Sombras que se desplazan por el
aire dibujando los contornos que derrumban la imposibilidad de los sueños, para
de esa forma, atrapar la esencia de un universo donde la oscuridad se
transforma en una luz tenue, teñida de múltiples grises que despojan a los
falsos negros de nuestros sueños. Así se presentaron Pasajero en la Sala Joy
Eslava de Madrid, derribando la barrera de lo imposible para hacer realidad un
sueño, ese que uno imagina que todo músico debe tener. Ese sueño no es otro que
el de comprobar cómo la música se convierte en pura atmósfera, y consigue inundar
de magia y fantasía el lugar donde se toca. Pasajero ejecutaron un
concierto perfecto en el que demostraron que los sonidos del disco también se
pueden reproducir magistralmente en directo, y ese empeño tuvo su recompensa,
pues sus seguidores (que llenaron la Joy) a buen seguro disfrutaron de esa
aparente sencillez reconvertida en música; música intensa, limpia, directa e
hipnótica que no te deja indiferente. La mezcla de los medios tiempos, en los
que Pasajero
sacan cum lauden, nos demostró que lo
de menos es cómo empiece una canción o cómo acabe, porque las estancias que
recorre de principio a fin, pueden visitar los terrenos más álgidos y tranquilos
sin que por ello se resienta, porque el diálogo guitarra-bajo, guitarra-guitarra
al que asistimos fue sencillamente genial, donde el brillo del sonido nos hacía
pensar que estábamos soñando. Todo un acierto que, a medida que vaya transcurriendo
el año, va a convertir a su último disco, Parque de atracciones, en uno de los
discos del año, sin duda.
Precipicio fue el punto de partida del concierto, un tema en el que
ya fuimos testigos de esta creación de ambientes atmosféricos, marca de la
casa, y que en Protégelo arremetió
con fuera con un sonido muy limpio, limpísimo: «guarda el calor y todas
nuestras promesas»; promesas hechas realidad cuando escuchamos el siguiente tema,
El arquitecto, pura anestesia y
simulacro donde vivir, rompiendo las siluetas de las neblina que había sobre el
escenario. Con un bajo arrebatador como protagonista, Daniel Arias nos canta
eso de: «como juguetes rotos después de tanto intento». Con Volverme a preguntar, Daniel
se dirige al público con un ¡Buenas noches, chicos!, desde que en marzo del año
pasado terminamos Radiografías hemos trabajado mucho. Muchas gracias por venir,
os hemos echado mucho de menos. Para a continuación regresar a esa atmósfera,
en uno de sus mejores medios tiempos, intenso, inmenso, mágico...: «piensas que
necesitas más de lo que tienes ya, y si tienes más de lo que quieres piensas en
escapar». Las llaves invisibles de
nuevo nos traen el protagonismo del bajo de Daniel mientras nos dice:
«instintos de calma, en medio de la confusión», que en Yo tampoco se convierte en un duelo bajo-guitarra con notas que
suben y bajan en la oscuridad.
Hemos venido a esta sala a ver
conciertos de grupos y hoy, por fin, estamos aquí, nos recuerda Daniel.
Havalina
hoy no podía faltar, mientras Manuel
Cabezalí (productor del disco y componente de Havalina) sale al
escenario, para mostrarnos una vez más la intriga de los medios tiempos
perdidos en esas tendencias oscuras, grises, opacas, donde los sueños se
convierten en una cúpula de estrellas. Magnífico diálogo de guitarras. Cuando
suena Hoja en blanco, Cabezalí
sigue en el escenario: «llueve en el salón y en un rincón apagado del mundo».
Fuerza y ritmos ascendentes y aguerridos como un grito de socorro en busca de
la diferencia. Energía desbordante que se para y piensa: «deja que suene esa
canción», lo que nos lleva a un bucle de energía y música que irrumpe en
nuestros sentidos hasta romper la barrera de la realidad. Conexión brutal con
el cielo, sin duda, uno de los momentos estelares de la noche, que nos lleva
hasta Detector de latidos: «es la
última vez que dejo esta canción a medias». Baja el ritmo y la pausa nos moja
los sentidos de una tenue melodía que: «ojalá pudiera», a la vez que la Joy se
llena de una lluvia de luz, gotas transparentes que iluminan nuestros ojos
mientras Pasajero hace lo mismo con nuestras vidas. No tenemos miedo a
la derrota, inmersos como estamos en las largas canciones que Pasajero
nos ofrece, canciones que suben, bajan y de nuevo van in crescendo para
arrojarnos una cantidad de luz sobre nuestros sentidos. Desgarros sonoros que
se perpetúan en un infinito latido de nuestro corazón, sincopado e incierto,
como la propia vida. Intocables suena
fundida con el anterior tema y el cantante de Rufus T. Firefly, Víctor
Cabezuelo, que nos dijo "es un honor subirme al escenario de uno de
mis grupos favoritos": «ya estáis aquí.../ con vallas de metal y golpes en
la espalda/ NO VÉIS QUE NOS SOIS INTOCABLES». Tocan a arrebato cuando atacan La copia de otra copia y Víctor
canta: «no me voy a desangrar». Rasguños poco aterciopelados y buen manejo de los
tonos oscuros que cambian a mitad de la canción y se transforman en invencibles,
invisibles a la oscuridad. Voz aguerrida, fuerte y que no tiembla.
Respira es la versión más plácida de Pasajero con brochazos de
estridencias guitarrera que adornan la canción al modo The Stranglers: «bocas demasiado
grandes para hablar de los demás». De ahí pasamos a Las 4000 islas, donde Pasajero cierra filas en compañía de
otros, y que en Perdóname aprovecha Daniel
para preguntar ¿Cómo estáis? Hace tiempo, no sé cuánto, pudimos subirnos a este
escenario teloneando a Niños Mutantes, mientras sube a la
tarima Andrés López (componente del grupo), para acompañar a Pasajero
en una canción plena de adrenalina guitarrera que acaba con un final explosivo.
Autoconfesión le sirve al grupo para
agradecer el esfuerzo y el cariño puesto en su trabajo a todos aquellas
personas que han colaborado en el disco: «si has cedido hasta el último centímetro/
y no hay cuerda para más». Otro gigantesco medio tiempo que comienza suave y
acaba como un huracán: «y lo demás no importa».
El bis nos trajo la mejor canción
del segundo y último disco de Pasajero, y que también le da nombre,
Parque de atracciones; una tesis de
guitarras elegantes e hirientes que perpetúan la historia del rock. Luces,
sombras... y destellos de atmósferas ochenteras. Explosiones rítmicas y sonoras
que arrasan a nuestros sentidos. Latigazos de intensidad que se rebelan contra
la monotonía. Magníficos y especiales en la concepción de una melodía rompedora
y devastadora como pocas; chapó. Cuando suena Borro mi nombre sube Pucho (cantante de Vetusta
Morla) al escenario (sin discusión el mejor cantante de la música
española en la actualidad, de lejos). Él solo, es capaz de llenar un escenario
que podríamos decir que se le queda pequeño. Fuerza, ritmo, energía y magia:
«hoy se derrumba el castillo de arena». Un grito de guerra que llega hasta el
infinito. Arrebatador en la urgencia, intenso en la proclama: «borro mi
nombre», correoso en la pelea, inmediato en el auxilio... Gente subterránea es el final de un concierto único y pleno de atmósferas
que nos elevan hasta el universo de los sueños. Y mientras pensamos esto,
Daniel nos canta: «este es el principio y el final, está en el aire».
Ángel Silvelo Gabriel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario