El genio, a veces se convierte en un monstruo y, también, en el peor reflejo de su más nefasta versión. Eso, quizá, fue lo que llevó a Truman Capote a ser una leyenda borrosa y equivocada de sí mismo. Tan equivocada que, en ocasiones, tapó su genialidad como escritor, pues no en vano fue uno de los más destacados narradores de la literatura norteamericana del siglo XX. Su técnica literaria destacó por la perfección de su estilo narrativo, y su manera de mirar y captar el mundo de un modo desafiante que siempre buscaba la profundidad de una realidad a la espera de ser atrapadas. Cazador de instantes e imágenes reconvertidas en palabras, sonidos, rumores y runrunes con los que afilaba su estilete literario a la hora de definir y crear sus personajes. A veces tiernos y casi inocentes como los de sus relatos Una Navidad o Un recuerdo navideño, donde somos testigos de su infancia sureña y la falta de cariño al que le sometió su madre al abandonarle con su familia. Y, otras, corrosivos, como el hedor que desprende su cuento La Côte Basque. De cualquier forma, Capote estuvo al servicio de su profesión y a la obsesiva necesidad de hallar la profundidad estilística anhelada, pues siempre se reprochó a sí mismo no llegar a dar todo el genio y la capacidad que tenía dentro a la hora de concebir cada una de sus novelas o relatos, tal y como nos apunta su editor Joseph M. Fox en el prólogo de su novela póstuma Plegarias atendidas publicada en España por la editorial Anagrama en el año 1987, y en la que se basa la serie recién estrenada en HBOMAX: Feud, Capote contra los cisnes. Una serie que define muy bien la frase de Santa Tersa de Jesús de donde procede el título de la novela anteriormente citada: «Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por aquellas que permanecen desatendidas». Ese fue el corte en la yugular que el propio Capote se dio a sí mismo al novelar sus experiencias y confidencias con las mujeres de la alta sociedad neoyorquina de los años 70. Damas a las que denominó cisnes. Ánades caracterizados por su belleza exterior y su fragilidad interior. Feud, Capote contra los cisnes es un desconsolador y perverso ejercicio de autodestrucción en varias fases que, de una forma consciente, o no, Capote se auto infringió con tal de volver a recobrar el brillo de su carrera literaria tras el inmenso éxito de su novela de no ficción, A sangre fría, con la que se hizo famoso en el mundo entero. Hay también mucho de ese ejercicio de verosimilitud mordaz y dañina reconvertida en ficción novelística en Plegarias atendidas, donde la realidad es absorbida por la mirada del escritor hasta convertirla en algo único y si se quiere delirante. Pues esa es la genuina arma letal con la que Truman Capote redime a su estilo literario de su macabro efecto mortífero, justo cuando su pluma se transforma en un afilado estilete.
El acierto de Feud, Capote contra los cisnes reside en esa mágica transmutación en imágenes de las palabras del genial escritor, y que el director de casi todos los capítulos de la serie, Gus Van Sant, ha sabido plasmar con mucha naturalidad y acierto, tanto en los primeros planos como en las largas secuencias donde Tom Hollander interpreta la dicción, los gestos y amaneramientos de Capote de una forma soberbia, lo que nos traslada a su faceta más retorcida de ver el mundo y manipular a las personas que estuvo tan presente en esa última etapa de su vida, cuando el escritor se vio reconvertido en el bufón de la alta sociedad norteamericana. Unas características y una caracterización que podríamos hacer extensible a Naomi Watts en su papel de Babe Paley. Sin duda, la mejor réplica que el personaje de Capote podría tener, pues el juego de sus cómplices miradas, la gestualidad de su boca, y la elegancia de sus movimientos se muestran como el inigualable equilibrio frente a un Hollander entre disperso y atento, cómplice y adulador, meticón y chismoso. En esta historia entrecortada de celos y traiciones, el tiempo y la forma en la que se han montado las imágenes de cada uno de los capítulos, son una nueva muestra del escrupuloso y mimético cuidado que se ha tenido a la hora de transitar por el caos existencial de Capote y la vacuidad de sus cisnes, apenas figuras de porcelanas esperando a ser tiradas al sueño y yacer rotas en mil pedazos. Ese efecto de fragilidad se contrapone a la temporalización de los duros flashback que hasta ahora hemos podido ver. Factores, todos ellos, que juegan a favor de esta serie que, sin duda, estará entre las más nominadas del año, entre otras razones, por ser una certera visión de que aquellas plegarias no atendidas son el camino más corto hacia la autodestrucción.
Ángel Silvelo Gabriel.