—¿No crees que este asunto lo tendríamos que haber
liquidado de otra forma? —le preguntó a su compañero mientras éste limpiaba las gotas de
sangre del libro que estaba leyendo.
—Ya
lo sé, pero el mundo no siempre fue así, un lugar infectado de libros mal
escritos.
—¿Y
bien, entonces con cuáles nos quedamos?
—Yo
creo que deberíamos tirarlos todos, pero nos viene mejor preservar los de
novela negra, porque cuando lleguemos a la costa, necesitaremos un buen abogado
que entienda por qué nos deshicimos de ella.
—Sí,
pues por mucho que lo intentamos, nunca comprendió lo de Poe ni lo de los
hermanos Grimm.
—Cierto.
—Y
bien, qué haremos cuando el cadáver salga a flote, porque será muy difícil
convencerle al juez de que matamos a su mujer con la única excusa de que
queríamos que argumentara mejor su próxima novela.
—Antes,
déjame acabar de leer el último capítulo de la anterior —le dijo, mientras con
un revólver le metía dos balazos en la cabeza que de nuevo le llenaron el libro
de sangre.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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