Nadie entiende que abandone mi brillante
carrera en la judicatura antimafia para convertirme en escritor. Escritor de
qué me espetó el fiscal Gianfranco, a lo que no supe responder con un alegato convincente
como siempre hacía encima de mi estrado. Menos mal, que mi auto destierro es
una isla paradisíaca del océano Índico donde nadie puede encontrarme. Aquí estoy
seguro de que podré ejercitar mis dotes literarias con total libertad que, para
qué nos vamos a engañar, están íntimamente conectadas a mi experiencia judicial
repleta de buenos y malos, policías y mafiosos, jueces y togas. De momento, la lluvia
es mi fiel compañera y no me deja quitarme los calcetines y andar descalzo por la
playa desierta que tengo delante de mí. Miro el océano en busca de un indicio, pero
sólo veo algo que se dirige hacia mí: es una tortuga. Me quito los calcetines y voy a
cogerla, pero cuando la toco, mientras salto por los aires sólo me da tiempo a
ver la cara del fiscal Gianfranco.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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