Todo es pequeño en el Bosco y su obra (su
producción, las tablas de sus cuadros, sus personajes reales y sus figuras
inventadas...), si exceptuamos la brillantez de su fantasía, pues ésta no
conocía límites. Lo real y lo imaginario, lo posible y lo inaccesible se
yuxtaponen en sus representaciones pictóricas de una forma nada casual, pues
sus composiciones, al igual que una obra teatral, requieren de una estudiada
puesta en escena que nos lleva en cada una de sus pinturas a visualizarlas como
cuadros narrativos que nos van contando una historia: la del mundo y sus
gentes; la de sus gentes y sus vicios y perversiones; la de la vida real y la
de los sueños que se contraponen a ésta, como lo hacen a cada paso la virtud y
el pecado, la dicha y la desgracia…, en una concatenación de simbolismos y
pinceladas que nos advierten de que no hay posibilidad de encontrar un
equilibrio en su punto de encuentro. En este sentido, el mensaje con el que el
Bosco dota a sus cuadros nos es transmitido de una forma inteligente: a
través de la luz y el color de sus creaciones. La luminosidad que proporciona a
sus cuadros, en los que elige el pan de oro o los rojos fuertes sin descuidar
su gama de azules (sólo por poner un ejemplo), son como destellos que nos
advierten del peligro, pero también de la pasión y la pretenciosidad existente
en el ser humano. Muchas son las interpretaciones y reinterpretaciones de sus
pinturas, pues en ellas subyace la inteligencia de la mentira que nos
proporciona su inagotable fantasía y su exuberante imaginación. Con ellas, nos
proporciona un magnífico retrato de la época en la que vivió y de las
costumbres religiosas y paganas de sus gentes, pues esa es otra de las
características de su pintura: la observación y la plasmación de lo tangible a
través de lo onírico, acentuándolo con sus grandes dotes como dibujante y el
simbolismo presente en todas sus obras, lo que nos hace pensar en esa duda
existencial por el más allá que subyace en su pintura. Una duda que tiene a la
muerte como gran protagonista; un miedo, el de la muerte, que retrata y
persigue la vida de las personas. El Bosco tampoco es ajeno a él,
pues tras ese bello lazo de luz y color de muchos de sus cuadros se esconde ese
otro mensaje desalentador de lo efímero de la vida y lo inútil que resulta caer
en el pozo de los pecados, advirtiéndonos de que el verdadero camino es el de
la virtud. Aunque más allá del mensaje religioso que protagonizan una buena
parte de sus pinturas, hay que destacar en Jheronimus van Aken,
más conocido en España por el Bosco, su perfil de hombre culto y
amante de la literatura, pues ésta, se muestra siempre presente en los temas,
tanto religiosos como alegóricos que imaginó y pintó.
Dada la escasez de composiciones del protagonista de esta
magna exposición, y con gran acierto por parte del personal del Museo del
Prado, en la muestra podemos contemplar también obras de pintores
contemporáneos suyos o procedentes de su taller, lo que nos proporciona una
visión más completa de la época en la que vivió y de la gran influencia que
tuvo en muchos de ellos. Es verdad que ahí radica otra de las controversias de
su obra, la de poderle adjudicar la autoría de alguna de sus pinturas, pero ese
es sólo otro de los debes a una vida (en apariencia) tranquila en su
Hertogenbosch natal. Dudas que han sido disipadas de una forma brillante por la
comisaria de la exposición, Pilar Silva Maroto que, entre otros
muchos aciertos, ha dispuesto, las tablas más conocidas y prestigiosas del
artista, en pedestales que se asemejan a divanes en forma de S tumbada que,
aparte de permitir a un mayor número de visitantes contemplar los cuadros a la
vez sin interrumpirse el campo de visión los unos a los otros, nos deja al
descubierto otra de las características de los trípticos, las parte exterior de
las puertas de cada una de ellos que, al ser expuestas para su contemplación,
nos proporcionan no sólo el contraste entre el interior y el exterior de las
tablas, sino también, la posibilidad de disfrutarlas al completo, igual que si
se nos estuviese revelando un secreto. Un enigma (en esta ocasión desvelado)
que, sin duda, acrecienta el carácter enigmático de este misterioso artista
que, a buen seguro, nunca fue consciente de su relevancia en la Historia de la
pintura más universal, pues ese es uno de los mensajes que subyace en sus
pinturas: el de la universalidad. El Bosco, de algún modo,
traspasó la barrera del tiempo (como los personajes de sus pinturas), pues fue
un pintor que se adelantó a su tiempo, y que posteriormente fue reivindicado
por otros artistas o movimientos artísticos, como por ejemplo el surrealismo,
logrando de este modo, desdoblar su genialidad a través de la brillantez de la
fantasía presente en su obra.
Ángel Silvelo Gabriel.
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