miércoles, 28 de febrero de 2018

TEATRO TRIBUEÑE: PROGRAMACIÓN MARZO 2018

TEATRO TRIBUEÑE

TEATRO DE REPERTORIO

PROGRAMACION MARZO

Tres fuertes voces... la voz de la muerte, la voz del amor y la voz del aire. 

– Federico García Lorca –OGRAM

GR

A

CFINES DE SEMANA DE MUSICAL

IÓN

TRIBU DE POETAS DE ESTE MES

MARZO



martes, 27 de febrero de 2018

ALEJANDRO MORELLÓN, EL ESTADO NATURAL DE LAS COSAS: LOS SERES DESUBICADOS DE UN PLANETA LLAMADO EHIO



Ehio es un pueblo, Ehio es una mujer, Ehio es una galería de arte contemporáneo… Ehio es el nombre y la clave de un universo donde habitan los personajes desubicados de El estado natural de las cosas y, también, es la posibilidad de observar el mundo desde un lugar y un espacio que nos permite atisbar esa parte de nosotros que jamás vemos. Un lugar que, como un espejo, nos deja visualizar aquello que siempre nos resulta invisible y, en lo que no nos detenemos, salvo cuando ya es demasiado tarde. Ese otro al que se refería Pessoa es, en El estado natural de las cosas, el conjunto de unos personajes incomprendidos e inadaptados al medio en el que les ha tocado vivir. Las circunstancias físicas o meteorológicas, las necesidades económicas o el eco de una risa se desenvuelven este conjunto de relatos como algo más que una simple anécdota que lo cambia y lo determina todo, pues se convierten en el hilo conductor de aquello que nos parece extraño, aunque quizá no lo sea tanto. La incapacidad de mirar hacia el otro con la empatía o la comprensión que pedimos para nosotros mismos, en estos cuentos es la propuesta y el punto final de este conjunto de siete historias que nos invitan a reflexionar sobre la falta de capacidad de ponernos en las situaciones ajenas que, nuestra vida diaria, tan poco propicia a las sorpresas, no tolera. La diferencia aquí ya no radica ni en color de la piel ni en la religión ni tan siquiera en la clase social, porque Alejandro Morellón nos plantea el ser otro desde la opción de vivir la vida a través de la peripecia del distinto, del ajeno a nosotros y, con ello, nos obliga a detenernos a mirar el mundo desde un punto de vista transversal a aquel que nos protege de todos los infiernos y singularidades que no nos pertenecen. En este sentido, la portada de este libro es más que sugerente y acertada, porque nos retrata a personajes anónimos que se precipitan al vacío con la única sujeción posible del perfil de unas letras que nos permiten leer el título, y a la vez, ser testigos mudos del vacío. Un vacío anónimo sobre el que se abalanzan nuestras vidas en una representación muy similar a las silenciosas y expresivas figuras del escultor Juan Muñoz. Hombres y letras que, de la mano, nos prescriben esa realidad fantástica que nos traslada a la agonía de lo imposible, porque imposible es pertenecer a un mundo en el que ya no vives o en el que ya sólo eres recordado como una sombra.



El estado natural de las cosas es la reivindicación de la literatura como un espacio donde poner a prueba nuestros sentidos y la lógica de aquello que aceptamos por cierto, para desde esa incertidumbre, entresacar los hilos que cuelgan huérfanos de la tela a la que están cosidos, y que marcan las zonas de imperfección de una pieza que sólo deja ver aquello que permanece inalterable al paso del tiempo, y no así esa otra parte oscura donde se concitan las experiencias que nos marcarán de por vida, porque en la singularidad de los excesos o las ausencias, es donde se unen la estridencia de lo cotidiano y la belleza de lo ajeno, allí donde no hay nada más perturbador que el otro; ese otro que no arrebata el sueño y nos hace pensar, aunque sólo sea un instante, que nos hemos equivocado.



Con una prosa sencilla cargada de simbolismo y algunas dosis de poesía, Alejandro Morellón nos abre las puertas de un universo subterráneo al que normalmente nos da miedo mirar, pero que, a través de sus palabras, se transforma en una forma original y distinta de poder vernos a nosotros mismos más allá de nuestras limitaciones. Bajo el eco literario de Kafka, Cortázar o Borges, El estado natural de las cosas nos sumerge en un universo donde habitan los desubicados de un planeta llamado Ehio. No en vano, el primer relato de este libro con el que, Alejandro Morellón ha ganado la pasada edición del prestigioso premio hispanoamericano de cuentos Gabriel García Márquez comienza así: «Siempre he disfrutado de la violencia de lo cotidiano: por ejemplo, la de un vaso que se rompe en la oscuridad».

