La adolescencia es una etapa de
ruptura con el pasado y de incertidumbre ante el futuro. El pasado ya no nos
produce respuestas válidas o creíbles, y el futuro se nos muestra incierto por
inexplorado, de ahí, que la adolescencia sea un período de conflicto. En muchas
ocasiones esa guerra particular se dirime hacia adentro a través del
aislamiento, pero en otras, esa guerra contra el mundo se declara de puertas hacia
afuera. Y es en esa especie de embudo que te envuelve y no te deja escapar, en el
que se encuentra atrapada la Lady Bird —señorita pájaro— protagonista de la película.
Christine —este es su verdadero nombre—
está interpretada por una valiente y demoledora Saoirse Ronan que, como
muchos jóvenes, se encuentra perdida en su propio laberinto o, como en este
caso, atrapada en Sacramento en busca de su propia identidad. Esa ciudad del medio
Oeste que no es ni San Francisco ni Los Ángeles y, a lo que se ve, se encuentra
muy lejos de la ansiada Nueva York, pues para nuestra protagonista, es una cárcel
sin barrotes de la que quiere salir; una ofuscación que la hace insensible a
los portentosos travellings que, Greta
Gerwick, nos muestra de los atardeceres de la ciudad cuando la recorre
en coche: puentes, iglesias, edificios, o el propio río, son una magnífica
secuela para los recuerdos; unos recuerdos que, sin embargo, no se reproducirán
en el cerebro de Christine hasta que
no esté lejos de ese entorno.
Sacramento es un espacio no
deseado por lo hostil que se presenta ante la posibilidad de recrear un mundo
libre de ataduras y más cercano al ideal de libertad o auto realización al que Greta
Gerwick encamina a su protagonista, pero también, es un mundo posible
en el que experimentar el éxito y el fracaso, pues esas dos cualidades siempre
viajan a nuestro lado. Ese conflicto es el reproduce en el cuerpo y la mente de
una joven norteamericana que, sin embargo, no se las da de original, pues cumplirá
con todos y cada uno de los requisitos de su último curso del instituto —fiesta
de fin de curso incluida—. Entonces, ¿dónde está la singularidad de la
película?, pues su particularidad radica en el punto de vista que ha elegido su
guionista y directora para desterrar de su cámara todo el glamour que Hollywood
emplea en este tipo de películas, y fijar su foco en la dura realidad de la clase
media norteamericana venida a menos. En esa parte más desconocida de la América
real es donde se desenvuelve nuestra señorita pájaro, y lo hace sin otro aditamento
que el del frustrante día a día de alguien que necesita respirar por sí sola y
no sabe cómo logarlo sino fuera de su entorno. En esa incesante búsqueda de la propia
identidad, es donde se retrata a una sociedad y a una familia que podría ser la
nuestra, y es donde Christine no se
calla y nos plantea una y otra vez la insatisfacción que marcha pegada a las situaciones
de conflicto, sobre todo con su madre, una mujer autoritaria y protectora que a
la vez vela por la felicidad de su hija. Una espléndida Laurie Metcalf que, con
su valentía y rigor, nos proyecta una serie de escenas que nos proporcionan la
contraposición al desenfreno adolescente: madre y padre a la vez, resucita el
carácter indomable de aquellas mujeres que han tenido que renunciar a muchos de
sus sueños, pero que sin embargo, no renuncian a un futuro mejor para su
familia. La proyección de esas contradicciones
dan al relato una mayor dosis de verosimilitud y, le alejan, del edulcorado y perenne
escenario en el que se desarrollan las cintas de las grandes productoras
norteamericanas.
En esta película, Greta
Gerwig rastrea, muy posiblemente, las huellas de su adolescencia, y lo
hace desde un punto de vista feminista, entendido éste como la opción de la
directora por abordarlo a través de dos mujeres como protagonistas principales y,
bajo las emociones de una joven que a medida que abandona las consignas de los
posters de su habitación se conduce sin miedo a la búsqueda de nuevas experiencias
que la permitan comprenderse un poco mejor a sí misma y, de paso, al mundo que
la rodea. En este sentido, el nivel interpretativo de Saoirse Ronan está a gran
altura, tanto cuando encarna esa opresión que no sólo se circunscribe al mundo
académico del colegio religioso al que acude, si no también, cuando explora el
sentido del amor y de las primeras relaciones sexuales, donde quedan al
descubierto el desencanto y la falsa percepción de este mundo híper sexualizado
en el que nos desenvolvemos. De todas formas, Lady Bird no renuncia a
ser ella misma cuando se enfrenta a todas y cada una de las situaciones que le
tocan vivir, pues todavía no piensa en las consecuencias que su comportamiento
le puede acarrear. Ahí, en la tibieza de los sentimientos de los otros, es
donde se hacen más duros e incomprensibles los desengaños y las nuevas
esperanzas que se quedan en nada y, ahí, es también donde Christine, con su pelo teñido de rosa, sus uñas a medio pintar o
sus vaporosos y desatinados vestidos de fiesta, deja una estela real de lo que
es la adolescencia de una joven que no quiere renunciar a ser ella misma.
Ángel
Silvelo Gabriel.
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