En un mundo donde cada vez hay más
personas dispuestas a levantar fronteras entre Estados, ciudades o pueblos; o
donde, cada vez más, prolifera la reivindicación de una bandera —o la quema de
la misma— como acto teñido de un falso heroísmo, por mucho que les pese a sus
protagonistas, no hay nada mejor para contrarrestarlos, que darse un aire de
esa libertad auténtica y genuina que, en la sociedad en la que vivimos, ya sólo
está al alcance de las acciones individuales despojadas de todo escudo, emblema
o estandarte. Esa libertad individual fomentada a lo largo de toda una vida, es
el único arma en verdad eficiente que nos queda contra el poder establecido
que, por mucho que nos pese, ya ha dejado de ser un poder que defiende las
libertades y los valores esenciales de convivencia entre las personas, para
convertirse en una mera transacción de impuestos cada vez peor gestionados. En
este acoso con derribo al que nuestros políticos someten al sistema llamado
democracia, muy de vez en cuando, emerge una figura que, por sí sola, nos
devuelve algo de esperanza. Esto representa, en sí mismo, Sully;
un Sully que, bajo la batuta inteligente de Clint Eastwood
nos devuelve una parte de su mejor cine y una de las mejores actuaciones de Tom
Hanks, pues con su dirección y su interpretación, nos devuelven a ese
edén con el que ya habíamos perdido todo el contacto, y que en sí mismo,
representa el regreso a la esperanza de un héroe por accidente. Ese abnegado e
incomprendido sesgo de docentes, padres, hermanos mayores y guardianes de la
buena voluntad del mundo, pueden estar satisfechos, pues según parece, todavía
hay personas que son capaces de dar la vida por el prójimo y, de paso, alzarse como
paradigmas de aquellos valores que nos son tan meticulosamente inculcados desde
pequeños, pero que después, también al parecer se nos olvidan demasiado pronto.
Sin embargo, el valor de Sully no está en ese matiz ni en su
triunfo sobre un rácano sistema sustentado en los valores mercantiles y
monetarios. El verdadero valor de Sully está en su humildad, en
su integridad, en esa innata búsqueda de la verdad que en su interior se
transforma en pesadillas que no le dejan dormir ni descansar, porque: «¿y si después
de salvar a todos los 155 pasajeros y tripulantes no actué bien?», se pregunta
nuestro héroe. Esa duda sincera es la que por sí sola todavía es capaz de
conmover a las personas de buen corazón, pero ésta, es una voluntad que por sí
sola no derrumba las barreras de las compañías aéreas que, esta vez, el destino
ha querido que fuesen derrotas por sus propias armas y artimañas.
Sully es un relato del que ya conocemos su
final, pero eso es lo que menos importa, pues la estructura y el lenguaje
fílmico dispuesto por Clint Eastwood nos hace disfrutar de esa
múltiple capacidad tan necesaria en el cine, y que está compuesta por: el
asombro, el estupor y la intriga. Esta es una historia con final feliz, pero
nunca se nos debería olvidar que, a la victoria final, le preceden otras mucho
más amargas. Uno de los grandes aciertos de Eatswood al montar
esta película es la de dotarla de un magnífico juego de flashbacks que
nos permiten conocer tanto los datos biográficos familiares como aéreos de su
protagonista, pues con ello, nos sumerge en esa otra dimensión mucho más amplia
del perfil personal de un aviador —con cuarenta y dos años de experiencia— que
no sabe sin en el fondo ha actuado de un modo correcto, por mucho que todo haya
salido bien. Pero también, otra de las grandes decisiones del director, en esta
ocasión, ha sido la de contar con Tom Hanks como protagonista,
convirtiéndole, si no lo era ya, en el héroe americano del ciudadano corriente
norteamericano en el mundo del celuloide. Su mirada, su obsesión, su templanza
(magnífica la secuencia en la que comprueba que no queda nadie en el avión
antes de que salga él del aparato), por no hablar de ese ridículo bigote
canoso, hacen de Hanks el arquetipo imprescindible o el molde
perfecto para ponerle cuerpo y alma a una historia que rebusca en las entrañas
del ser humano, ésas que nada ni nadie debería cambiarnos a lo largo de
nuestras vidas. Sea como fuere, aún nos quedan destellos luminosos que muy de
vez en cuando nos envían señales en el oscuro universo en el que nos
desenvolvemos. Destellos que nos hacen regresar a la tierna esperanza, aunque
sea a través de un héroe por accidente.
Ángel Silvelo Gabriel.
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