 

Ángel Silvelo Gabriel. 

lunes, 26 de febrero de 2018

LADY BIRD, ESCRITA Y DIRIGIDA POR GRETA GERWIG: ATRAPADA EN SACRAMENTO EN BUSCA DE SU PROPIA IDENTIDAD



La adolescencia es una etapa de ruptura con el pasado y de incertidumbre ante el futuro. El pasado ya no nos produce respuestas válidas o creíbles, y el futuro se nos muestra incierto por inexplorado, de ahí, que la adolescencia sea un período de conflicto. En muchas ocasiones esa guerra particular se dirime hacia adentro a través del aislamiento, pero en otras, esa guerra contra el mundo se declara de puertas hacia afuera. Y es en esa especie de embudo que te envuelve y no te deja escapar, en el que se encuentra atrapada la Lady Bird —señorita pájaro— protagonista de la película. Christine —este es su verdadero nombre— está interpretada por una valiente y demoledora Saoirse Ronan que, como muchos jóvenes, se encuentra perdida en su propio laberinto o, como en este caso, atrapada en Sacramento en busca de su propia identidad. Esa ciudad del medio Oeste que no es ni San Francisco ni Los Ángeles y, a lo que se ve, se encuentra muy lejos de la ansiada Nueva York, pues para nuestra protagonista, es una cárcel sin barrotes de la que quiere salir; una ofuscación que la hace insensible a los portentosos travellings que, Greta Gerwick, nos muestra de los atardeceres de la ciudad cuando la recorre en coche: puentes, iglesias, edificios, o el propio río, son una magnífica secuela para los recuerdos; unos recuerdos que, sin embargo, no se reproducirán en el cerebro de Christine hasta que no esté lejos de ese entorno.



Sacramento es un espacio no deseado por lo hostil que se presenta ante la posibilidad de recrear un mundo libre de ataduras y más cercano al ideal de libertad o auto realización al que Greta Gerwick encamina a su protagonista, pero también, es un mundo posible en el que experimentar el éxito y el fracaso, pues esas dos cualidades siempre viajan a nuestro lado. Ese conflicto es el reproduce en el cuerpo y la mente de una joven norteamericana que, sin embargo, no se las da de original, pues cumplirá con todos y cada uno de los requisitos de su último curso del instituto —fiesta de fin de curso incluida—. Entonces, ¿dónde está la singularidad de la película?, pues su particularidad radica en el punto de vista que ha elegido su guionista y directora para desterrar de su cámara todo el glamour que Hollywood emplea en este tipo de películas, y fijar su foco en la dura realidad de la clase media norteamericana venida a menos. En esa parte más desconocida de la América real es donde se desenvuelve nuestra señorita pájaro, y lo hace sin otro aditamento que el del frustrante día a día de alguien que necesita respirar por sí sola y no sabe cómo logarlo sino fuera de su entorno. En esa incesante búsqueda de la propia identidad, es donde se retrata a una sociedad y a una familia que podría ser la nuestra, y es donde Christine no se calla y nos plantea una y otra vez la insatisfacción que marcha pegada a las situaciones de conflicto, sobre todo con su madre, una mujer autoritaria y protectora que a la vez vela por la felicidad de su hija. Una espléndida Laurie Metcalf que, con su valentía y rigor, nos proyecta una serie de escenas que nos proporcionan la contraposición al desenfreno adolescente: madre y padre a la vez, resucita el carácter indomable de aquellas mujeres que han tenido que renunciar a muchos de sus sueños, pero que sin embargo, no renuncian a un futuro mejor para su familia. La  proyección de esas contradicciones dan al relato una mayor dosis de verosimilitud y, le alejan, del edulcorado y perenne escenario en el que se desarrollan las cintas de las grandes productoras norteamericanas.



