Gaito Gazdánov en
El espectro de Aleksandr Wolf nos invita a reflexionar sobre el poder
que el destino ejerce sobre nuestras vidas, y lo hace a través de un juego de
espejos en los que se reflejan —entre otros— el amargo existencialismo dominado
por la inhospitalidad del alma propia, el amor, la literatura, el periodismo...
y París. Un incidente del pasado relacionado con la muerte —la propia y la
ajena— le sirve al escritor ruso para armar una trama a medio camino entre lo
filosófico y lo misterioso con matices de novela negra. Un incidente donde el
protagonista se enfrenta a la soledad de la muerte y a su destino. Un incidente
que ya no le abandonará jamás porque enseguida es consciente de que forma parte
de las trampas del destino que se sumergen en cada una de nuestras vidas. Ese
esperanzador inicio, sin embargo, se diluye en las sombras de un París casi
siempre nocturno al que nos traslada el narrador para mostrarnos sus dotes como
periodista todo terreno, pues tanto aborda la escritura de los obituarios como
la narración de las crónicas deportivas, hasta que al final se dedica a los
artículos de ámbito cultural. Ese recorrido al que nos invita Gazdánov
está salpicado de ese malestar existencial que le lleva de una u otra forma a
recabar siempre en la soledad y en la muerte, y en su incapacidad para ser
feliz; una virtud a la que sólo llega, si acaso, por el reflejo de un rayo de
luz pero, que como éste, dura un efímero instante. La aparición en la novela de
la misteriosa mujer rusa Yelena Nikoláievna se convierte en una especie
de esa expiación interior de la culpa a través del amor, una dualidad que el
autor nunca llega alumbrar, ni tan siquiera por el camino de las confesiones
íntimas. Siendo esa, quizá, una de las fallas de esta novela, que siempre se
queda en un grado de incertidumbre que más allá de los interrogantes, deja
insatisfecho al lector, incluso en su final sorprendente, más propio de un
relato corto que de una novela y, que es precedido, de una narración con tintes
de novela negra con la que se intenta dar razón de ser al desenlace.
El espectro de Aleksandr
Wolf es una novela de recuerdos escrita entre 1947 y 1948, y que nos
muestra en toda su amplitud esa capacidad de narrar de los escritores rusos,
donde se antepone la economía verbal que se enfrenta a la gran magnitud de los
escenarios que nos muestran —tanto interior como exteriormente— y que juegan
con la imaginación del lector, que se acopla muy bien a lo que se le narra. Si Irène
Némirovsky era una escritora rusa exiliada en París que nos narraba las
llamas del alma de una forma impetuosa y profusa mediante las descripciones
interiores de sus personajes, Gazdánov se nos revela como su
reflejo exterior, pues dota a sus personajes de ese mismo empuje, pero en esta
ocasión, sustentado por las calles y ambientes nocturnos de un París que se
comporta como una sombra del protagonista y que, además, le sirve para
describirnos el desarraigo de los seres que la pueblan y el estigma que ellos
ejercen sobre él, no en vano, Gaito Gazdánov fue taxista nocturno
en París entre 1928 y 1952.
Gaito Gazdánov
pertenece, junto a Vladimir Nabókov entre otros, a la denominada
como “Generación Desapercibida”, y esta novela de estepas y bares nocturnos
parisinos de Montmartre es un buen ejemplo de ello, pues la gran estepa rusa da
paso a esa inevitabilidad del destino que nos arrastra en nuestro día a día
lejos del lugar que nos vio nacer; un azar que, en ocasiones, nos convierte en
una especie de espectro que sólo se desvanece cuando somos capaces de vencer a
las trampas del destino.
Ángel
Silvelo Gabriel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario