Las campanas vuelan por el aire y su
sonido se convierte en tu recuerdo. Los ecos de mi memoria van hacia ti como mi
sombra se abalanza sobre las columnas de los soportales camino del Juzgado. En
la soledad que me acompaña mientras atravieso la ciudad con tu corazón envuelto
en papel de plata, las voces se escriben y las letras ya no se oyen. Lucho
contra el vencimiento de mi derrota, pero sólo encuentro cartas que no existen
y mensajes que no se leen. Sí, la distancia entre nosotros fue dinamitada, y
ahora los colores nos delatan, yo soy el rojo y tú el mandarina. Cómo le
explico ahora mi pena a la jueza, cuando ayer le prometí que hoy ya te habría
abandonado. Cómo le digo que mientras llego a su despacho sólo pienso en mi
dulce abogada defensora, cuando anoche me preguntaste ¿a qué saben los deseos?
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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