En esta película, Greta Gerwig rastrea, muy posiblemente, las huellas de su adolescencia, y lo hace desde un punto de vista feminista, entendido éste como la opción de la directora por abordarlo a través de dos mujeres como protagonistas principales y, bajo las emociones de una joven que a medida que abandona las consignas de los posters de su habitación se conduce sin miedo a la búsqueda de nuevas experiencias que la permitan comprenderse un poco mejor a sí misma y, de paso, al mundo que la rodea. En este sentido, el nivel interpretativo de Saoirse Ronan está a gran altura, tanto cuando encarna esa opresión que no sólo se circunscribe al mundo académico del colegio religioso al que acude, si no también, cuando explora el sentido del amor y de las primeras relaciones sexuales, donde quedan al descubierto el desencanto y la falsa percepción de este mundo híper sexualizado en el que nos desenvolvemos. De todas formas, Lady Bird no renuncia a ser ella misma cuando se enfrenta a todas y cada una de las situaciones que le tocan vivir, pues todavía no piensa en las consecuencias que su comportamiento le puede acarrear. Ahí, en la tibieza de los sentimientos de los otros, es donde se hacen más duros e incomprensibles los desengaños y las nuevas esperanzas que se quedan en nada y, ahí, es también donde Christine, con su pelo teñido de rosa, sus uñas a medio pintar o sus vaporosos y desatinados vestidos de fiesta, deja una estela real de lo que es la adolescencia de una joven que no quiere renunciar a ser ella misma. 

 

Ángel Silvelo Gabriel. 

domingo, 25 de febrero de 2018

MI DULCE ABOGADA DEFENSORA.- MICRORRELATO DE ÁNGEL SILVELO


Las campanas vuelan por el aire y su sonido se convierte en tu recuerdo. Los ecos de mi memoria van hacia ti como mi sombra se abalanza sobre las columnas de los soportales camino del Juzgado. En la soledad que me acompaña mientras atravieso la ciudad con tu corazón envuelto en papel de plata, las voces se escriben y las letras ya no se oyen. Lucho contra el vencimiento de mi derrota, pero sólo encuentro cartas que no existen y mensajes que no se leen. Sí, la distancia entre nosotros fue dinamitada, y ahora los colores nos delatan, yo soy el rojo y tú el mandarina. Cómo le explico ahora mi pena a la jueza, cuando ayer le prometí que hoy ya te habría abandonado. Cómo le digo que mientras llego a su despacho sólo pienso en mi dulce abogada defensora, cuando anoche me preguntaste ¿a qué saben los deseos?
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel

jueves, 22 de febrero de 2018

DULCE AMOR




DULCE AMOR



Mírame dulce amor y,

despójate de tus fríos silencios.

Tiembla y sufre mientras tu alma se rompe por mí.

Anhela un minuto a mi lado, dulce amor,

acaricia en mi seno el sol de la mañana después de

compartir cual mariposas el elixir de las flores.

Recítame un poema bajo las hojas del bosque y,

enamórate una vez más pensando que soy la bella Eurídice.

Árbol de una sola rama, testigo de mis noches oscuras

enséñame el camino donde dejaste tus huellas.



Te canto sobre la patria perdida del tiempo, dulce amor.

El destino no quiere saber nada de tu alma, y

tu cuerpo desprecia tu sombra.

Peso tu soledad y a los hipócritas que te abandonaron.

Lo hago a solas, cuando te visito al amanecer.

Lo hago con el auxilio del silencio, y

con lágrimas mudas que se pierden junto a lo que queda de mi mirada.

Lloro bajo el árbol que eres.

Lloro sabiendo que ya no tienes sombra y una sola rama.

Lloro, dulce amor, solo sé llorar tu ausencia para intentar equilibrar la balanza.



Tus recuerdos reverdecen entre las flores.

¿Dónde está tu halo, dulce amor?

Cógeme por la parte de mi cuerpo que todavía sangra.

Ven a mí, dulce amor.

Me vestiré como un pájaro y me posaré en tu única rama,

rama sin flores ni sombra.

Dulce canto el del roncal que busca la atemporalidad

en el silencio de la sombra que ya no derramas.

Cántame, ave del amor, con tu voz suave

¿quieres, tú, señor?



Soñé que siempre estaría a tu lado, dulce amor.

Salid, sin duelo, lágrimas de mi cuerpo…

Poséeme allí donde mi alma se convirtió en seda rasgada.

Quiero ser tuya con la complicidad de los astros del cielo,

en un lugar donde no exista la muerte.

¿Recuerdas?

«¡Naturaleza curandera, deja sangrar a mi espíritu!

¡Oh, libera a mi corazón de la poesía y déjame descansar!»[1]

Yo te liberaré de la solidez de la sangre, dulce amor y,

te llevaré donde no tengamos que mentir a nuestros sueños.



