En ciertas ocasiones, la mente
humana camina en paralelo a la realidad, en una especie de paraíso de los
universos cerrados que nos aleja de ese otro mundo en el que los demás corren y
vuelan sin saber muy bien por qué ni a dónde. Existe la posibilidad de regresar
al punto de partida, a partir del cual todo nos empezó a resultar distinto, por
lo que tenía de auténtico y único. Sin embargo, esa opción no existe en Siete casas vacías, pues Samanta
Schweblin se empeña una y otra vez en llevarnos de visita por los
huecos de las casas donde solo caben los fantasmas o ese parte del alma que se
desmarcó de una forma muy juiciosa de la parte racional de nuestro cuerpo. Esta
recopilación de relatos es un conjunto de miradas que se pierden tras la
cortina de un cristal, adornado de múltiples gotas de agua, que hacen las veces
de cortinilla entre realidad y ficción. Esas gotas, con las que se distorsiona
la luz del sol, son las que la autora argentina nos muestra en estos seis
relatos cortos y una nouvelle que se
disfraza de relato sin llegar a serlo. En ese universo literario de soledades y
silencios, y espacio geográfico de casas vacías, hay una trágico desdén a la
hora de replantearse ese sentimiento de culpa que hizo sentir, a cada uno de
los protagonistas de los relatos, la necesidad de huir de sí mismos y, de esa
forma, no tener que afrontar la transmisión de sus miedos más allá de la línea
del horizonte, en este caso, reconvertido en una imaginaria línea de la
esperanza. Algo, a lo que sin duda, contribuye su economía verbal y la ausencia
de adjetivos que convierten a la prosa de Schweblin en pragmática, como buena
parte de sus personajes, perdidos en sus propios ditirambos.
Sin duda, esa mirada que tiene Schweblin
sobre el mundo, es la que hace de su universo literario un espacio propio, pues
con sus palabras traza las líneas de una frontera de ficción que solo le
pertenece a ella. Una buena prueba de esta afirmación es el primer relato del
libro, Nada de todo esto, donde una
madre y una hija deambulan perdidas por viviendas ajenas, hasta llegar a la
conclusión de que los paraísos perdidos tienen forma de azucarera. Aquí ya nos
queda claro que Samanta Schweblin domina la tensión de la narración corta sustentándose
en la economía verbal de la información. Algo parecido ocurre en Mis padres y mis hijos, donde partiendo
de una situación absurda somos capaces de adivinar ese otro mundo, ese otro
universo que se esconde tras la más abyecta realidad; buen ejercicio de estilo
y psicológico sobre las verdaderas razones de una decisión equivocada.
En Pasa siempre en esta casa, asistimos a ese juego de fantasmas en el
que en ocasiones se convierten la confrontación de los personajes de Schweblin,
donde la realidad no es sino el reflejo de un espejo que nos engaña
constantemente. Perfecto y sintético relato en el que comprobamos el gran
manejo de la tensión narrativa con giro final incluido. Algo semejante ocurre
en La respiración cavernaria, nouvelle revestida de relato, en el que
la autora necesita de una mayor extensión para retratar y dibujar,
magistralmente, la mente de su protagonista. Relato asfixiante e hipnótico que
crea y se recrea con gran resonancia, por parte de Schweblin, esa atmósfera
que nos envuelve durante todo el relato. Aquí, las líneas de la realidad y la
ficción se entrecruzan y se difuminan de una forma caprichosa que no lo será
tanto al final. A La respiración
cavernaria le podríamos denominar como el gran ejercicio de estilo de esta
colección de relatos con la que Samanta Schweblin ganó el Premio
Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero.
En Cuarenta centímetros cuadrados asistimos a un nuevo ejercicio de
huida retratada en forma de búsqueda de una caja de aspirinas. La indagación
del pasado, y de esos lugares comunes donde poder volver a encontrarnos seguros,
llevan a la protagonista del relato a ese espacio donde nunca pensó que
acabaría llegando. Y todo ello contado de una forma breve y concisa, al mejor
estilo de las escuelas del relato breve (solo músculo, recuerden, nada de
grasa). En Un hombre sin suerte,
quizá, el mejor relato de todos, Schweblin nos somete a la tensión de
una trama, pura en lo trágico y mágica en lo inocente, entre una niña pequeña y
un pederasta. De una forma asombrosa, la narradora nos va situando en
diferentes posiciones respecto de los personajes, todas ellas intrigantes, todas
ellas necesarias, a la hora de plantear y resolver una situación muy peliaguda,
donde incluso, su título es pura ironía. Y para finalizar, Salir, otra vuelta de tuerca a ese universo de situaciones
cotidianas que devienen en únicas. En esta ocasión, una toalla es la barrera
entre realidad y ficción y el escudo con el que nos protegemos de nuestra
propia libertad. Una libertad que no le falta a esta narradora a la que le cuesta
unir sus palabras, aunque no lo parezca tras leer esta recopilación de paraísos
y de universos perdidos titulada, Siete
casas vacías.
Ángel Silvelo Gabriel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario