Este año, si por algo se ha
caracterizado en mis lecturas, ha sido por la entrada de la poesía en ellas, y
lo ha hecho con la fuerza y la intención de quedarse, que lo consiga o no,
dependerá del tiempo y de uno mismo y sus múltiples avatares. Otra de las
características de este año, ha sido lo errático de mis lecturas de novelas,
pues la poesía y los relatos cortos se han llevado el protagonismo lector. En
este sentido, y aunque no las he reseñado por falta de tiempo, y por tanto, no
están en el resumen que va tras esta breve introducción, me gustaría dejar
constancia de dos libros que sí he leído, por el valor que por sí mismos
tienen, o eso es al menos lo que a un servidor le han transmitido uno y otro.
El primero de ellos es La última noche de James Salter, un
conjunto de relatos que, a pesar de su complejidad, siempre te dejan en vilo y
con ese rastro inteligente que el autor nos va proporcionando a lo largo de su
escritura. Baste decir que el último de los relatos de esta recopilación es su
famoso, La última noche, un perfecto
navajazo en la conciencia y en el bajo vientre que el autor le proporciona al
lector con suma elegancia y estilo. El otro libro en cuestión es la selección,
traducción y prólogo que Carlos Clementson ha hecho para Eneida de muchos de los poemas de Fernando
Pessoa, una antología poética que se ha titulado Los dioses desterrados, y
que nos muestra muy bien, el sentir poético del gran poeta portugués a través
de sus heterónimos y de su propio ortónimo. Todo un ejercicio poético de vida,
y de gloria, a lo largo del tiempo, pues muy bien la podríamos definir como: la
soledad del creador transformada en poemas.
ANTONIO TABUCCHI, SUEÑOS DE
SUEÑOS: LA FACULTAD DE SER OTRO DENTRO DE LA LITERATURA
Soñar aquello que quisimos ser y
no fuimos, o mejor dicho, reinterpretar el sueño de aquellos a quienes
admiramos a través de alguno de los sucesos más importantes de sus vidas, pues
esa parece ser la premisa que Tabucchi se autoimpuso a la hora de
acercarse a cada uno de los personajes de los que se inventa un sueño,
demostrándose a sí mismo, y a los demás, que hay vida más allá de la vida y de
la obra de un autor, pues él, reconvertido en muchos otros a la vez, ha sido
capaz de dar vida y de reinterpretar los sueños de aquellos a los que admiraba,
creando de ese modo un nuevo género literario: el de la narrativa onírica a
partir de los sueños de otro, lo que sin duda, nos lleva a esa nueva —por
distinta—, facultad de ser otro dentro de la literatura. El conocimiento que Tabucchi
demuestra de cada una de las personas con las que sueña en esta brumosa
recopilación de sueños, nos habla, de la cercanía consustancial que el autor de
estos breves relatos tiene de la vida y la obra de aquellos a quienes suplanta
en sus sueños. Caravaggio, García Lorca, Chéjov, Pessoa o Freud, solo por
citar a algunos de ellos, se van sucediendo en esta cadencia de instantáneas
imposibles que, sin embargo, en la destreza narrativa de Tabucchi, cobran vida
propia más allá del hecho que las propician, para convertirse en esa otra
posibilidad de lo imposible, porque quizá, si no fuera por la escritura, no
tendríamos la facultad de dejar constancia de ese ser otro dentro de la
literatura, una opción que va mucho más lejos de la capacidad oral, como
instrumento de transmisión de la cultura entre los hombres.
ELENA MEDEL, CHATTERTON: LA
PÉRDIDA DE LA SONRISA
Ir caminado y comprobar cómo las
suelas de nuestros zapatos se desgastan y cuando llueve se llenan de barro. Eso
es la vida, una sonata a la pérdida de la inmaculada inocencia que nos recibe
en su seno cuando nacemos. «Madurar/ era esto:/ no caer al suelo, chocar contra
el suelo contemplar el/ pudrirse de la piel/ igual que un fruto antiguo». No
hay crema que nos proteja del sol que nos quema poco a poco, día a día.