Cántame, dulce amor, con el viento de la noche y,

llena de versos mi dicha y, con ellos, reúne a todos los dioses.

No quiero que estés lejos de mí,

porque anhelo poder decirte un buenas noches.

¡Gocemos sobre lechos de flores!

¡Dulce belleza acompáñale siempre! y,

concédele un último deseo.

Nunca estarás solo, dulce amor,

porque yo estaré a tu lado,

en una pradera donde veremos cómo crecen los manzanos.



¡Versos alejad la desazón de mi alma!

Llevadme a donde sea suya, solo suya…

¿Quién será aquél que no me conceda este deseo?

¡Dejadme disfrutar de mi bacanal de glotonas miradas!

Salid, fuera de mí, fantasmas con vuestros desvelos.

Entre tules de seda acudiré a su encuentro y,

así, recuperaré la esencia de su alma.

Dicha, rocíame con la lavanda de la pasión y,

auxíliame para decirle que le quiero.

¡Dejadme disfrutar de mi bacanal de glotonas miradas!



Dulce amor, enséñame el camino que me haga llegar a ti y,

ayúdame a romper las barreras de tu conciencia.

Naveguemos aguas abajo por el Leteo.

Nadie nos echará de menos,

si acaso a tus poemas.

Ni siquiera los dioses nos pedirán que les confesemos nuestras razones.

Dulce amor, el tacto tiene memoria.

Pósate dentro de mí,

en el paraíso de mis más íntimos deseos y,

ámame despacio lejos de tu conciencia.



Dulce amor, no te olvides de mí cuando descanses junto a Afrodita.

Lucha contra tus dioses para que no nos separe el silencio.

Apenas tuvimos tiempo de amarnos,

ni de adivinar la sinrazón que se cobijó en nuestras almas.

Resucitaré contigo, amor,

en la profunda venganza de la nostalgia,

entre los vientos que desplazan al olvido.

Luché contra ti, dulce amor, pero aún te llevo dentro.

En la desdicha de nuestro amor

que aun supura el dolor de tus llagas.



Dulce amor, un día caminaremos por lunas de seda y,

allí formularemos de nuevo nuestro último deseo.

¡Dime que todavía quieres estar a mi lado!

No tengas miedo a unir nuestros cuerpos, porque

en cálidas fuentes calmaremos nuestros desvelos.

Sedientos caminaremos hasta el fin y,

nunca volveremos a vivir más en ayer.

Dulce amor, el infierno de nuestros temores dejará de existir y,

volaremos por tierras donde no existan ni tormentas ni nubarrones,

en un edén donde de nuevo seremos frágiles mariposas.

  

El destino ha querido, dulce amor,

que ya no me pregunte qué haré sin ti.

Al caer la noche me desprendí de aquellos que desprecian nuestro amor y,

buscan la falsedad de tus proclamas.

Quiero que cada noche sea única, dulce amor, y

que sobre nuestros cuerpos se alivie el néctar de las flores cual rocío de los placeres.

Allá a dónde iremos ya no nos harán falta las falsas deidades, porque

tu amada, más torpe que bella,

más triste que radiante,

será tuya para siempre.



[1]      Oda a Fanny. KEATS, John. Poemas escogidos.

lunes, 19 de febrero de 2018

MARY ANN CLARK BREMER, UNA PASIÓN PARECIDA AL MIEDO: EL SILENCIO QUE EXISTE BAJO LA NIEVE



La palabra como hilo conductor de las pasiones humanas y, también, como cadena que mueve la creación de historias de amor, terror o venganza. Palabras que buscan un lugar en los relatos cortos, las leyendas o en los simples retazos de una vida, aunque, a veces, tengan que luchar contra el silencio que se nos presenta tan majestuoso como el más imponente de los discursos. Palabras, en definitiva, que van de la mano del amor, por mucho que en determinadas ocasiones necesiten del silencio para, más tarde, poder ser invocadas a lo largo del paso del tiempo. Una pasión parecida al miedo nada más empezar a leerla nos produce la sensación de estar delante de una de esas historias que dejan huella en el lector y, si lo consigue, es porque ese miedo del que habla la autora en el título de este relato, se halla incrustado en el silencio que existe bajo la nieve. Silencio perenne, puro e indómito, pero a la vez, apasionado y circular, por lo opresivo que le resulta a la narradora que, a falta de palabras propias, busca el apoyo de esos otros textos de autores, como por ejemplo las frases-sentencias: «el dolor y el placer son ideas simples, que no pueden definirse», de Edmund Burke, que hacen de presentación de cada uno de los momentos en los que se divide esta pequeña nouvelle que, proporciona, toda la carga dramática y lírica posible a ese amor imposible que tiene miedo a romper las fidelidades del pasado con aquellas personas que ya no están entre nosotros. Ese tenaz y constante recuerdo es el que utilizará Mary Ann Clark Bremer para impedir la realización total del amor, si a esa última aspiración no llega la pasión que envuelve a las miradas, los gestos, los anhelos y las palabras entrecortadas por el deseo.



