Abro la puerta de casa y me la quedo
mirando con estupefacción y horror: está llena de cajas y operarios, cuadros
descolgados y muebles desarmados. Sí, estamos de mudanza. De repente, veo al
perro correr tras el gato. Éste lleva unos papeles en su boca, y sólo espero
que no sean parte del Código Civil que mi padre deja tirado en cualquier parte.
Nadie lo diría entre tanto desorden, pero mi padre es juez y mi madre una de
las abogadas más prestigiosas de la ciudad. ¡Y ellos de verdad quieren que sea
abogado!
Salgo
al jardín en busca de un poco de paz, pero no doy crédito a lo que ven mis
ojos, el perro y el gato parece que han resuelto su particular contencioso y
comparten a lametazos un sorbete de limón. Me rindo, me siento en el césped y
me les quedo mirando con cara de payaso mientras pienso que nunca seré abogado.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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