¿Madurar era esto? Sí, nadie nos enseñó a quedarnos quietos y pararnos a mirar,
y en ese no movernos se nos quedó dibujada la pérdida de la sonrisa, como si
fuéramos estatuas de humo pensadas con un soplo de nuestros pulmones. Vivir no
significa fracasar, aunque, con el paso del tiempo, seamos conscientes en qué
fondo de qué cajón se quedaron nuestros sueños. Fracasar es no poder decirnos
que lo intentamos. Y ese miedo a esa pregunta es la que bordea los versos de
este portentoso Chatterton, donde, cada una de las tres partes en las que se
divide este poemario, que recibió el XXVI Premio
Fundación Loewe a la Creación Joven, son una razón para seguir
levantándonos cada mañana, por mucho que solo seamos capaces de arañar unas
palabras al papel en blanco. La melancolía de la pérdida se convierte así en
una fe que no conoce límites, porque la redención del fracaso siempre es un
pozo rico en hallazgos, igual que las heridas de nuestros errores nos recorren
el interior de nuestra piel. Disolver esas heridas con la luz es una de las
opciones que nos quedan de cara al futuro, pues no hay nada mejor para afrontar
el horizonte del mañana que hacerlo con la conciencia —de las heridas— limpia
de inútiles remordimientos.
MANUEL DE MÁGINA, SALTITOS:
REINTERPRETANDO LA VIDA DE LOS AFLUENTES SUBTERRÁNEOS
La vida transcurre entre
anécdotas, situaciones absurdas y desgracias. Entre todas ellas, de vez en
cuando, se cuela un rayo de felicidad, pero en realidad poco importa, porque
nadie está a salvo de lo imprevisto. Saltitos es un ejercicio que nos
obliga a traspasar esa línea imaginaria que la cotidianeidad nos obliga a no
visitar. Justo, al otro lado, es donde transcurren estas doce micro historias:
oníricas, absurdas, irónicas…, pero tan acertadas y reales, que le ponen a uno
los pelos de punta. Y en medio de este festival de las emociones, Manuel
de Mágina ejerciendo de maestro de ceremonias, y lo hace de una forma
muy sutil, sin que apenas se note, con una habilidad de gran narrador. Él desaparece
tras sus personajes y sus historias, y gracias a eso, el lector solo tiene que
ir sorteando los múltiples vaivenes a los que se verá obligado a enfrentarse.
En esa batalla incruenta de las últimas necesidades vitales, no hay que hacer
uso de la razón lógica, sino de la otra, de aquella que de verdad nos ayuda a
ir reinterpretando la vida de los afluentes subterráneos, pues es por ahí, por
donde de verdad circulan los más íntimos anhelos del ser humano, esos que nunca
se cuentan, salvo, quizá, cuando todo está perdido. Saltitos es un compendio
de magistrales dosis literarias de universos únicos y mágicos, que nos ayudan a
reivindicar los deseos más profundos de nuestro corazón. Arremeter contra las
normas es hacerlo contra la vida que nos afea el comportamiento y nuestra
naturaleza. Esa es una de las virtudes de estos doce relatos, pues nos ayudan a
soportarnos mejor, y no solo eso, sino a mirar a ese otro lado del espejo, por
mucho que tengamos que romper el cristal para llegar allí a donde de verdad
queremos ir.
MIRIAM REYES, HAZ LO QUE TE DIGO:
COLISIONES GRAVITACIONALES Y VERGAS APUNTANDO AL HORIZONTE
Las almendras..., doradas y
blancas. Las sábanas..., bordadas de unas flores que parecen proyectadas por un
rayo láser sobre la cama. Y al lado; al lado un cuerpo de mujer..., de dorados
cabellos y blanca piel. Estética y sueño. Dulzura y miedo. Todo y nada..., bajo
el influjo de ríos manchados de sangre, mares de aire que no pesan o cables de
luz que transmiten notas de música. El cuerpo frente al deseo. Lo posible
frente a lo que no lo es. Vida y sueño, posibilidad e incertidumbre en busca
del dorado. Una tierra prometida que necesita del territorio del otro, pero que
antes hay que atravesar plagada de mapas, montañas, riachuelos..., brazos,
axilas, piernas. «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo», nos
dijo Wittgenstein.
¿Y qué nos importa? si los límites del mundo proyectado por Miriam
Reyes en sus poemas son los planetas, de cuyas colisiones
gravitacionales, se proyectan vergas apuntando al horizonte. La posibilidad de
una nueva vida, sin embargo, es igual de imposible que el principio de
incertidumbre, cuando nos expresa que nuestros cuerpos o nuestras vidas son
como partículas que no pueden ser observadas y medidas a la vez. Una concepción
poética, la de Miriam Reyes, que deviene en esa posibilidad última de unas
palabras obsesionadas con el ritmo, la entonación y la musicalidad; palabras
exentas de comas o puntos, y en las que ni siquiera caben los títulos. En esa
necesidad del continuum a través de
las palabras se nos remarca la necesidad del ser uno mismo a través del otro. Miriam
Reyes nos obliga a buscar y a encontrar el ritmo interno de sus
palabras, y nos obliga también a reconvertirnos en espeleólogos del lenguaje
reincidente de sus imágenes. Solo a través de esa búsqueda encontraremos la
verdad que, en este caso, no es otra que esa materialidad que se convierte en
extrema debilidad: «Parece compacta la tierra/ bajo nuestros pies./ Debajo de
la tierra: roca./ Dentro de la tierra: roca/ Y aún así raíces insectos». Tras
lo volcánico yace la vida. Al otro lado de la oscuridad existe una última
fuerza a la que cada uno bautiza de una forma diferente..., y así hasta el
final de los días.
LEOPOLDO MARÍA PANERO, SOMBRA:
RETANDO AL VIENTO QUE AZOTA AL SILENCIO
Página, palabra, viento,
silencio…, y sombra a la que el precipicio no logra vencer. Los poemas que
componen Sombra son como un reto, quizá el último, de intentar vencer al
silencio; un silencio que se transmuta en el viento que azota a la página en
blanco, sobre la que Leopoldo María Panero, cual águila,
planea al acecho: «Un águila cae sobre la página/ Un águila SE ENFRENTA A LA
NADA/ Dialogando a solas con la nada/ Acerca del abrazo del viento/ Que cae
como lluvia sobre la nada». Página en blanco que se erige como la lanza que se
clava en el corazón de la soledad. Soledad del poeta que se aísla dentro de su
propia selva, en la que de vez en cuando tienen cabida Eliot —«In my begining is
my end»—, Ezra Pound, Wallace Stevens, etc, como si todos ellos uniesen
sus fuerzas y convirtieran sus palabras en un eco que lucha contra el olvido.
Olvido en forma de martillo, cuchillo, ceniza, tumba, silencio… Puro ejercicio
de terror el del olvido que, cual alimaña, se apodera de nuestros sueños: «La
vida es puro terror/ Terror de un alma negra/ Que reza silenciosamente a la
muerte/ Que reza por un animal que no tuvo suerte/ Y que llama con palabras
silenciosamente/ A la muerte». Hay un animal herido dentro de cada uno de
nosotros y Leopoldo lo sabe bien, pues él le incita a salir y luego a
luchar, igual que el tiempo reta al viento que azota a la página en blanco.
Sombra sobre blanco, sombra sobre la nada, pues quizá solo seamos eso: nada.