Una pasión parecida al miedo indaga en la introspección de todos aquellos sentimientos que caminan junto al amor sin por ello despreciar la fuerza de un destino que nos inhabilita para llevar a cabo lo que en determinadas ocasiones deseamos hacer. El refugio de las palabras es un buen instrumento para el fuego de la dicha que acoge a nuestro corazón cuando estamos al lado de la persona amada y, la metaliteratura, se convierte en el alfabeto con el que expresar todas aquellas sensaciones que nuestros sentimientos ni se atreven a admitir ni son capaces de expresar por la obturación en la que devienen cuando son víctimas de, como dice la autora, una pasión parecida al miedo. El amor no es sólo la llama que lo quema todo, sino también la desazón que lo condiciona, pues se configura en el fiel de una balanza que es muy difícil que se mantenga en equilibrio. Un equilibrio al que Mary Ann Clark Bremer renuncia, pues le dota de un lirismo sutil, certero y muy cercano a la auténtica esencia que necesita de muy pocas palabras para ser entendida y vivida, quizá, porque esa esencia se esconde en el silencio que existe bajo la nieve.



Ángel Silvelo Gabriel. 

domingo, 18 de febrero de 2018

EL HILO INVISIBLE, DE PAUL THOMAS ANDERSON: AMOR GÓTICO ENTRE AGUJAS DE ALTA COSTURA


 
Pernicioso, perfeccionista, presuntuoso, presumido, pretencioso, pertinaz, petulante…Todas esas cualidades encajarían a la perfección en el retrato que la película hace del diseñador Reynolds Woodcock, una aproximación libre al famoso modisto Balenciaga. Perdido en el silencio de las rudas costumbres victorianas por un lado, y en la pertinaz niebla londinense por otro, el protagonista de El hilo invisible va avanzando, a cada puntada de aguja y a cada fotograma, hacia un abismo sin sentido; un abismo que el director del film, Paul Thomas Anderson, trata de revestir de una trascendencia que no tiene, eso sí, lo hace mostrándonos bellas imágenes y lentas secuencias que visten esta historia de amor como si fuera un vestido más de su colección. Una historia de amor entre dos personas atormentadas que divaga hacia un amor gótico entre agujas de alta costura que a medida que avanza el metraje se pierde en la vacuidad de la nada. Paul Thomas Anderson antepone su punto de vista fílmico a la paciencia del espectador, y le somete a un tour de forcé excesivamente largo para mostrar una relación entre dos personas que no nos propone ni una salida airosa ni épica, sino más bien banal, como la rutina que nos asiste a todos en nuestro día a día. Un tormento que no sólo se recrea alrededor del ballet femenino que danza alrededor de su protagonista, Daniel Day-Lewis, sino que también es aderezado con un incesante e innecesario golpe de piano en muchas de las escenas que no nos permiten disfrutar de ellas como deberíamos, por el gratuito protagonismo musical de su banda sonora que, en ocasiones, juega a parecerse a un endiablado Michael Nyman y otras no deja de ser una consecución anodina de notas musicales sin más. Lo que nos lleva a ese punto sin posibilidad de retorno posible que es seguir el universo creativo de muchos directores de cine, pues se está convirtiendo en algo así como asistir a la tiranía de unas propuestas que el espectador debe percibir como sobreentendidas, aunque no queden claras una vez expuestas o expresadas por los realizadores. En este táctico enrocamiento clásico de los ególatras, asistimos al gran espectáculo de la obsesión; una cualidad o circunstancia indispensable en sí misma en la creación de una obra de arte, pero que, en demasiadas ocasiones, deviene en la simpleza de la vulgaridad teñida del rictus de las grandes mansiones, trajes caros o el costumbrismo de la alta burguesía (inglesa en esta caso), que no tienen nada que aportar a la humanidad a tenor de lo visto.

