domingo, 5 de diciembre de 2010

CHLOE: SOBREVIVIR A LA TRANSPARENTE INVISIBILIDAD DEL AMOR


Por encima de la pretendida carga sexual de la película, Julianne Moore se encuentra perdida en la transparecia de su existencia para aquellos a los que ella verdaderamente quiere, véase su marido (Liam Nesson) y su hijo (Max Thierot). Dentro de la gélida cápsula de una Toronto nívea y nevada, su vida transcurre monótona y ordenada sin que nada aparentemente le haga sospechar de los peligros que su propia mente encierra. De ahí, que la ausencia de su marido en la fiesta sorpresa de cumpleaños que ella con tanto esfuerzo le había preparado, se convierta en el punto inicial de su inflexión existencial y en el del guión de esta película, sin duda, fallida.

Eran Cressida Wilson, a la sazón su guionista, adapta el guión de la película francesa Natalie X para ponérselo al servicio de Atom Egoyan. Una colaboración, que al inicio del film cuenta con las típicas claves que todo relato literario debe contener, y donde las pistas que el escritor (o en este caso el director) nos va mostrando, juegan un papel importante. Hasta ahí Chloe funciona a la perfección, pero se pierde en el instante que llega al punto donde la historia tiene que tomar fuerza por sí misma, y además, desplazarnos sin darnos cuenta hacia un final que nos demuestre que ha merecido la pena estar una hora y media sentados viendo la trama que se nos propone, y es ahí, donde Chloe cae, porque la historia en sí no parece ser tan importante y necesaria, a lo que se une un final que te deja frío, preguntándote el por qué del resto del metraje.

Chloe podría ser considerada sin ambages una película de mujeres, porque ya en su título se refleja esa preponderancia, donde una jovencísima Amanda Seyfried es el sustento de la película junto a la polivalente Julianne Moore, dejando un tanto de lado al tercero en discordia, un Liam Nesson que ejerce de excusa para la tensión sexual que finalmente se establece entre las dos mujeres. En este sentido, Seyfried sale indemne ante la abundancia de primeros planos a los que Egoyan la somete y en los que sobresalen la profundidad de sus ojos, en contraposición con la opacidad de los de Julianne Moore que igualmente sobresale en esos planos cercanos, y que la convierten en la espina dorsal de la película.

Atom Egoyan se ha ido en esta ocasión a una fría Toronto para rodar la contraposición de los efluvios amatorios de sus protagonsitas, y ha elegido para ello, un envoltorio profundamente estético, no sólo en los decorados interiores de las casas donde ha filmado, sino en los exteriores siempre nevados y en las plásticas imágenes iluminadas de colores blancos y rojizos de la noche. En esta ocasión, Egoyan nos intenta llevar a ese punto de intriga y misterio de su exitosa Exótica, con la que Chloe comparte algunos puntos en común, pero no logra trascender a ese enigmático influjo de la atracción entre dos mujeres que él muy brillantemente sitúa no sólo en el cuerpo de la protagonista, sino también como Chloe nos anuncia al principio, en el poder de las palabras, algo que se disuelve con el transcurso de las imágenes increíblemente plásticas del film, pero que por sí mismas, no logran traspasar la barrera de la epidermis de los sentimientos.

Lo mejor de la película es sin duda su magnífica banda sonora, compuesta por Mychael Danna, cuyo enigmático poder nos transporta al intrincado mundo de los sentimientos ocultos, porque Chloe, en el fondo, es la necesidad de sobrevivir a la transparente invisibilidad del amor.

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