Cuando
acabe el invierno se habrán terminado el jolgorio y las risas. Entonces, el eco
del tiempo se convertirá en un pergamino repleto de letras, en el que las
vistas, los pleitos, y los recursos que forman parte de la titularidad de mi
vida, serán el mayor accionista de una empresa que siempre miró por el interés
del cliente. A pesar de todo, creí haber atravesado el umbral de la gloria el
día que me hicieron socio preferente del bufete. Sin embargo, a partir de ese
momento comenzó el ocaso de mi vida, porque me perdí en una especie de
laberinto sin salida. Me olvidé de todo, incluso de mí mismo, hasta que el sabio
paso del tiempo me hizo ser consciente de mi fracaso, porque por no conocer, no
conocía ni el alcance de mi testamento.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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