Los días y las vidas de los personajes que componen esta doble recopilación de relatos, transcurren en calma y en un tono de aburrida apariencia. Sólo hace falta que un pequeño incidente enturbie ese falso bienestar, para que las radiografías de los deseos no declarados salgan a la luz en un magnífico claroscuro que delimita lo real de lo soñado. Esas vidas, son nuestras vidas, pero resumidas en apenas unas líneas, que como una daga certera que busca su diana, se nos clavan en ese justo lugar donde nos hacen más daño. Esa es una de las muchas y grandes habilidades de Gonzalo Calcedo a la hora de componer sus relatos. Esos pequeños apuntes de existencias perdidas en la geografía del devastador y rutinario transcurso de los días, es el leitmotiv de este gran cuentista que sigue la estela de los grandes narradores norteamericanos del género. Esas vidas anónimas, aunque sólo sea por un instante, recuperan el protagonismo a través de la escritura certera e hiriente de Calcedo, que como declaraba en una entrevista, trata de quitar toda la grasa posible a sus composiciones para dejar en ellas sólo músculo; una fibra que aguanta a la perfección esa tensión oculta que se establece en sus narraciones, pero que no por perceptible deja de existir. En este sentido, sus personajes sacan a la luz sus temores, sus desdichas, sus desgracias o sus anhelos, sin apenas sentir la necesidad de excavar en sus propios agujeros, y se comportan como pollos descabezados, que andan sin rumbo y se sienten extraños dentro de sí mismos. La cuestión en estos casos no es poseer una brújula que los guíe, sino poder dar rienda suelta a sus deseos no declarados, que por ocultos, permanecen en el más profundo de los olvidos.
Medana es un territorio de miedos y desdichas que se trascriben a los lindes de los setos o las vallas de las viviendas unifamiliares que habitan unos inquilinos anónimos que nos recuerdan a esos otros personajes de los cuentos de John Cheever, que pasan su vida entre el tren que les lleva a la ciudad a trabajar (un trayecto que en ocasiones se vuelve tan turbador que les cambia la vida) y las relaciones entre vecinos, en esas típicas ciudades norteamericanas donde no hay nada mejor que compartir un vaso de whisky o una copa de vino en los momentos previos a la cena o en las visitas inesperadas de tu vecino. Radiografías que en definitiva son fotografías fijas de instantes de vidas no soñadas; y ahí es donde Calcedo se muestra impasible ante sus personajes, del mismo modo, que ha encarado su propia carrera literaria. No podemos sino aplaudir y disfrutar de esa decisión suya de alejarse de la novela para centrarse en el universo de las narraciones cortas, (a pesar de su escasa relevancia en el mundo literario español), porque con ella, aquellos que amamos la literatura en general, disfrutamos de esas radiografías de los deseos no declarados que se esconden tras sus relatos, y si vienen acompañados de una buena edición, como en este caso es la de Tropo Editores, mucho mejor.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.