Ya nada volverá a ser como antes. La
juventud ya no se tornará ante nosotros como ese último rayo de sol que se
despide tras el perfil de la montaña cada tarde ni los héroes de nuestra
adolescencia podrán lograr que recuperemos el brillo que desprendían nuestros
ojos a cada nuevo reto, aunque éste fuera tan sencillo como darle la mano a la
chica que nos gustaba. Hay mucho de esa necesidad de recuperar las sensaciones
del pasado en Musa, una elegía —como confiesa su autor— de un mundo que ya
nunca más regresará. Esta novela es un largo poema lírico a la muerte de una
industria editorial que ya no existe, como tampoco existe esa necesidad de leer
y abordar un libro con la inocente idea de que por sí solo te va a cambiar la
forma de ver el mundo o de vivir el resto de tu vida. Novela en clave (roman à clef) o de juegos mentales (jeux d’esprit) son sólo dos definiciones
que los críticos y el propio autor han manejado para definir este debut
literario del veterano editor Jonathan Galassi. Un debut literario
que, si bien comienza con una rotunda frase: «Ésta es una historia de amor. Es
sobre los buenos viejos tiempos, cuando los hombres eran hombres y las mujeres
eran mujeres y los libros eran libros,…», en sus capítulos iniciales se pierde
en una profusa descripción —muy al estilo de la gran novela americana— del
ambiente y los personajes que después formarán parte de este historia; una
historia en la que las cicatrices del mundo editorial están vistas desde la
nostálgica mirada de un editor profesional. Esa minuciosidad descriptiva, sin
duda, hace perder ritmo y frescura a la narración, sobre todo, si no eres capaz
de visualizar la cantidad de nombres que salen a escena. No obstante, lo mejor
de la novela comienza en el capítulo dedicado a la Feria del Libro de Frankfurt
donde, con una sagacidad capaz de cortar de un único y certero corte el alma
más pétrea, el autor nos derrumba cualquier imagen estereotipada que tengamos
acerca del mundo editorial. Galassi, gran conocedor de ese
ambiente, nos retrata con excelsas dotes de genialidad ese ambiente viciado de
grandes, cenas, no menos importantes borracheras y tan millonarios como
insulsos contratos publicitarios, de los que dos meses después sus protagonistas
ni se acordarán. En este capítulo, sin duda, a todos aquellos que se dedican a
escribir le supuraran las heridas, tanto aquellas que le salen cuando se
encierra en sí mismo para dar vida y forma a un libro como cuando sean
conscientes de esa falta de interés por el hecho literario en sí mismo que, en
principio, no debería ser más que el valor de la obra literaria por sí sola.
Esta ausencia de un mínimo de ética por parte de los grandes editores está muy
bien reflejada y de paso la igualan a la de otros grandes sectores de la
industria cultural o financiera.
Sin embargo, Musa arranca con
verdadera devoción hacia el hecho literario a partir del capítulo dedicado a
esa falsa diva de la literatura llamada Ida
Perkins. Una poetisa de fama mundial que el autor define como «una Meryl
Streep cándida, con un toque de vampiresa y una llameante cabellera roja». La
visita que el protagonista de la novela, Paul
Dukach —un claro álter ego de Galassi aunque éste lo niegue—, al palazzo
veneciano donde vive su musa, nos retrotrae a lo que en verdad es importante dentro
del mundo de la creación, porque, qué es crear sino la estela de una huida…,
una huida a ninguna parte, que Galassi en boca de Ida Perkins describe así: «¿Cuándo, me
pregunto, se dedican los escritores simplemente a vivir sus vidas aburridas?
¿No sabe que vivir no consiste en escribir, señor Dukach? Siempre había otras
muchas cosas. Los hijos de Arnold. Las compras. La colada… ¡y los médicos!
Escribir es algo que uno hace, que los dos hacíamos,
debería decir, para escapar, para huir.» Una sensación anti-star-system que se remarca mucho más adelante, cuando el
propio Paul se dice a sí mismo: «Había aprendido pronto en su trabajo que los
auténticos escritores no habían estudiado en Yale u Oxford; procedían de todas
partes —o de cualquier parte—, y la clave de su éxito era su determinación de
excavar, de triunfar, por mucho obstáculos que se les pusieran por delante.» En
este sentido, Jonathan Galassi lo tiene claro y en una entrevista proclama:
«el escritor es el héroe del editor, siempre». Una afirmación que cada vez está
más alejada de la realidad, porque no se nos debe olvidar que Musa
de Jonathan
Galassi son las cicatrices de un mundo editorial que ya no existe y,
que además, están vistas desde la nostálgica mirada de un editor profesional.
Ángel Silvelo Gabriel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario