La
percepción de la vida o del alma humana admite múltiples interpretaciones, una
de ellas, sin duda, es la fotografía. Esa especie de flash donde se detiene el
tiempo y, que además, nos permite ver la huella del momento retratado dibuja
como pocas artes la posibilidad de lo imposible. No obstante, si nos
trasladamos al unísono con las manecillas del reloj, ese fugaz instante se
borra de nuestra memoria, y si lo queremos volver a atrapar, tenemos que
regresar a los recuerdos. Las fotografías de Julia Margaret Cameron https://es.wikipedia.org/wiki/Julia_Margaret_Cameron
son esos recuerdos extraídos del pasado que, gracias a su particular forma de
reinterpretar la fotografía, se posan sobre nosotros como un manto mágico capaz
de trasladarnos a lo largo de una máquina del tiempo que nos sitúa mucho tiempo
atrás. Esa puede ser la primera sensación que a uno le dejan los retratos, en
ocasiones, deliberadamente desenfocados, de esta mujer británica nacida en la
India. Hay un mestizaje de tonos y composiciones en sus fotografías que nos
trasladan al mundo de los sueños. Sus personajes parecen hipnotizados por la
fuerza del objetivo de la cámara, como si quisieran reinterpretarse a sí mismos
a través del lenguaje de las miradas perdidas. Lengua universal el de las imágenes
y las miradas, pues no necesitan el apoyo de la palabra. Ahí radica la fuerza
de las fotografías de Julia Margaret Cameron que, a pesar
de que empezó a hacer instantáneas a la nada despreciable edad de 48 años,
enseguida descubrió cual era el camino a seguir.
En este sentido, el método especial
que utilizaba a la hora de revelar sus negativos, la llevaron a concebir la
fotografía como una suerte de imperfecciones aderezadas con el magnetismo de
sus composiciones —algunas de ellas basadas en composiciones poéticas de
grandes voces líricas— y, sobre todo, en la capacidad que tenía de congelar ese
mágico instante donde a través de los ojos de sus personajes, somos capaces de
adivinar muchas cosas de ellos. Esa percepción de la fotografía la convierte,
sin duda, en una especie de vampiro del alma humana sólo difuminada por la
belleza y la crudeza de muchas de sus imágenes, pues muchas de ellas nos
invitan a traspasar esa frontera que divide a la realidad de los sueños, ya que
muchos de sus retratos nos invitan a eso, a soñar cómo eran aquellas personas
que ella retrató y cómo se desarrollaban sus vidas en una época que, para
nosotros, ya es demasiado pretérita. Su tesón, su atrevimiento y su entusiasmo
por derribar barreras configuran a Julia Margarte Cameron como una de
las precursoras de las fotografías artísticas, bellas en sí mismas y que no
admiten otra interpretación que la de la contemplación de la propia belleza. En
este sentido, el lirismo de muchos de sus retratos de mujeres, se contrarrestan
con la dureza de las fotografías masculinas que denotan esa fuerza aguerrida de
los hombres del s. XIX, con sus grandes barbas y sus rostros llenos de arrugas
modeladas por el paso del tiempo.
Visitar
la exposición de Julia Margaret Cameron en la Fundación Mapfre de Madrid
https://www.fundacionmapfre.org/fundacion/es_es/cultura-historia/nuestras-salas/barbara-braganza/
es concederle una oportunidad al pasado, y revisitarlo de una forma muy especial,
por intensa, bella, lírica, e impregnada con ese amargo sabor que nos deja el
paso del tiempo, aunque en esta ocasión sea menos trágico, pues lo hacemos con
la sensibilidad de una mujer que supo ver el mundo y la vida a través de las
miradas de los otros —lejanos y cercanos—, porque quizá, no haya una mejor
forma de reinterpretar el mundo que hacerlo a través del lenguaje de las
miradas perdidas.
Ángel
Silvelo Gabriel
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