1.- JOKER, UNA PELÍCULA DE
TODD PHILLIPS: LA VOLUPTUOSIDAD DEL RECHAZO
Joker es una sátira desnuda y nada moralizante de la
sociedad moderna y su eterna búsqueda de la felicidad. La sonrisa y su dibujo,
en este largometraje, tienen destellos de locura, genialidad y rechazo. Hoy no
se nos permite estar tristes, y mucho menos ser diferentes. Esta película
retrata con gran maestría la dictadura del entretenimiento en la que nos
desenvolvemos y sus fatídicas consecuencias. En ella se nos muestra a una
sociedad hipócrita que naufraga en un ramplón buenismo que solo nos aporta
destrucción y rechazo. Justo lo contrario a lo que se pretende. Esa
contradicción es la culpable del histrionismo que nos embriaga con el aroma de
una falsa realidad que nos permite mantenernos en el engaño permanente. El
propio y el ajeno. Así, el protagonista del film (un genial Joaquin
Phoenix), marcha apegado a
su sonrisa de una forma enfermiza; una sonrisa que es la mejor expresión de su
necesidad de salvación y, a la vez, de su disgusto con el mundo. Él quiere
hacer feliz a la gente, pero no le dejan. Aquí, más que nunca, parece hacerse
cierta la expresión: «cuando eres bueno resultas invisible». En este caso, su
director Todd Phillips,
y guionista junto a Scott Silver,
nos hace hincapié en que la felicidad está sobre valorada y, quizá por ello, su
mayor contradicción y más categórica expresión de la misma sea la voluptuosidad
del rechazo. Un rechazo pintado de blanco y teñido de sangre y venganza.
Narcisismo y crueldad. Pero también de miedo y compasión. No son gratuitas las
referencias cinematográficas dentro de la película a Tiempos
modernos de Charles
Chaplin, o a los bailes de
claqué de Fred Astaire,
pues una y otra son palmarias referencias de la infelicidad y la sonrisa; de la
alegría y la alevosía del poder, en una nueva manifestación del juego de la
contradicción a la que nos invita su director, y que nos sumerge en la más
oscura de las simas. Una y otra son una punzante metáfora de lo que somos y en
lo que con el paso del tiempo llegaremos a convertirnos. Aquí director y
guionista nos alertan de que no es necesario ser felices todo el tiempo, porque
el ser humano también necesita explorar sentimientos como el dolor o el llanto.
Entonces, ¿existe la felicidad más allá del dibujo de una sonrisa? ¿Es obligado
tener esa perenne actitud ante la vida? Para responder a estas preguntas pasen
y vean.
2.- PARÁSITOS DE BONG JOON-HO:
LA IMPORTANCIA DE TENER UN PLAN
Parásito es aquel que vive del otro. Ya sea
éste el Estado —estamento que por cierto no se analiza en esta película— o de
un particular, a modo de un Robin Hood moderno sin más escrúpulos que los de
copiar la mímesis del otro. En esta ocasión, ese otro es el opulento. El rico.
El poderoso. O eso al menos es lo que nos muestra el director surcoreano Bong
Joon-ho en Parásitos, la película con la que ha ganado
este año la Palma de Oro de Festival de Cine de Cannes. Aquí la salvación no se
produce a través del esfuerzo que nos puede llevar a disfrutar de una vida
mejor, sino mediante la astucia a la hora de compartir aquellos bienes que ya
tienen los más afortunados. De ahí, la importancia de tener un plan, como se
nos recuerda en varias ocasiones a lo largo del largometraje. La importancia de
tener un plan y también la pericia de traspasar la fina capa que separa al amo
del siervo en un espacio compartido. Espacio de lujo y placeres que se
encuentran muy a mano, tanto de unos como de otros. De ahí, que salvarse del
precipicio de la pobreza se puede hacer de muchas maneras, pero en Parásitos,
la dignidad, el esfuerzo o el mérito a la hora de escalar en la sociedad, son
características que no se encuentran entre los componentes de la familia pobre,
donde todo se deja en favor de la importancia de tener un plan. Plan rápido y
sin escrúpulos. Plan sin memoria ni vergüenza. Plan abocado al fracaso y sus
consecuencias. Y ahí es donde se encuentra la dura crítica hacia aquellos que
creen que el éxito es algo que se posee sin esfuerzo, y sí solo a través del
ingenio.
