«La cura para todo es siempre agua salada: el sudor, las
lágrimas, el mar». En esta frase atribuida a la protagonista de El bolso de Blixen, y que a modo de
corolario está impresa en la contraportada del nuevo librito de Nórdica
Libros, ya se nos revela la esencia de la escritora danesa y la última
intención que, tanto de Jesús Marchamalo como de Antonio
Santos, han tenido a la hora de retratar el espíritu de este alma
indómita que representa Karen Blixen —Isak Dinesen para el mundo de la literatura—. El agua salada del
sudor como recompensa al esfuerzo, el agua salada de las lágrimas como
expresión sanadora del dolor, y el agua salada del mar como metáfora de la
libertad, reúnen en sí mismas, y cada una de ellas de una forma determinante y
sintetizadora, la entidad de una mujer que nunca renunció a su estigma de mujer
entre hombres, de mujer luchadora o de mujer con un fuerte temperamento tanto
para la vida como para el amor. Y que, como no podía ser de otra manera, ha
sido identificada por Jesús Marchamalo junto a ese
gigantesco bolso —en comparación con su enjuta figura alimentada sólo a base de
ostras y champán—, que lució al lado de Marilyn
Monroe en su gira norteamericana.
El bolso de Blixen,
una vez más, es la demostración por parte de Marchamalo de un estilo narrativo en el que sobresalen el gran
manejo de la elipsis y de esa prosa a medio camino entre el periodismo y la
poesía con la que tan bien impregna a cada uno de sus libros, ya sean éstos de
una extensión resumida como éste, o más extensos como su reciente Los
reinos de papel. Da igual la extensión de sus trabajos, porque el alma literaria
y periodística de Jesús queda
impregnada en todos ellos, y que en el caso de El bolso de Blixen
publicado por Nórdica Libros,
sobresale con una maestría a la que podemos tildar sin miedo a equivocarnos de
excepcional, y sirva de ejemplo, la primera semblanza que Jesús hace de la Blixen,
pues es digna de enmarcar, ya que no se puede decir más en menos palabras;
palabras rítmicas, cuando no hirientes o reveladoras del alma y espíritu de una
danesa que se puso el mundo por montera. «La baronesa, sentada a su lado sobre
un descalzador, minúscula, los ojos negros, vivos, perfilados de khol y una sonrisa exánime»; una
definición que nos proporciona la misma información que si estuviéramos viendo un
cuadro de la persona. Asimismo, el acierto de Jesús Marchamalo no se
encuentra sólo en el estilo narrativo: pleno de una intensidad de adjetivos
deslumbrante, sino también, en saber seleccionar, tras una laborioso trabajo de
documentación, las escenas o imágenes que nos permitan construir, en apenas
unas páginas, el semblante más relevante de una vida, intrépida en el caso de Karen
Blixen, y a la que el
narrador dota de una nebulosa mística, en la que destaca la imaginería de:
bolsos, rifles, casas, avionetas, animales, costumbres…, y rosas por la que nos
conduce Marchamalo —en un ejercicio
de puro fetichismo literario—. En este sentido, no le caben a este libro más
objetos de culto a la hora de retratar a un personaje que, además, tan bien caracterizado
está a través de las anécdotas trufadas a lo largo de todo el texto, y que
hacen las veces de pequeños caprichos con los que deleitarnos dentro de un
texto ya de por sí muy rico en matices.
Y a todo ello, como siempre, hay que adicionar, el valor
añadido de las ilustraciones de un Antonio Santos siempre sarcástico,
irónico y de trato bonachón en las presentaciones, y que al igual que sus
dibujos, es capaz de maximizar nuestra atención con unos breves apuntes.
Apuntes que, trasladados al negro sobre blanco de sus ilustraciones, nos dan
una perfecta medida de aquello que ya imaginamos con las palabras de Jesús (aunque Antonio casi siempre se adelante con sus ilustraciones al texto de Jesús), lo que nos habla de esa perfecta
simbiosis que existe entre ambos a la hora de trasladar, la vida y su esencia,
de un escritor, escritora en este caso. Elefantes y jirafas están muy presentes
en las ilustraciones que Santos ha
hecho para este libro, pero también adivinamos una Estatua de la Libertad o
unos retratos en primer plano de la Blixen,
y que la deshojan de cualquier espectro de falsedad, igual que la imagen final
que nos regala Jesús acerca de la
baronesa, como si su vida hubiese quedada grabada en el tallo espinoso de una
rosa.
Ángel Silvelo Gabriel.
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