Exorcizar el mal. O el demonio
que nos habita. Purificar el alma a través de la meditación o con la interiorización
de uno mismo que se tropieza con nuestra esencia, o la esencia de la vida.
Pulsar ese botón oculto y que sin saber por qué salta cuando algo nos llega a
ese lugar inhóspito y siempre escondido que llamamos alma. Explorar nuestros límites
para enfrentarnos de alguna forma al paso del tiempo que va desde nuestro
nacimiento a nuestra muerte. Límites de realidad sensorial apartados de ese
mundanal ruido que nos atrapa y nos fagocita sin remedio. Ese es el registro y gran
secreto de esta exposición —y de su carrera artística— de Bill Viola titulada Espejos
de lo invisible, donde una vez más nos enfrentamos a sus composiciones
de videoarte. Unas propuestas que van desde sus inicios a creaciones recientes,
y que nos vuelven a mostrar ese camino de muerte y resurrección del ser humano
mediante espacios inhóspitos o inaccesibles. Posturas imposibles y expresiones
que en nuestro día a día nos pasan desapercibidas, y que todas ellas, dan pie a
esa necesidad de limpiar y purificar el alma con un sistema de espiritualidad
en ocasiones muy cercano a lo religioso —pues no nos puede pasar desapercibida
esa iconografía tan potente de crucificados y resucitados que tan bien
interpreta el artista norteamericano a la hora de hacernos llegar a lo más
íntimo y profundo sus propuestas— que nos acerca al mito de la purificación que,
por ejemplo, se ve muy bien en la composición Tres mujeres, donde el agua no es solo un elemento purificador sino
que también representa el espejo en el que reflejarse e intentar conocerse a
uno mismo. Espacio de lágrimas y sensaciones, e hilo transmisor del sentimiento
humano de pureza. Pureza de ida y vuelta. Esa exaltación de los límites del ser
humano que practica Viola nos sumergen en un lenguaje universal, pues las imágenes
lo son. Imágenes sin texto. Imágenes rendidas al poder de la intimidad más
absoluta que, en la Fundación Telefónica, se transcriben en espacios oscuros:
amplios en unas ocasiones y en forma de pasillos en otras, desde los que
podemos percibir con tiempo y calma los múltiples gestos y las sensaciones que éstos
provocan en unos actores ralentizados hasta la extenuación con un slow film a prueba del paso del tiempo y
de las múltiples manifestaciones de los sentimientos que se nos muestran. Sentimientos
que, de otra forma, no percibiríamos, y que Bill Viola sabe muy bien
que es donde se encuentra la esencia de su arte. Un arte que nos enseña las
ventanas del alma.
La Fundación Telefónica ha estructurado
esta muestra dando un claro protagonismo a los espacios que se contrarrestan
muy bien con las proyecciones que vemos y, de paso, nos permiten contemplarlas
desde el anonimato y el recogimiento que todas ellas requieren. Los diferentes
tamaños de los vídeos y sus distintas profundidades o luminosidad juegan el
papel de acercarnos en todos ellos a la esencia del mensaje y también a romper
con la monotonía de la exposición, pues nos permiten acercarnos y alejarnos a
las imágenes de una forma libre y sencilla. Bill Viola, de esa forma,
juega con sus actores y sus contrarios en forma de agua, tierra, viento y fuego.
Y también con la capacidad del espectador a la hora de percibir de una forma
clara y directa aquello que se nos transmite. Bill Viola ve aquello que
nadie ve. Es el mago que nos acerca lo que creemos que no existe para
ofrecernos la oportunidad de verlo, y sobre todo, sentirlo, porque su arte es
un arte de la exaltación de los límites del ser humano a través de los sentimientos.
No en vano, sus creaciones se asemejan mucho a las ventanas del alma.
Ángel Silvelo Gabriel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario