El protagonista (un chico de quince años) en algún sentido nos recuerda al niño de El guardián entre el centeno (quizá tenga algo que ver que Murakami haya traducido al japonés la novela). Entre otras muchas cosas, Kafka... trata de la certeza del destino predeterminado, ante el que la fuerza humana nada puede hacer (algo parecido a lo que ocurre en la novela El Malentendido, de Albert Camus), y ese destino se superpone a las historias y aventuras de los personajes de la novela. Una casualidad determinista que dirige nuestras vidas, y que a veces intentamos cambiar sin éxito (¿todo está escrito?).
Murakami es un autor que emplea muchas referencias occidentales, lo que le ha servido para ser considerado el escritor japonés más occidental de nuestro tiempo. Algo nada casual si pensamos que ha traducido al japonés a autores como Carver, Fitzgerald o Salinger, pero además, sus novelas también contienen música pop; una peculiaridad narrativa que trasciende lo meramente literario, para trasladar la acción, a ese otro rincón de nuestro subconsciente colectivo donde se alojan todas y cada una de las bandas sonoras de nuestras vidas.
Volviendo a la novela, Kafka... se inicia con la escapada de un niño de quince años de la casa de su padre, y que sin saberlo todavía, recreará la tragedia clásica de Edipo. Por otro lado, el nombre del protagonista: Kafka Tamura, le sirve a Murakami como homenaje al escritor checo, así como, la habilidad de dotar a los gatos para hablar con uno de los personajes, se asemeja mucho al universo opresivo de su universal obra Metamorfosis. Sin embargo, el final de la novela decepciona un poco por la solución que el autor nos propone al universo fantástico que a medida que avanza la historia se apodera de la trama. No obstante, el final no desmerece el resultado final de la novela, porque sin ir más lejos, las metáforas que construye el autor a lo largo de la misma, aparte de extrañas (quizá para una mente occidental), son sencillamente geniales e impactantes, lo que nos devuelve al gran Murakami, porque esa forma suya de mirar al entorno, tan sumamente original, es lo que le hace distinto.
En contraposición a lo expuesto, la occidentalidad de Murakami se difumina y se funde con la capacidad narrativa que otros autores japoneses poseen en su recreación de la sensualidad en las relaciones de sus personajes, pues en ellas, todo es armonioso aunque no frágil, sincero pero no vulgar. En este sentido, cabe traer a colación la hipersensibilidad de Mishima en su novela Caballos desbocados (donde trata el amor con una pureza extrema pero no por ello menos sensual, atrayente e intensa), como un reflejo donde quizá Murakami se haya mirado.
En definitiva, esta novela de Murakami es una excelente muestra de un universo propio, inquietante y atractivo a la vez, que como la buena literatura, nos hace querer conocer más obras de su autor.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel
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