El hilo invisible naufraga en su propia suntuosidad, porque no sale de su propio castillo por mucho que éste se nos muestre como algo único. La falta de diálogo entre la película y el espectador es tal que muchas personas no paran de mirar sus relojes o de atender a sus teléfonos móviles a lo largo de las más de dos horas que dura la cinta, en la que parece ser que asistimos a la última interpretación de un Daniel Day-Lewis que, en esta ocasión, vuelve a estar a gran altura en su histrionismo, aunque sea expresando el anodino universo de un modisto cruel y nada interesante. Quizá alguien debería decirles más veces a los que se consideran como grandes genios que, ni sus propuestas dan para tanto, ni su vida para ser filmada en una película, por lo pedante y cursi que resultan.

Lo mejor del film, sin duda es ese juego de miradas que nos proporciona Vichy Krieps en cada una de las fases de este amor gótico perdido entre agujas y la flema inglesa de Lesley Manville. 
Ángel Silvelo Gabriel. 

sábado, 17 de febrero de 2018

EL FINAL DE LOS RELATOS EN INVIERNO.- MICRORRELATO DE ÁNGEL SILVELO


 
El final de los relatos en invierno huye de su propio destino. Pide perdón por no tener mayor destreza. Sabe que contiene historias enfrentadas y atormentadas que, en el fondo, sólo están vacías. Son historias que se asemejan demasiado a la rutina diaria que se encuentra desposeída de todo encanto.

            A los relatos en invierno les atenaza un dramático destino del que nadie sabe librarlos. Un destino al que los demás dotan de altas dosis trágicas, y donde aquello que se quiere se acaba perdiendo. Si alguien los conociera de verdad, sabría que ellos se resisten a tener un final de estilo gótico, lleno de color negro hasta las entrañas. Sí, ellos poseen un final, pero en nada se parece a terminar como un muerto en un ataúd.

            El final de los relatos en invierno anhela mayores dosis de luz y de color, como nosotros anhelamos más paz interior y más felicidad. Todos anhelamos lo que no tenemos y ellos también lo hacen.

            Los relatos del invierno están llenos de una blancura atormentada que nos quiere decir lo mal que se sienten. Su falta de expresividad está llena de signos que no nos atrevemos a descifrar. Sueñan con encuentros imposibles que sólo pertenecen al más profundo de sus deseos.

            A veces, en invierno, el final de los relatos cae en un negro sin matices, donde todo es lo que parece. Donde nadie escapa a la fuerza que le arrastra hacia el abismo. Pero peor que el fracaso es la soledad y, en el fondo, nadie quiere quedarse solo.

            El final de los relatos en invierno no es dueño de sí mismo. Algo le impide detener su final. Un final que le da miedo, porque igual que un tesoro, sabe que un día será desvelado.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel

