Libertad,
desesperanza, duda, contradicción, nihilismo desbordante que desemboca en un
pensamiento filosófico distinto al heterodoxo, por tratarse de una filosofía
poética que aborda la naturaleza del más allá que transita sobre caminos sin
esperanza, son solo algunas de las acepciones que nos evocan estos relatos
pessoanos que van desde la multiplicidad filosófica a la paradoja sin dejar a
un lado la moraleja. Dios de los poetas, como le denomina Rafael
Narbona en El Cultural, en un extenso y magnífico artículo que
nos ayuda a explorar la multiplicidad de sin límites de un Pessoa desatado
y multifacético, pues estamos ante un libro nada fácil, como mucho otros del
autor portugués. En este caso, de la mano de la editorial Acantilado, y
traducción de Roser Vilagrassa, asistimos a la esencia de la
confusión de un Pessoa monoteísta y panteísta a la vez. A la voz
de un Pessoa que, en los tres primeros relatos de este volumen, a
través de las figuras de un mendigo, un eremita y un borracho, nos va
desgranando las inquietudes e hipótesis metafísicas que asaltaron al poeta
portugués en un período determinado de su vida. En todos ellos, Pessoa
se nos muestra como un Dios creador; un Dios que da vida, no solo a ideas, sino
también a universos y mundos que nada más existen dentro de sí mismo. Y lo
hace, mediante una maravillosa polifonía de argumentos, conceptos y voces que
superan su habitual heteronimia. Y así, en el relato titulado, La perversión
de la lontananza, tenemos delante al Pessoa de la fina
paradoja, a aquel que se debate y diserta acerca de lo que es real y lo que
solo es fruto de su imaginación. El mundo y su reflejo es un espejo, nos dice:
«Y así como he mezclado sueño y realidad, todas mis sensaciones se han mezclado
y se han confundido en mí; es como si todas hubieran perdido su camino en mi
interior, como si se hubiesen alejado de la idea de aquello que debías ser.
Así, mis alegrías son temores, y mis desalientos, furias». O, en El
peregrino, nos habla del camino como metáfora de la vida, donde el hombre
de negro que se cruza en la mirada del protagonista, no es sino una
transfiguración de él mismo. Esa zozobra que le produce su mera existencia y
las palabras que el dirige le obligan a iniciar un viaje que va desde lo
terrenal a lo inmaterial: «No mires el Camino: síguelo hasta el final». Un
determinismo, que lleva a Pessoa a describirnos las renuncias que hay
que asumir hasta llegar a la espiritualidad. Una espiritualidad, deseada e
intrascendente, pues se nos muestra suspendida de la cuerda de la indefinición.
Fernando Pessoa, El mendigo
y otros cuentos nos acerca, en su parte final, una serie de relatos más
cortos, en cuanto a su extensión; unos relatos menos espirituales si se quiere,
pero en los que resalta, la capacidad de autor portugués para mostrarnos
diferentes moralejas en un espacio muy medido; un espacio que solo busca la
necesidad de dejar marcado aquello que él quiere mostrarnos. Más cercanos a la
naturaleza del relato corto, Maridos, El gramófono o El papagayo, buscan
crear esa incertidumbre en el lector que le lleve a replantearse el argumento y
el desenlace de estas pequeñas historias, en las que Pessoa muestra
con mano firme su genio de autor polifacético e inclasificable; una
multiplicidad que nos sirve, una vez más, para llegar a esa naturaleza del más
allá que transita sobre caminos sin esperanza, de la mano de uno de los autores
más importantes del siglo XX.
Ángel
Silvelo Gabriel.
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