Hay que tener valor para afrontar la realidad —la del día
a día—, ésa que no es como nos la imaginamos de pequeños ni como la que sale en
las películas o en los anuncios de la televisión. Sin embargo, la verdadera
encrucijada no es ésa, sino las opciones a tomar ante la situación a la que sin
darnos cuenta nos vemos abocados. Así nos ocurre que, podemos dar vueltas y
vueltas sin salir del punto de partida, o también huir, sin por ello desterrar
a nuestros miedos del corazón. De una u otra forma, siempre perdemos algo por
el camino. A veces es la dignidad, otras la cordura o incluso la ilusión por
aquello que creíamos que siempre sería nuestro particular altar sagrado. La
vida en solitario o la vida en pareja se parecen en los sortilegios mentales
que volcamos sobre los demás. En el primero de los casos, lo hacemos sobre
nuestra sombra cuando adopta la forma de conciencia, y en el segundo, lo
manifestamos en el otro, para de esa forma no tener que arremeter contra uno
mismo. En muchos de los relatos de Tipos duros, se concitan todas y
cada una de las circunstancias señaladas, porque, sin duda, muchos de ellos son
la radiografía de esa huida sin valor que no describe otro dibujo que el del
propio círculo en el que estamos metidos. Los tipos duros que nos dibuja Andrés
Ortiz Tafur en esta recopilación de relatos, son hombres que luchan
contra sí mismos, y lo hacen, despellejando a sus sueños y a sus maldiciones a
partes iguales, pues esa parece ser la fórmula de la que está fabricada la
esencia del ser humano: la insatisfacción que deviene en pérdida. Indecisiones
aparte, el autor se sirve del surrealismo, de los planteamientos a priori
racionales que devienen en estrambóticos y en la fina capacidad de diseccionar
aquello que la sociedad no nos deja mostrar, para levantar un paraíso, el de los
tipos duros, al que podríamos denominar como de Egolandia, pues ahí residen una
parte de esas manifestaciones —sólo aparentemente desquiciadas—, del miedo, la
soledad, la masculinidad mal resuelta, la soberbia, la felicidad o la libertad,
que se van planteando a lo largo de los veintiún relatos del libro, y que nos
dan, la verdadera medida como narrador de Andrés Ortiz Tafur que, poco a poco,
y de una forma beligerante, nos va mostrando la potente voz que tiene como
escritor, y a la que con cada nueva recopilación de relatos va modelando para
hacerla más propia. Tipos Duros, sin duda, es un paso adelante en la carrera
literaria de este jienense, que un día, decidió destronar al mundo para
autoproclamarse rey de sí mismo y de sus obsesiones literarias y creativas —que
en muchas ocasiones vuelca sin miedo en las redes sociales—. Ese valor de autor,
es el que antepone a su personajes, pues con ellos, intenta retratar una
sociedad incierta y perdida, pues hoy en día nada no satisface, ni tan siquiera
la compasión hacia uno mismo y sus múltiples manifestaciones que, en este sentido,
van desde la gloria al infierno sin parada intermedia.
Si algo nos propone el autor y de algo se trata en Tipos
Duros, una vez metidos en faena a la hora de abordar este libro, es la posibilidad
de derribar la barrera de esa realidad mezquina que nos carcome día a día, para
posicionar el mundo patas arriba y observarlo al revés. Es verdad que con ello
no arreglamos la situación inicial, pero sí, al menos, nos proporcionamos el
placer de las vistas a contraluz o a contrapelo, y de esa forma, pasamos de ser
víctimas a protagonistas de nuestras intrahistorias, tan descabelladas como las
de los demás, pero nuestras al fin y al cabo. Ese pánico a uno mismo, es el que
nos propone Andrés Ortiz Tafur en sus relatos, y él lo resuelve de diferentes
formas: en algunas ocasiones, sobre todo en los relatos iniciales, con un manejo
de la elipsis que nos transporta a lo largo del tiempo al final de la historia que
nos cuenta de una manera caprichosa que, sin embargo, deja de serlo nada más
terminar de leer la última palabra del relato en cuestión, y aunque en
determinados momentos parezcan elipsis surrealistas, desde el punto de vista
literario dejan de serlo, cuando constatamos que le sirven al autor para dar el
brochazo final al cuadro que nos muestra; en otros relatos, la propuesta se
basa en una idea circular, y esto ocurre cuando la narración acaba como empezó,
siendo ésta la fórmula que el narrador escoge para mostrarnos esa razón —tan
inexorable— que es la de la incapacidad que tenemos para resolver nuestros
propios problemas, y a la vez, esa atroz manía de dar una y mil veces siempre
las mismas vueltas a aquello que no nos hace felices sin ser capaces de proporcionarnos
una salida distinta o un punto de vista diferente al inicial; también, hay
ocasiones que esos finales son finales sorpresivos o amenazadores o simplemente
geniales, donde el narrador nos demuestra su gran manejo de la técnica del
relato corto. En este sentido, muchos cuentos
comienzan con frases cortas, de apenas dos o tres palabras, con las que el
autor logra sintetizar de una forma muy certera el contexto de la historia que,
en algunos relatos, devienen en unas extraordinarias repeticiones que nos
sugieren los ecos de la conciencia —mordida, mutilada o quemada—, y que rozan
la paranoia pero nos sirven para identificar sin ambages el estado mental del
protagonista en cuestión.
En definitiva, bajo el título de Tipos duros, se esconden
muchas historias de una masculinidad mal resuelta, pero sobre todo, subyacen
las distorsiones de los egos que nos mantiene anclados en el egocentrismo más
ancestral, lo que sin duda, es una magnífica metáfora de la sociedad actual,
donde nuestro egoísmo e intransigencia se resuelven mal, quizá, porque nunca
nos ponemos en la posición del otro, o quizá, porque somos hombres que luchamos
contra nosotros mismos, mientras nos despellejamos nuestros falsos sueños o nuestras
certeras maldiciones.
Ángel Silvelo Gabriel.