¿Qué quisimos ser?, ¿qué fuimos en realidad?, ¿qué quedará más allá de nuestros
versos? ¡Concento de la vida, conviértete en un dulce sueño!, ¡cánticos de la
sinrazón devolver las cenizas a su seno!, ¡y volver allí, donde la ternura se
pinta de azul!, ¡y dejadnos descansar a la luz de una pálida vela!
SAMANTA SCHWEBLIN, SIETE CASAS
VACÍAS: EL PARAÍSO DE LOS UNIVERSOS CERRADOS
En ciertas ocasiones, la mente
humana camina en paralelo a la realidad, en una especie de paraíso de los
universos cerrados que nos aleja de ese otro mundo en el que los demás corren y
vuelan sin saber muy bien por qué ni a dónde. Existe la posibilidad de regresar
al punto de partida, a partir del cual todo nos empezó a resultar distinto, por
lo que tenía de auténtico y único. Sin embargo, esa opción no existe en Siete casas vacías, pues Samanta
Schweblin se empeña una y otra vez en llevarnos de visita por los
huecos de las casas donde solo caben los fantasmas o ese parte del alma que se
desmarcó de una forma muy juiciosa de la parte racional de nuestro cuerpo. Esta
recopilación de relatos es un conjunto de miradas que se pierden tras la
cortina de un cristal, adornado de múltiples gotas de agua, que hacen las veces
de cortinilla entre realidad y ficción. Esas gotas, con las que se distorsiona
la luz del sol, son las que la autora argentina nos muestra en estos seis
relatos cortos y una nouvelle que se
disfraza de relato sin llegar a serlo. En ese universo literario de soledades y
silencios, y espacio geográfico de casas vacías, hay una trágico desdén a la
hora de replantearse ese sentimiento de culpa que hizo sentir, a cada uno de
los protagonistas de los relatos, la necesidad de huir de sí mismos y, de esa
forma, no tener que afrontar la transmisión de sus miedos más allá de la línea
del horizonte, en este caso, reconvertido en una imaginaria línea de la
esperanza. Algo, a lo que sin duda, contribuye su economía verbal y la ausencia
de adjetivos que convierten a la prosa de Schweblin en pragmática, como buena
parte de sus personajes, perdidos en sus propios ditirambos.
VICENTE VALERO, EL ARTE DE LA
FUGA: ATRAPANDO ALMAS DE POETAS ENTRE LAS SOMBRAS DE SU PASADO
Dejar este mundo es el último de
nuestros arrebatos, aparte de una forma de fuga; de fuga de nosotros mismos,
como muy bien nos recuerda Vicente Valero en este magistral El arte de la fuga. A través de un
pulcro e inteligente ejercicio de estilo a la hora de escribir y narrar una
historia o unos acontecimientos, el autor ibicenco nos apunta tres formas en
las que el cuerpo se convierte en alma, o donde, al menos, uno deja de ser
aquello que era. La sutileza e inteligencia con la que lo hace es digna de
admiración. Este es un libro que te perturba por lo bien escrito que está, y
que te deja mal, pues te hace sentir que todo aquello que tenías por cierto es
puro humo, ya que todo él es pura magia y ensueño. Valero tiene, y proyecta,
un poder de evocación sobre sus palabras muy parecido al que también atesoró Thomas
Wolfe en su momento. En el pandemónium, de confusión y ruido, que rodea
a la muerte o al cambio, Valero se agarra con fuerza al arte
de la escritura, pues este escueto libro, es eso, puro arte literario. Una vez
más, los editores de Periférica dan en el clavo, y saben saciar la sed de
aquellos que buscan, en la actualidad, algo distinto en el mundo editorial en
castellano, quizá, de ahí, su éxito. Julián Rodríguez y Pepa Flores
buscan y nos proporcionan aquello que de verdad se va a quedar en nuestro
subconsciente para siempre, y este libro es un buen ejemplo de ello.
Ángel Silvelo Gabriel.