domingo, 11 de febrero de 2018

FERNANDO PESSOA, EL LIBRO DEL DESASOSIEGO: EL ENIGMA ENCRIPTADO BAJO UN MAPA DE MANCHAS


 
Llegar al alma de Pessoa es complicado, porque su universo es un conjunto de sombras y fantasmas que no dejan huellas en el camino. Hay que adivinarle más allá de la línea de lo obvio, entre las luces y las sombras de las paradojas, en la reinterpretación de los ismos que inventó y con los que situó a Portugal en el mapa europeo de la cultura. Pessoa, a día de hoy, es el reclamo cultural —véase la exposición que le dedica el Museo de Arte Reina Sofía de Madrid, bajo el título de: Pessoa, Todo arte es una forma de literatura— y turístico de un país que siempre está al final del camino, pues tras su tierra hay un gran océano que lo limita y aísla. Portugal es la naturaleza de la saudade y Pessoa su intérprete. Oculto entre sus más de veinticinco mil documentos, escritos, hojas arrancadas a los periódicos o libretas desgastadas por el tiempo y el uso, El libro del desasosiego es como una Oda de Ricardo Reis, Álvaro de Campos o Alberto Caeiro en la voz de Bernardo Soares, y la epopeya más personal, íntima e intelectual del ventrílocuo de todos ellos: Fernando António Nogueira Pessoa. En este compendio de pensamientos, ocurrencias, paradojas, poemas y falso diario, nos vamos tropezando con la sensibilidad extrema de aquel que nació adelantado a su tiempo y se sintió extraño en su entorno y dentro de sí mismo. De ahí que necesitara encontrar e inventar otros mundos, otras naturalezas y otras personas que le sacaran de la eterna saudade portuguesa. Rebelde sin causa, salvo la de dedicar su vida por entero a la literatura, navegó sabiendo que sólo eso era preciso, igual que un argonauta en busca de su particular vellocino de oro. Un tesoro que, en su caso, se encuentra escondido tras el enigma encriptado bajo un mapa de manchas, tal y como Ángel Crespo, traductor y organizador del texto de esta versión del año 1984 que editó Seix Barral en dicho año, lo define. El gran mérito de Crespo es darle esa forma de mancha a los textos de Pessoa por encima de su ordenación cronológica, porque de esa manera nos proporciona una visión más completa del pensamiento del rey de los heterónimos, un inventor de palabras, imágenes y sensaciones al alcance de muy pocos escritores. Pessoa no busca el camino más sencillo, pero aquel que le siga y llegue a rebasar esa línea de dificultad que le propone el poeta portugués disfrutará, sin duda, de una visión majestuosa de la esencia de la vida. Pessoa en este falso diario utiliza en muchas ocasiones palabras tales como: alma, esencia, vida, sombra, fantasma, existencial…, lo que nos da una pista de por dónde iban sus pensamientos acerca de la existencia humana. Recluido en la soledad nocturna de las habitaciones alquiladas a las que siempre llevaba su escaso mobiliario, fue inventando heterónimos, adivinando su futuro y el de su país con sus conocidas cartas astrales, o simplemente escribiendo poemas con su voz o con la voz de otros. Siempre escribía de pie con lápices de colores rojo y azul a su lado, un cenicero lleno de colillas y cuartillas y libretas que iba manchando de letras con su pluma. En ese teatro de voces fue llenando de pensamientos su famoso arcón, dándole forma a una de las voces más originales del panorama literario de todos los tiempos. Una forma que no conocía otro molde más que el de su propia conciencia acerca de la vida; un día a día que él quiso acotar en Lisboa cerca del Tajo, La Baixa, El Chiado, El Barrio Alto, Alfama o El Castillo de San Jorge, poco más de un kilómetro cuadrado al que revistió de una magia muy difícil de superar, ya que convirtió a la ciudad de Lisboa en un personaje más de su obra literaria. Sus calles, sus gentes, sus cafés, todos los inmuebles en los que vivió, las aceras por las que andaba sin llegar a pisar los charcos, levitando..., forman una parte inseparable de su leyenda. 

El Libro del desasosiego es una de esas rarezas literarias que, el paso del tiempo, convierte en obras maestras por el peso literario que contienen en sí mismas, aunque sean muy difíciles de abordar de una sola vez como en este caso, y su lectura se disperse en el tiempo. Este mapa de manchas va tiñendo los días y las hojas en blanco de un aura que no hace falta terminar de una sola vez, porque en él se concentra el trabajo de toda una vida. Una vida contradictoria e imprescindible a la vez, con la que gracias a Pessoa podemos reinterpretar de una forma diferente y única. Pessoa nos ayuda a divisar la línea del horizonte y pensar que otra vida es posible. 

Ángel Silvelo Gabriel. 

LOS ATRAPASUEÑOS.- MICRORRELATO DE ÁNGEL SILVELO


 
Corríamos detrás de la pelota por el mero placer de hacerlo. Queríamos volver a sentir la suave caricia del aire sobre nuestro rostro. Sí, éramos unos atrapasueños que necesitaban volver a sentirse libres a través del alimento inmaterial que sólo la locura proporciona a las metas imposibles. «¡Sois unos irresponsables!», nos gritaban, como si fuéramos unos ingenuos inconscientes que estaban poniendo sus vidas en peligro por nada. Pero a nosotros nos daba igual, porque el anhelo irrefrenable por volver a revivir un sueño era más fuerte que la sensación de amenaza que tanto nos recordaban los demás. Nos dimos la mano al terminar el partido, por mucho que él fuera un soldado israelí y yo un soldado palestino enfrentados en el campo de batalla que, durante el tiempo que duró nuestro encuentro, convertimos en un campo de fútbol en el que dos antiguos amigos habían materializado un deseo. 
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel.

