jueves, 5 de febrero de 2009

REVOLUTIONARY ROAD


Ayer estuve viendo con mi chica esta nueva película de Sam Mendes. La historia de este matrimonio joven, encarnado por una extraordinaria Kate Winslet y un buen Leonaro di Caprio, nos viene a mostrar una vez más, el peligro que supone no llegar a materializar nuestros sueños. Claro está, que si además está ambientado en la próspera sociedad norteamericana, como paradigma del progreso desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial, parece que tiene más calado. Porque de qué se pueden quejar dos jóvenes atractivos y prósperos que viven en una gran casa, tienen dos hermosos hijos, etc, etc, etc.

A veces, el aliño externo no es suficiente para cocinar debidamente la comida que es nuestra vida. Y en este caso, una simple foto de París es la culpable de la ensoñación de una vida no mejor, pero sí diferente en la mente de la protagonista. Bajo mi punto de vista, el germen de tal sueño es un tanto frágil (desconozco si es el mismo que emplea Richard Yates en la novela en la que se basa la película) porque sin duda hay otro camino, aunque quizá más empinado de recorrer para conseguir un sueño, que es el de la propia introspección y el desarrollo de la persona hacia aquel lugar hacia donde nos queremos dirigir. Quizá, una de las moralejas del film sea la de que no hay nada más peligroso que la apariencia de una vida feliz, tranquila y dichosa de cara a los demás, y que aquellos que nos rodean nos consideren seres especiales tocados por la fortuna.

El inicio y posterior desarrollo de la película, me recordó mucho a los cuentos de John Cheever, gran narrador de la América de la postguerra y de la clase media que mantiene las grandes expectativas de un país como EE.UU. El final de aquella historia feliz ya sabemos como acabó: el desencanto de finales de los cincuenta, la época hippie, los divorcios de aquellos matrimonios y la desestructuración en la que actualmente está inmersa la familia americana.

La interpretación, la puesta en escena y el movimiento de los actores ante la cámara, en muchas ocasiones me recordaron a una obra de teatro, y sin mucho esfuerzo puede evocar a otra mítica pareja: Elizabeth Taylor y Richard Burton en ¿Quién teme a Virginia Wolf? o rememorar cualquiera de las obras maestras del desencanto del dramaturgo Arthur Miller.

Particularmente me gustó más la atuación de Kate Winslet, que según he leído en una de las entrevistas concedidas con motivo del estreno de la película, hubo un día que tuvo que abandonar el rodaje, y también se refirió a su mal estado de ánimo en algunas de las fases del rodaje, lo que una vez visto el resultado final, no es de extrañar porque sencillamente lo borda y me parece una firme candidata al Óscar. Leonardo di Caprio también es creíble, pero quizá, menos contundente, lo que no quiere decir que no se enfade o grite.
Por último, mi sorpresa ante las puritanas escenas de sexo, ya que ambos protagonistas las consideraron como difíciles por la proximidad de Sam Mendes, a la sazón director de la película y marido de Kate Winslet.

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