Existe algo peor en este mundo que una
mala sentencia? «Un libro largo y mal escrito», me dije. De ahí, que no
sintiera remordimientos cuando le dejé abandonado en un banco de la avenida.
Pensé que no existía una fianza literaria, lo suficientemente portentosa, como
para que le salvara de su fatídica condena, a pesar de ser consciente de que,
ni siquiera el mejor de los bronceadores con un alto porcentaje de protección,
sería suficiente para borrar las huellas de mi abandono. Sin embargo, un
piadoso rayo de luz me iluminó antes de alejarme de él, y mi fama de abogado de
pleitos pobres hizo el resto, porque le concedí una última oportunidad en forma
de inscripción final. Al día siguiente, cuando me acerqué a comprobar si
todavía permanecía donde yo le había dejado no me extrañé al no verle. En
definitiva, sólo se trataba de un pésimo libro que yo mismo había redactado
sobre escritores fracasados metidos a abogados sin diploma en judicatura, bajo
cuyo título, se exhibía un post-it que ponía: BookCrossing sin derecho a
apelación; un epitafio que a él, sin embargo, le salvó de mi condena.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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