Parásitos es una película que contiene una gran crítica social sobre cómo se
relacionan los estratos sociales más poderosos con los más empobrecidos.
Llegando a la conclusión de que, aparte de que unos y otros mantengan la
distancias de una forma continua y a veces cotidiana en espacios comunes donde
el siervo sirve a su amo, ambos se parecen demasiado, pues ambos tiene el mismo
objetivo. Esa libertad que proporciona el poder del dinero, en este caso,
escarba en la miseria del ser humano en uno y otro bando para no dejar títere
sin cabeza. Parásitos es un film que entremezcla estilos y situaciones
divertidas y terribles con una naturalidad pasmosa, y sin que apenas nos
asombre, pues una peculiaridad de la historia que se nos cuenta es que parece
que la misma es tan real como si la estuviésemos contemplando desde una de las
ventanas de nuestra casa, aunque no demos pábulo a aquello que contemplamos.
Esa sensación de asombro y desasosiego se despliega con una gran dirección de
actores y un ritmo visual y narrativo casi mágico a lo largo de las más de dos
horas que dura el largometraje. El gran acierto del director coreano es
hacernos ver las diferentes formas con las que el ser humano afronta su
supervivencia dependiendo de la clase social a la que pertenezca. Una lucha
donde los buenos no son tan buenos, ni los malos son tan malos. En este
sentido, el propio Bong Joon-ho nos advierte que la mayor lucha
por la supervivencia no se produce entre ricos y pobres, sino entre aquellos
que luchan denodadamente por defender el último escalón social al que
pertenecen, proporcionándonos en este film unas grandes dosis de violencia y
crueldad a la hora de mostrarnos tal defensa de la miseria sin mayor dignidad
que la de aplastar al otro sin más.
3.- HISTORIA DE UN MATRIMONIO DE NOAH BAUMBACH:
EL MANICOMIO DEL DESAMOR
Si miramos al horizonte corremos el riesgo de
ver nada más que nubes que se confunden tras una intensa bruma. Si miramos al
horizonte muchas veces lo que queremos es ver ese cielo azul que creemos que
nos merecemos, porque en el fondo, a través de él nace dentro de nosotros la
necesidad de estar vivos. Vivos y acompañados de la persona amada, porque con
ella, somo capaces de cerrar ese círculo donde no dejamos pasar al dolor y a la
desesperación que se alían con el desamor. Amor y desamor. Gladiadores de la
vida y del día a día que nos reta con sus espadas en todo lo alto. ¿Y qué
ocurre cuando el que vence es el desamor? Que todos sabemos que, a pesar de
todo, tras la espesa niebla existe el sol y su cualidad de iluminarlo todo para
hacerlo distinto. Una meta, la de la luz, que Noah Baumbach
concede a los protagonistas de su Historia de un matrimonio como
reflejo de aquello que fue su particular historia de amor antes de mostranos la
cara oculta del mismo: el manicomio del desamor. Un manicomio con sus
habitaciones propias, estancias vacías y pasillos llenos de incertidumbres que
nos trasladan de unas a otras sin desearlo. Habitaciones y estancias extrañas
porque nunca quisimos habitarlas. Habitaciones y estancias donde la realidad y
la ficción. La verdad y el deseo. Los actos y sus consecuencias, se van dando
la mano tras cada escena de esta película donde las experiencias maritales
fallidas salpican una y otra vez esa necesidad de destrucción antes de
encontrar un poco de paz. Una paz con la que estar vivo de nuevo, pues ese
proceso de catarsis en el que estar vivo tiene mucho que ver (en la película)
como una salida de los infiernos o una vuelta a la vida donde, por fin, la
espesa niebla que nos enturbia la mirada y el corazón deja paso a algo de paz,
comprensión y sentido común. Los egos, en este caso, de un director de teatro y
una actriz, se delatan tras cada mirada o cada silencio. Un silencio que de una
forma inteligente Noah Baumbach ha dejado en mano de los
protagonistas para darle voz a través de unos abogados buitres que son
víctimas, también, de sus propios fracasos.
