DULCE
AMOR
Mírame dulce amor y,
despójate de tus fríos silencios.
Tiembla y sufre mientras tu alma se rompe por mí.
Anhela un minuto a mi lado, dulce amor,
acaricia en mi seno el sol de la mañana después de
compartir cual mariposas el elixir de las flores.
Recítame un poema bajo las hojas del bosque y,
enamórate una vez más pensando que soy la bella Eurídice.
Árbol de una sola rama, testigo de mis noches oscuras
enséñame el camino donde dejaste tus huellas.
Te canto sobre la patria perdida del tiempo, dulce amor.
El destino no quiere saber nada de tu alma, y
tu cuerpo desprecia tu sombra.
Peso tu soledad y a los hipócritas que te abandonaron.
Lo hago a solas, cuando te visito al amanecer.
Lo hago con el auxilio del silencio, y
con lágrimas mudas que se pierden junto a lo que queda de mi mirada.
Lloro bajo el árbol que eres.
Lloro sabiendo que ya no tienes sombra y una sola rama.
Lloro, dulce amor, solo sé llorar tu ausencia para intentar equilibrar la
balanza.
Tus recuerdos reverdecen entre las flores.
¿Dónde está tu halo, dulce amor?
Cógeme por la parte de mi cuerpo que todavía sangra.
Ven a mí, dulce amor.
Me vestiré como un pájaro y me posaré en tu única rama,
rama sin flores ni sombra.
Dulce canto el del roncal que busca la atemporalidad
en el silencio de la sombra que ya no derramas.
Cántame, ave del amor, con tu voz suave
¿quieres, tú, señor?
Soñé que siempre estaría a tu lado, dulce amor.
Salid, sin duelo, lágrimas de mi cuerpo…
Poséeme allí donde mi alma se convirtió en seda rasgada.
Quiero ser tuya con la complicidad de los astros del cielo,
en un lugar donde no exista la muerte.
¿Recuerdas?
«¡Naturaleza curandera, deja sangrar a mi espíritu!
¡Oh, libera a mi corazón de la poesía y déjame descansar!»[1]
Yo te liberaré de la solidez de la sangre, dulce amor y,
te llevaré donde no tengamos que mentir a nuestros sueños.
Cántame, dulce amor, con el viento de la noche y,
llena de versos mi dicha y, con ellos, reúne a todos los dioses.
No quiero que estés lejos de mí,
porque anhelo poder decirte un buenas noches.
¡Gocemos sobre lechos de flores!
¡Dulce belleza acompáñale siempre! y,
concédele un último deseo.
Nunca estarás solo, dulce amor,
porque yo estaré a tu lado,
en una pradera donde veremos cómo crecen los manzanos.
¡Versos alejad la desazón de mi alma!
Llevadme a donde sea suya, solo suya…
¿Quién será aquél que no me conceda este deseo?
¡Dejadme disfrutar de mi bacanal de glotonas miradas!
Salid, fuera de mí, fantasmas con vuestros desvelos.
Entre tules de seda acudiré a su encuentro y,
así, recuperaré la esencia de su alma.
Dicha, rocíame con la lavanda de la pasión y,
auxíliame para decirle que le quiero.
¡Dejadme disfrutar de mi bacanal de glotonas miradas!
Dulce amor, enséñame el
camino que me haga llegar a ti y,
ayúdame a romper las barreras de tu conciencia.
Naveguemos aguas abajo por el Leteo.
Nadie nos echará de menos,
si acaso a tus poemas.
Ni siquiera los dioses nos pedirán que les confesemos nuestras razones.
Dulce amor, el tacto tiene memoria.
Pósate dentro de mí,
en el paraíso de mis más íntimos deseos y,
ámame despacio lejos de tu conciencia.
Dulce amor, no te
olvides de mí cuando descanses junto a Afrodita.
Lucha contra tus dioses para que no nos separe el silencio.
Apenas tuvimos tiempo de amarnos,
ni de adivinar la sinrazón que se cobijó en nuestras almas.
Resucitaré contigo, amor,
en la profunda venganza de la nostalgia,
entre los vientos que desplazan al olvido.
Luché contra ti, dulce amor, pero aún te llevo dentro.
En la desdicha de nuestro amor
que aun supura el dolor de tus llagas.
Dulce amor, un día caminaremos por lunas de seda y,
allí formularemos de nuevo nuestro último deseo.
¡Dime que todavía quieres estar a mi lado!
No tengas miedo a unir nuestros cuerpos, porque
en cálidas fuentes calmaremos nuestros desvelos.
Sedientos caminaremos hasta el fin y,
nunca volveremos a vivir más en ayer.
Dulce amor, el infierno de nuestros temores dejará de existir y,
volaremos por tierras donde no existan ni tormentas ni nubarrones,
en un edén donde de nuevo seremos frágiles mariposas.
El destino ha querido,
dulce amor,
que ya no me pregunte qué haré sin ti.
Al caer la noche me desprendí de aquellos que desprecian nuestro amor y,
buscan la falsedad de tus proclamas.
Quiero que cada noche sea única, dulce amor, y
que sobre nuestros cuerpos se alivie el néctar de las flores cual rocío
de los placeres.
Allá a dónde iremos ya no nos harán falta las falsas deidades, porque
tu amada, más torpe que bella,
más triste que radiante,
será tuya para siempre.
[1]
Oda a Fanny. KEATS, John. Poemas escogidos.