jueves, 8 de febrero de 2018

MARIAN TORREJÓN, BRILLO DE ASFALTO: CRÓNICA DE LA ÚLTIMA ESTRELLA DE UNA NOCHE OSCURA


 
La luz que se filtra a través de los días de nuestra existencia no es más que la forma en la que dejamos que los demás nos vean. En este mundo de apariencias, más veces de las deseadas, iluminamos nuestras acciones con un fogonazo deslumbrante sin caer en la cuenta de su fugacidad, pues tras él, sólo quedarán unas pocas cenizas en el suelo y el recuerdo que, con el paso del tiempo, caerá en el olvido. Un olvido que, no sólo el propio, sino también el de aquellos que asistieron con la boca abierta a tan majestuoso espectáculo. Después, no nos queda nada más que cubrir nuestras miserias con falsos destellos que, más pronto que tarde dejarán de ser efectivos en nuestro día a día. En este sentido, la crisis económica y sus nefastas consecuencias, siguen siendo el eje central de una parte de la producción literaria española y que, en el caso de la última novela de Marian Torrejón, Brillo de asfalto publicada por Fórcola Ediciones en su colección Ficciones, es la crónica de la última estrella de una noche oscura, pues esa es la historia que se nos narra de una forma concisa y sin más aderezos que los que acompañan a la cruda realidad. Esta historia del fracaso es también la de una sociedad que no para de dar vueltas sobre sí misma y sus errores; unos errores que Marian Torrejón proyecta sobre un espejo que nos devuelve aquellas imágenes que nos resistimos a admitir como propias, porque son imágenes que no coinciden con la amplia amalgama de nuestros deseos. En demasiadas ocasiones, la realidad es muy tozuda, y no predica con el dicho de: «si deseas algo intensamente acabará cumpliéndose», porque el terreno de la realidad es muy hostil, a diferencia de el de nuestros sueños, que siempre andan sobrados de esa nebulosa que nos protege de todo lo que nos resulta adverso. 

Brillo de asfalto se sumerge en la trastienda de la vida de su protagonista Serafín, y lo hace de atrás hacia adelante o si se prefiere desde el pasado al presente, para mostrarnos que no siempre somos nosotros quienes tenemos en nuestro poder la posibilidad de modelar y moldear nuestro destino; una fuerza —esta del destino— que se muestra caprichosa y nos empuja hacia uno u otro lado de la balanza, pero también, que nos permite adivinar las consecuencias de nuestros actos. Las crónicas de las múltiples derrotas que trajo consigo la crisis económica son también la certeza de que dejarlo todo al libre albedrío del universo —caótico por naturaleza y definición—, es un error, ya que nunca llegamos a ser conscientes de que una de las mayores virtudes del hombre es la darle el tiempo que necesita, para atravesarla y disfrutarla, a cada una de las etapas de la vida. Esa incómoda prisa por llegar al final antes de tiempo, en la novela se contrapone con la luz del Mediterráneo que deja entrever ciudades como Valencia o Sagunto, y que son el mejor reflejo natural a esa falsa cadencia lumínica de grandes destellos que tan bien conocen —por desgracia— en la costa valenciana. Una luz, a la que la autora confronta con la cercanía de un zoom que nos muestra que no somos tan diferentes los unos de los otros, porque quizá, la naturaleza humana siempre se compone de las mismas cualidades, aunque distribuidas en diferentes porcentajes en cada uno de nosotros. El acierto de esta novela está en darle una gran parte del protagonismo a la importancia de las elecciones, porque dependiendo de ellas, seguiremos una senda o la contraria. Y si no queremos escoger la de la autodestrucción —que no se nos olvide que siempre es egoísta—, leer Brillo de asfalto nos ayudará a ponderar el poder de las malas decisiones que, en demasiadas ocasiones, son como la crónica de la última estrella de una noche oscura. 

Ángel Silvelo Gabriel. 

domingo, 4 de febrero de 2018

EL DUQUE DE WINDSOR.- MICRORRELATO DE ÁNGEL SILVELO


 
Volví a leer la sentencia del Juzgado de lo Social. Lo primero que pensé fue en el plazo para interponer el correspondiente recurso de suplicación, a pesar de que sabía que era una pérdida de tiempo. Huelga decir, que mi cliente no era lo que podríamos llamar normal, lo que a la postre era el mayor hándicap en nuestra contra. ¿Cómo convenceríamos al juez para que dictara una sentencia favorable a nuestros intereses, y así conseguir el reintegro de la cantidad que estaba retenida por su despido procedente? Sin duda, el problema estaba en la relación de causalidad en su enfermedad profesional, porque no se me ocurría cómo podríamos demostrar que mi cliente no era el culpable de quemar su oficina, si le dijo a todo el mundo que él era el célebre Duque de Windsor, el único que tenía grabado el famoso incendio de inicio a fin.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel