¿Qué queda tras la muerte de Giselle? Apenas un foco que ilumina el silencio, la desdicha o la ausencia del cuerpo físico. Esa ausencia conforma una nueva forma de visualizar y sentir el amor, la pureza o la belleza. Amor hecho holograma plano a través de una pantalla de ordenador. Pureza anodina y perdida en juegos triviales. Belleza que huye tras las montañas del último vestigio del Romanticismo. Un vestigio donde más allá de la espesura del bosque se esconde un infinito que ya no es buscado tras la montaña sino a través de la huella de un cable que acaba conectado a una red. Amor hipnótico y estresado en un sincopado y a la vez estruendoso juego de ritmos electrónicos. Rápidos a veces, sinuosos otras, majestuoso siempre. Signo de unos tiempos donde la vida se mide en ocupaciones y falta de sueño. En deseos inconclusos y metas sin atisbar. En desorden y caos. Caos infinito el que transmuta la realidad para convertirse en pose. Caos que fusiona el hoy con el futuro y desprecia el ayer. Ya no hay cuerpos que resistan el amor físico del empuje irracional sobre el otro, parecen decirnos Kor’sia en esta libre y acertada versión del clásico Giselle.
En este ballet de danza contemporánea asistimos a ese amor hecho holograma con unas potentes y bellas imágenes de cuerpos que se juntan y separan, se contorsionan y complementan, se derrumban y yerguen con la plenitud de esa sabia nueva que va en busca de una libertad acodada tras la última montaña que nos separa de la verdad. Imágenes que revolucionan el sentido estético de la danza y se interponen a lo clásico y lo manido, para crear algo nuevo y único. Mattia Russo y Antonio de Rosa nos proponen una alternativa arriesgada e inmensamente bella a lo ya visto y concebido. Una alternativa basada en la relación de los bailarines con el suelo y los objetos. Con la luz. Con el ritmo de la cultura clásica y la psicodelia electrónica que apela al desorden por un lado y a la uniformidad y la disciplina por otro. Todo ello en un juego de interpelaciones, cruces y cambios magistralmente ejecutados por los jovencísimos intérpretes de este ballet que rompe barreras y conceptos. Este ballet que lucha fuerte por atravesar las fronteras del lenguaje del cuerpo y su entorno mediante composiciones nuevas y únicas.
Giselle, de la mano de Kor’sia, explota como un relámpago que se deposita sobre un escenario en continuo movimiento; un relámpago al que se le une la palabra muchas veces omnipresente de la dramaturgia de Gaia Clotilde Chernetich lo que convierte a la obra en hipnótica y épica. Un espectáculo total del que se desprende ese amor del Romanticismo por la belleza, lo que nos hace observar lo que ocurre en el escenario a modo de El caminante sobre el mar de nubes que en 1818 creó el pintor romántico alemán Caspar David Friederich. Y hacerlo desde una atalaya convertida en juez y testigo de la vida. Una vida nueva sin anclajes, a la deriva. Una vida que va en busca de la eterna felicidad. Felicidad plana. Hecha holograma. Felicidad que se enciende apretando un botón y se transmite mediante el continuo parpadeo de una pantalla a modo de señal y camino alejado de lo desconocido. Felicidad nueva que va a la conquista de un nuevo universo imaginado y creado por Kor’sia en forma de viaje a unas latitudes en las que dar forma al amor hecho holograma.
Intérpretes: Mattia Russo, Antonio de Rosa, Agnès López-Río, Giulia Russo, Astrid Bramming, Alejandro Moya, Christian Pace, Angela Demattè, Claudia Bosch, Gonzalo Álvarez y Jerónimo Ruiz.
Ángel Silvelo Gabriel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario