“
La gran novela americana” es una calificación que se aplica a toda obra literaria que pretende divulgar la cultura de los Estados Unidos en un momento determinado de su historia. Es
una apropiación indebida del término “americano”, una sinécdoque que pretende reducir lo americano a lo que procede tan sólo de Estados Unidos, como si Canadá, México y los países centro y sudamericanos perteneciesen a otro continente.
Las primeras creaciones aparecen en el siglo XVIII ―si bien en el XVII ya existía una literatura colonial―, cuando todavía no existían “Los Estados Unidos de América” y las trece colonias inician el camino a su separación de la Corona Británica. Es un periodo en el que aparece un relato épico capaz de crear los mitos que toda nación necesita para tomar conciencia de su identidad, que culmina con la formación de un nuevo estado, al acabar
la Guerra de Independencia (1775-1783), aunque no con la dimensión que tiene en la actualidad.
La locución “Great American Novel” la acuñó el escritor
John William De Forest (1826-1906) en un ensayo del mismo título publicado por el periódico
The Nation en 1868, tres años después de haber terminado la Guerra Civil, en el que recomendaba el fomento de una literatura que resaltara los valores distintivos del país, y sirviera para acelerar el largo proceso de reconstrucción que tuvo lugar a continuación. De Forest escribió unos pocos poemas, alrededor de cincuenta relatos cortos y una novela sobre la guerra civil estadounidense
La conversión de la señorita Ravenel. De la Secesión a la Lealtad (1867), pero hoy nadie se acordaría de él si no hubiera escrito ese artículo.
El concepto de “gran novela americana”, tal y como lo definió De Forest, es tan amplio que
cualquier novela escrita en inglés por un autor estadounidense, que describa la realidad social del país norteamericano, podría entrar dentro de esta etiqueta, independientemente del momento en que se haya escrito. Sin embargo, algunos críticos son más restrictivos y limitan el término a los cultivadores que cumplen una serie de requisitos.
Eduardo Lago señala tres, además de su calidad literaria: afán de totalidad, considerable extensión, capacidad de reflejar en toda su complejidad la realidad social y las costumbres de una encrucijada histórica concreta.
Pero para que esa literatura fuera realidad, había que hacer un trabajo previo. Y fue lo que hizo el lexicógrafo
Noah Webster (1758-1843), al establecer una normativa nueva para escribir, un estilo más estadounidense, una jerga propia y una ortografía no británica, además de promover la escolaridad en todo el país.
El primer escritor norteamericano conocido internacionalmente fue
Washington Irving (1783-1859). Tras viajar por varios países europeos, aterrizó en España en 1826 para estudiar los documentos relativos al descubrimiento de América. Más tarde fue nombrado secretario de la legación norteamericana, y finalmente ascendido a embajador de los Estados Unidos en Madrid (1842–1845), llegando a ser un hispanista de reconocido prestigio. En 1829 marchó a Granada y vivió tres meses en el palacio de Boabdil, donde escribió sus celebérrimos
Cuentos de la Alhambra, que se publicaron por primera vez en 1832, aunque su obra más meritoria sea
Rip Van Winkle (1819), un relato corto ambientado en la Guerra de Independencia.
En la primera mitad del siglo XIX, surgió un movimiento conocido como
Trascendentalismo, una síntesis entre la religiosidad puritana y el idealismo romántico que desemboca en la
Autoconfianza, base teórica del individualismo democrático, tan arraigado en la cultura norteamericana. Su fundador fue
Ralph Waldo Emerson (1803-1882), autor de un libro sorprendente titulado
Nature (1836) a quien siguió
Henry David Thoreau (1817-1862), un inconformista de carácter místico cuyos escritos radicales no hacen más que ratificar el individualismo defendido por Emerson. Ambos tuvieron una notable influencia en los escritores que vinieron a continuación.
Quizá la primera obra que cumple los requisitos de “gran novela americana” fue
Wieland o La Transformación publicada en 1798, escrita por Charles Brockden Brown (1771-1810) al estilo de la novela gótica que se hacía por aquella época en Inglaterra. Con el referente de esta obra, los escritores de la primera mitad del siglo XIX se inspiran en lo que se hace en ese momento en Europa y
lo que allí está de moda es el Romanticismo, una corriente que trae deseos de ahondar en el folclore, en las costumbres, en lo auténtico. Es un modelo que conlleva aires de nacionalismo y es aquí donde un país recién creado tiene todo por hacer. Tiene que ir en pos de su esencia, de su alma; en definitiva, de su personalidad.
Vino luego
Edgar Allan Poe (1809-1849), reconocido como uno de los maestros universales del relato corto y creador de la novela detectivesca, junto al francés
Émile Gaboriau (1832-1873). Fue el primer escritor norteamericano que renovó la novela romántica incorporando a la ficción, el misterio, el terror y la fantasía.
Hay que esperar a mediados del siglo XIX para que aparezcan las tres primeras novelas acreedoras al título que nos ocupa:
La letra escarlata (1850) de Nathaniel Hawthorne (1804-1864),
la epopeya Moby-Dick (1851), de Herman Melville (1819-1891) y
La cabaña del tío Tom (1851) de Harriet Beecher Stowe (1811-1896), tres obras maestras que patrocinan la ilustre producción que va a florecer en el siglo XX. Y de las tres, la segunda, es la que tiene el honor de representar esa esencia, aunque no esté ambientada en las llanuras del Oeste, sino en una colosal llanura marítima. La mayoría de los críticos literarios coinciden en afirmar que Moby Dick es la novela que representaría el alma de esa Gran Novela Americana.
Aunque el Romanticismo siguió ejerciendo su influencia a lo largo de todo el periodo decimonónico, como consecuencia de la transformación social que se produjo en Europa tras la Revolución Francesa, surgió un movimiento artístico opuesto que trata de ofrecer un retrato objetivo de la realidad y mostrar la naturaleza del hombre, sus motivaciones personales y las costumbres que practica. Es
el Realismo literario ―y su derivación, el Naturalismo―que se inició en Francia en la primera mitad del siglo XIX, con Stendhal (1783-1842) y Balzac (1799-1850) y se prolongó hasta el final de la centuria con Flaubert (1821-1880) y Zola (1840-1902), que tuvo tres grandes artífices a finales del siglo XIX en Estados Unidos.
Mark Twain (1835-1910), escritor ingenioso y dotado de un sentido del humor que le dio celebridad universal, aprovechó su fina ironía para exhibir un cierto pesimismo y su desencanto con el hombre que surge en la “era dorada” que sigue a la guerra civil. Sus dos obras más famosas son:
Las aventuras de Tom Sawyer (1876), una historia en la que la inocencia y la rebeldía de su protagonista nos transportan a nuestra infancia y
Las aventuras de Huckleberry Finn (1884), una novela que, con el sarcasmo que caracteriza a su autor, condena el racismo y la violencia y ensalza la libertad y la amistad en la adolescencia.
Henry James (1843-1916) nació en Nueva York, pero se fue a vivir a Inglaterra a los 26 años, adquiriendo la nacionalidad británica al final de su vida. Es autor de una extensa obra en la que acomete temas tan variados como el análisis psicológico de los personajes (
Retrato de una dama, 1881), la defensa del movimiento feminista (
Las Bostonianas, 1886) o una historia de fantasmas que marca un antes y un después de dicho género (
Otra vuelta de tuerca, 1898).
Walt Whitman (1819-1892) está considerado como uno de los escritores que mejor han sabido interpretar el canon estadounidense, en la transición entre el trascendentalismo y el realismo filosófico. Su trabajo fue muy controvertido en su tiempo, por su libro
Hojas de hierba, una colección poética que empezó a escribir en 1850 y que fue vilipendiada por su abierta sexualidad.
Y así entramos en el siglo XX, con la llegada de lo se ha dado en llamar “
Generación perdida” ―expresión utilizada originariamente por la escritora Gertrude Stein―, un grupo de notables escritores modernistas, como
Scott Fitzgerald (1896-1940),
John Dos Passos (1896-1970),
Ernest Hemingway (1899-1961),
William Faulkner (1897-1962) y
John Steinbeck (1902-1968), entre otros, que vivieron en Europa el horror de la Primera Guerra Mundial y más tarde los efectos que la Gran Depresión de 1929 causó a la población estadounidense, amenazada además por la inseguridad que creaban las organizaciones criminales que nacieron con la entrada en vigor de la
Ley Seca en 1920.
La mayoría de estos escritores utilizaron una nueva técnica narrativa que proviene del cine y que se ha llamado
escuela behaviorista o conductista. El narrador se limita a describir lo que pasa y deja que el lector interprete cómo es el personaje, a través del diálogo y de su comportamiento en la historia. Es lo que se llama “narrador observador” o “narrador cámara”, cuya única preocupación es registrar el estado de ánimo de los protagonistas de un modo fotográfico, despojándose de toda subjetividad y evitando así el peligro de la manipulación.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, surge
una nueva camada de escritores postmodernistas que, más que conformar un grupo con unas ideas definidas, se inspiran en corrientes anteriores, renovándolas con aportes propios. Según el crítico Harold Bloom, los más importantes son: Philip Roth (1933), Cormac McCarthy (1933), Thomas Pynchon (1937), Don DeLillo (1936), todos ellos vivos todavía.
En la misma época, aparece otra corriente literaria que se ha denominado “
realismo sucio”, caracterizado por “una prosa sobria y medida, escasa en descripciones y de un tono sobrio y minimalista. Sus protagonistas son personajes que llevan vidas rutinarias y generalmente de baja condición social, con pocos lujos y que deben ingeniárselas para conseguir empleo o dinero”. En este movimiento pueden entrar autores como John Fante (1909-1983), Charles Bukowski (1920-1994), Raymond Clevie Carver (1938-1988), Richard Ford (1944), Tobias Wolff (1945) y Chuck Palahniuk (1962).
Y llegamos por fin a la actualidad, en la que han aparecido numerosos autores que han escrito novelas de calidad como
Trampa 22 (1951), de Joseph Heller (1923-1999), ganadora del premio Pulitzer en 1991,
Amada (1987) de la afroamericana Toni Morrison (1931), ganadora del Premio Nobel en 1993, y
La broma infinita (1996), de David Foster Wallace (1962-2008), considerada por la revista Time como una de las cien mejores novelas escritas en inglés desde 1923 a 2006.
En cuanto a los contenidos, la gran novela americana se ha ocupado durante largos años de mostrar la cara más amarga del sueño americano: el desencanto y la desilusión experimentada por personajes de la clase media que se han sentido traicionados por ese sistema de valores americano. En un principio fueron los sinsabores de la conquista territorial y la imposición de la ley y el orden por un territorio inabarcable, después llegaron las ciudades, verdaderas junglas, que marcaban las fronteras de la exclusión social y económica de la persona.
Y uno de los temas preferidos de los escritores norteamericanos ―Yates, Roth, Bellow, Carver o Cheever― es la institución familiar. La incomunicación, la soledad, el fracaso… son los achaques habituales de la vida familiar. Un ejemplo de esta temática lo encontramos en las dos extensas y controvertidas novelas del último genio de la literatura norteamericana,
Jonathan Franzen (1959),
Las correcciones (2002) y
Libertad (2010) ―algunos la señalan como la gran novela americana del siglo XXI― que se centran en familias dislocadas y representan la agonía de una época.
Con
la ayuda de Wikipedia en inglés, nos hemos atrevido a construir una relación de obras que podrían estar en el ranking de
La gran novela americana―seguro que habremos olvidado alguno― desde su independencia en 1783 hasta hoy. Aunque la mayoría de las obras responden a ese término suntuoso de “gran novela americana”,
de carácter claramente mercantilista, hemos preferido incluir otras que no se ajustan al canon, pero que tienen la calidad suficiente como para figurar en este repertorio mínimo de autores norteamericanos.
Pero no podemos concluir este paseo literario sin mencionar la ”
novela negra”, una creación típicamente norteamericana, que descubre la verdadera realidad del mundo criminal, la podredumbre del poder, la corrupción y la violencia que se originó en Estados Unidos con la aprobación de
Ley Seca en 1919 hasta su abolición en 1933. Los padres del invento fueron Carroll John Daly (1889-1958), Dashiell Hammett (1894-1961) y Raymond Chandler (1888-1959), a los que siguieron otros muchos, que nos han hecho disfrutar de su lectura, a pesar de que algunos puristas estiman todavía que se trata de
un género menor dentro de la literatura.
Un artículo de Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz