sinceros. Les encanta releer y volver a escuchar las historias que les han cautivado. Incluso disfrutan más cuando ya saben lo que va a ocurrir, porque eso les permite participar de toda la narración.
La escritora madrileña Paloma Muiña (1970) afirma que siempre ha sentido amor por la literatura infantil. “Hay una edad en la que se supone que abandonas los libros infantiles y ya no vuelves a interesarte por ellos hasta mucho más adelante, cuando te toca leérselos a tus hijos. Yo no pasé por esa fase, y ni siquiera llegué a plantearme que esto fuera extraño. Lo primero que me gusta pensar cuando escribo un libro es que va a hacer lectores. Es decir, que cuando terminen de leerlo van a querer abrir otro libro y luego otro más”.
Otra autora más cercana, Mariasun Landa (Rentería, 1949), asegura que desde el punto de vista estilístico y literario la infancia es un tema de sumo interés, porque le obliga a contar las emociones y los sentimientos con pocos recursos lingüísticos, de un modo muy simple. “Estilísticamente, conseguir esa simplicidad es muy difícil, y la forma adquiere mucha importancia. Es todo un reto literario. La infancia se puede tratar desde dos ángulos: o bien mediante una literatura dirigida a los adultos, o bien a través de libros y cuentos dirigidos a los niños, que es lo que yo llevo haciendo años y años”. Además cree que a través de la literatura se puede tratar cualquier tema. Y pone como ejemplo un libro suyo Txan fantasma donde trató el problema del autismo a través de un pequeño fantasma. “Los niños sienten amor, sienten odio, cualquier cosa, pero el drama de la infancia es que no pueden hablar sobre sus sentimientos. Ése es el reto de la literatura infantil: tratar temas serios con una forma estilística elaborada”.
En el caso de Nuria Barrios (Madrid, 1962), busca que la literatura infantil le devuelva el asombro y la perplejidad de cuando era niña, busca el placer de entonces. “Historias sin moraleja ni moralina ni intenciones didácticas, que me lleven a contemplar las cosas desde puntos de vista inusuales, a cuestionar lo cotidiano. Libros que hablan de lo más complejo de la forma más inteligente, que es siempre la más sencilla. La literatura infantil y juvenil ha demostrado ser la más resistente dentro de la castigada industria del libro”.
Para terminar no podemos olvidarnos del italiano, Gianni Rodari (1920―1980), quien en la década de los 60 comenzó a recorrer las escuelas italianas donde, a través del contacto directo y la interacción con los niños mientras leía sus cuentos, tomaba notas para tratar de averiguar la técnica correcta a la hora de crear buenas historias. De estas anotaciones y de dicha experiencia nació Gramática de la fantasía: introducción al arte de inventar historias (1973), una obra que ha servido de modelo y herramienta de trabajo para muchos educadores y profesores.
Todos los escritores de literatura infantil son conscientes de a quién va dirigida su obra y, por eso, se exigen a sí mismos para llegar a la mente y al corazón de los niños. Y es que en todos ellos encontramos un firme compromiso pedagógico, no solo destinado a ellos, sino también a educadores y padres. Al final el futuro de la literatura infantil es una cosa de todos.
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