4.- LA FAVORITA DE YORGOS LANTHIMOS: EL AMOR Y SU PODER REFLEJADOS EN ESTANCIAS DE PENUMBRA
El
camino que recorre el amor a lo largo de nuestras vidas viene escalonado por
diferentes estancias de penumbra, en las que en ocasiones se cuela la luz del
sol de una forma arrebatadora y, en otras, reina la oscuridad más absoluta.
Como dice el propio director griego de esta película, Yorgos Lanthimos,
«el poder, es la forma más descarnada del amor». Quizá, porque en esas
estancias de penumbra revoloteamos cual pájaro prisionero entre paredes que nos
hablan o nos recuerdan a nuestros errores o derrotas sentimentales, esas que
marcan nuestra existencia más que la pérdida de una guerra, por más que uno —en
este caso una—, sea la reina de Inglaterra. En este sentido, La favorita
se adentra sin remilgos en el farragoso terreno del poder que para su
definición total precisa del arma del amor como la mejor herramienta para
llevar a cabo sus propósitos. El poder, esa droga que nunca sacia al espíritu
humano, busca en esta película los escondrijos más sutiles —y en ocasiones
sexuales— del Estado para conseguir sus objetivos. Bajo una narración ágil
divida en ocho capítulos que dan a la historia la forma de cuento de brujas y hechizos,
La favorita recorre los territorios que van desde el amor a
la crueldad en forma de tragicomedia sin forzar un ápice su esencia: el amor y
su poder reflejados en estancias de penumbra. Estancias de penumbra,
vestuarios, fiestas y bailes que nos recuerdan de una manera sucinta a las
películas del gran Peter
Greenaway. La favorita
es un film de época repleto de extravagancias al que sólo le falta la música
compulsiva de Michael
Nyman para lograr rizar el rizo. Yorgos Lanthimos,
en esta ocasión, nos brinda la versión más arriesgada de una forma de entender
las vicisitudes de los asuntos de Estado que, en La favorita,
deambulan por los caprichos de una reina enfermiza y encerrada en un palacio
que nos recuerda más a un castillo y sus mazmorras que a una estancia real de
principios del siglo XVIII. La intriga, la diversión y el deseo se encuentran y
confrontan bajo las miradas, siempre seductoras, de sus tres protagonistas,
magníficas las tres y firmes candidatas a todos aquellos premios a los que se
presente esta película. El desgarro, la huida y la soledad están
extraordinariamente interpretados por una Olivia Colman
perfecta e inconmensurable en el papel de reina Ana. A su lado, su consejera y
amante, Lady Marlborough, interpretada por Rachel Weisz,
cuya expresión de lujuria producida por el poder, resulta conmovedora por la
fuerza y la ira con el que las ataca. Tras ella, Abigail,
a la que da vida Emma
Stone, cuyo reflejo incandescente de sus fríos ojos
azules atrapa al director para filmarla cercana, y desnudarla en sus gestos y,
a través de sus labios, sus ojos y los lóbulos de sus orejas —al principio
desnudos y después adornados de lujosos pendientes— hasta convertirla en un
caleidoscopio de emociones que van desde la inocencia a la maldad, la transparencia
a la oscuridad, la cercanía a la venganza, sin duda, una explosiva mezcla de
emociones y resultados.
Ángel
Silvelo Gabriel.
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