miércoles, 2 de julio de 2025

TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO, EL QUE MENOS SABE: EL ALMA Y SUS DEBILIDADES

 


Nos dice Tomás Sánchez Santiago en Almanaque desconcertado (I): «Me confundí de madre. Entre una bolsa y otra bolsa/ supe para siempre lo que era caer en las aguas heladas/ del desamparo. Unos segundos, unos cuantos segundos/ nada más. De bolsa en bolsa. Pero fue suficiente. No pude/ soportar a solas el aullido del mundo». De ese aullido y de ese desamparo surgen muchos de los poemas de El que menos sabe. Versos que ahondan en lo minúsculo. En aquello que no se ve. En lo cotidiano. Y en las sombras que no nos dejan jugar con la esperanza. Este poemario de madurez da vueltas sobre sí mismo y su existencia, porque como nos dice su autor, el poema es lo que cuenta, la razón final de todo verso. El poema, en este sentido, es la excusa del propio poema. Es el tótem. El demiurgo que descarrila y vuelve a retomar su camino, porque hay caminos y caminos y, algunos de ellos, le llevan al poeta a revisitar los recuerdos de su niñez y el devenir de la vida como un componente más de una voz poética que busca sin llegar a encontrar. ¿Acaso existen las certezas? De ahí que no sea extraño que el paso del tiempo y sus consecuencias nos vengan dadas con forma de sombras, imágenes oscuras, inquietud, decrepitud, y desalojo. Para ello Tomás Sánchez se sirve de un léxico en el que abundan palabras como: nombres, quehaceres, atardecer, desechos, día, memoria, almanaque… «Larga es la tarde y sus hirvientes itinerarios amarillos./ Y casi todo sobra en el corazón/ del verano suspendido, de golpe/ en medio de la vida, torvo/ como el forastero que ha llegado/ a detener una fiesta/ y logra descolgar las reservas del cielo/ hasta que a todo llegue el olor de las terminaciones». Unos versos de su poema Extenuación en los que indaga en los finales y en «la incierta virtud de estar vivo», sobre todo, cuando todo desaparece a nuestro alrededor. Ahí es donde la voz poética llega directamente del alma y se alimenta de sus debilidades. 

No es fácil adivinar el mundo, por eso, es más confortable desasirse de todo aquello que una vez nos dijeron que debería acompañarnos durante toda la vida. Ese gesto de libertad y aligeramiento lleva consigo romper la coraza que nos oprime y atosiga. Tareas prestablecidas que a la hora de la verdad nos resultan ridículas. ¡Qué fácil es perder la mirada en lo inhóspito! Y llegar a intuir ese otro mundo que nadie gobierna, salvo lo desconocido. En ese destruir de tareas es lo que nos lleva a «merodear por los territorios limítrofes con lo olvidado, lo humilde y desatendido. Son las afueras de las consignas, de las frases hechas y lo estridente: es la vida de otro modo», como nos apunta José María Castrillón en la contraportada del libro. En ese otro modo es donde reside este poemario por el que deambulan el alma y sus debilidades. Un poemario que escarba en aquellos espacios vacíos que un día compartimos con nuestros seres queridos. Ecos del pasado que en El que menos sabe también vienen de la mano de una madre y su ausencia-presencia en nuestros recuerdos. 

Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 1 de julio de 2025

MARIO VARGAS LLOSA, LA FIESTA DEL CHIVO: LA LUZ DE LA VERDAD QUE SE PRECIPITA SOBRE LA MÁS CRUEL DE LAS MENTIRAS

 


Las raíces de la vida en ocasiones se transforman en ramas trepadoras que devoran todo lo que tocan. Lo hacen como si fueran las elegidas por la ironía del destino, para de ese modo, convertir la vida en sangre, la esperanza en condena, y la libertad en una profunda dictadura. Vargas Llosa, en esta novela de tintes realistas, echa mano de su mejor y portentoso estilo literario y narrativo para mostrarnos un mundo y unas vidas que son un todo, pues ese todo que es y representa el devenir de nuestros días es llevado a la ficción con la plenitud de quien sabe hacer muy bien su trabajo. El despliegue de personajes y sus microhistorias va surgiendo página tras página de una forma natural, y a veces abrupta, por el cariz violento de los protagonistas de la misma, porque de eso va una buena parte de esta novela, la de desmantelar las excusas de la violencia gratuita del poder que un tirano ejerce sobre sus súbditos. En este sentido, el escritor peruano nos propone una reflexión sobre los totalitarismos de América Latina que, en La fiesta del Chivo, se centran en el fin de la dictadura de Rafael Trujillo (El Chivo) en la República Dominicana. Con un estilo narrativo que mezcla el presente con el pasado con tan sólo separarlos con un punto y aparte, consigue que el lector avance en la historia que se le cuenta y regrese a su pasado en un devenir temporal caracterizado por las heridas que el tiempo ha ido causando en unos personajes que afrontan a destiempo las consecuencias de sus decisiones pasadas. Hay una inteligente revelación de la luz de la verdad que se precipita sobre la más cruel de las mentiras, por ser éstas armas arrojadizas de la barbarie, el dolor, y la muerte. Desprecios morales que tienen un alto precio humano, pues no cuentan con la posibilidad de atisbar una salida. 

El regreso de Urania, la hija de un alto dirigente de la dictadura de Trujillo a Santo Domingo, es el punto de partida con el que arranca esta recreación ficcionada de unos hechos que le sirven a Vargas Llosa para hacer un gran examen mental y sentimental del dictador; una figura que el escritor usa para ir introduciendo a los personajes de esta historia y la relación que todos ellos establecen con “El jefe”. El Chivo tiene a toda la nación amenazada bajo su férreo control, pero sin embargo no es capaz de frenar ni el deterioro de su largo mandato, ni tampoco su salud, pues ésta se ve dañada donde más le duele: en su virilidad. Las incontrolables pérdidas de orina y la dificultad para mantener relaciones sexuales van haciendo mella en un carácter cada vez más paranoico frente a los demás. Las cuestiones básicas de su día a día poco a poco se desmoronan y se vuelven trepidantes cuando la acción de la novela aborda el relato de su muerte, lo que le sirve a Vargas Llosa para hacer un despliegue monumental magistral de personajes, ideas y pensamientos de cada uno de ellos; un instrumento literario que le sirve para mostrarnos lo mejor y lo peor del ser humano. A ese examen psicológico y personal de los protagonistas de esta historia, habría que añadir el suspense que es utilizado como una gran arma narrativa a la hora de adentrarse en un final que conocemos de antemano, pero que no por ello, le resta un ápice de genialidad a la trama. 

Esta forma de narrar tan personal del escritor peruano, nos recuerda, sin duda, a la que ya utilizó en La ciudad y los perros, donde el análisis psicológico de los personajes, caracterizados muchos de ellos con unos magníficos motes que los definen, no dejan ninguna duda de la sagacidad observadora de un maestro de la escritura como es Vargas Llosa que, en esta novela, arroja con toda su fuerza la luz de la verdad que se precipita sobre la más cruel de las mentiras. 

Ángel Silvelo Gabriel.