viernes, 26 de julio de 2019

AMOR Y MUERTE EN SEIS LECTURAS PARA EL VERANO


1.- ALBERT CAMUS, EL REVÉS Y EL DERECHO. DISCURSO DE SUECIA: LA LUZ QUE  ILUMINA LOS RECUERDOS Y SUS EMOCIONES

La mirada del hombre sobre el niño. De la fama no buscada sobre la soledad y el silencio de la infancia que le acompañaron junto a su madre. Del paso del tiempo sobre los recuerdos. Y hacerlo con la pureza del que se siente afortunado y ya no puede pedir nada, salvo mostrar la dignidad de la pobreza de sus inicios y su firmeza ante la envidia, y valentía y decisión ante la injusticia. Así se nos muestra el Camus del año 1958 en el prefacio de El revés y el derecho. Un librito que contiene sentencias como esta: «No hay amor por la vida sin desesperación por la vida». Esa fue la auténtica desesperación que le llevó a luchar con todas sus fuerzas contra el Hombre que se convirtió en un devorador de hombres. La luz y la pureza que acompañan a estos relatos que componen el primer libro que, el escritor francés publicó cuando tenía veintidós años, nos llevan hasta la esencia que buscó a lo largo de sus algo más de veinte años de carrera literaria antes de encontrar la muerte de una forma absurda junto a un árbol contra el que chocó el vehículo conducido por su editor: «Si, pese a tantos esfuerzos para construir un lenguaje y dar vida a unos mitos, no consigo un día volver a escribir El revés y el derecho será que nunca he conseguido nada. He ahí algo de lo que estoy oscuramente convencido. En cualquier caso, nada me impide soñar que voy a conseguirlo, a imaginarme que volveré a colocar en el centro de esta obra el silencio admirable de una madre y el esfuerzo de un hombre para recuperar una justicia o un amor que equilibren ese silencio».

2.- IRÈNE NÉMIROVSKY, DOMINGO: QUINCE RELATOS SOBRE LA NECESIDAD DE VIVIR Y SER AMADO

Allí donde las vidas comienzan y acaban. Allí donde las historias que nos narran descubren todo aquello que se esconde debajo de nuestra piel. Allí donde los sentimientos no entienden de convencionalismos porque están atrapados por la pasión del amor, la oscuridad de la codicia, o el trágico destino de las guerras. Espacios interiores y exteriores que se entremezclan a medio camino entre el reconocimiento y el sufrimiento de aquel que entiende su existencia como la necesidad de vivir y ser amado. Dos pliegues de una misma tela que, sin embargo, al menor descuido se rasgan y son imposibles de volver a componer. Estos quince relatos de Némirovsky reunidos bajo el título de Domingo son un canto a la incertidumbre del fracaso y al miedo a la pérdida. Y son castillos de naipes que penden de un frágil hálito de aliento que los derribe sin apenas dejar rastro. En estas quince historias, cuya extensión muchas veces van más allá del clásico relato corto para acercarse sin miedo a una novela corta, la escritora ucraniana nos desglosa de una forma inteligente y didáctica todos los valores existenciales que forman parte de su narrativa. Un estilo narrativo ampliamente contrastado en las numerosas novelas publicadas en España por Salamandra. Una de esas características presente en su narrativa es la necesidad de amar independientemente de la edad que se tenga. El amor está por encima del engaño y es una necesidad, nos expresa Némirovsky en el relato homónimo que abre esta recopilación. Una advertencia que también está presente en Las orillas dichosas, cuando nos acerca al amor visto por los ojos de una mujer vieja, abandonada y que se dedica a la prostitución. Una forma de ver el amor que la autora confronta con una joven bella, rica y ambiciosa. El contrapunto, en este caso, está entre lo ya hecho (pasado), y lo que se va a hacer (futuro). Como si, en el amor, estuviésemos condenados al fracaso. Un fracaso que nos nubla el corazón y la ideas. Estos dos ejemplos del amor visto por los ojos y el prisma de la mujeres abren este magnífico libro.

3.- JAY McINERNEY, LA BUENA VIDA: LA RENUNCIA QUE YACE BAJO LOS ESCOMBROS Y SUS CENIZAS

El día que la cúpula que nos protege de todo aquello a lo que nunca imaginamos que deberíamos enfrentarnos, cae encima de nuestras vidas, emprendemos un nuevo camino. Incierto, por lo inesperado. Trágico por la dimensión de lo inaccesible que tiene. Increíble, por su capacidad para trastornarnos. El día que las Torres Gemelas sucumbieron al terrorismo en el Bajo Manhattan, no sólo cambió el skyline de la ciudad de Nueva York, ni la concepción de intocables de los norteamericanos resguardados en sus celdas doradas repletas de dinero, codicia y poder, sino que también lo hicieron las vidas de los seres humanos que allí vivían; vidas que fueron obligadas a reinventarse de una forma tan abrupta como desesperada. Aquel día, los muertos dejaron sus vidas en el recuerdo imborrable de millones de personas para siempre; y los vivos tuvieron que aprender a experimentar la vida con otra escala de valores que, sin embargo, al poco tiempo volvieron a su norte cual brújula que sólo pierde su orientación por un pequeño espacio de tiempo. En este sentido, Jay McInerney, en La buena vida, trata de convencernos de que por encima de toda tragedia, el ser humano es capaz todavía de crear el milagro del amor. Una esperanza, la del amor, que corre el riesgo de mitigarse tras la renuncia que yace bajo los escombros y sus cenizas. Allí, donde la pasión busca desprenderse del fuego y el humo de dos rascacielos calcinados. Allí, donde la muerte y la sinrazón de los muertos se dan la mano. Allí, donde el pánico sólo engendra miedo. Lejos de un lugar, en el que la esperanza, ya no es la que atesoró la juventud. 

4.- JESÚS MARCHAMALO.- STEFAN ZWEIG, LA TINTA VIOLETA (ILUSTRADO POR ANTONIO SANTOS): “EL PELUQUERO DE LOS HÉROES”

Zweig, buen lector, mal deportista y estudiante —como nos apunta Jesús Marchamalo en La tinta violeta, la última entrega de la colección sobre autores universales que comparte con el ilustrador Antonio Santos y publica Nórdica libros. Zweig— fue, por encima de todo, un hombre que siempre persiguió la libertad. Un mal estudiante que, sin embargo, llegó a ser un autor admirado y de éxito en vida. Un autor, que es cierto que vio recompensado su esfuerzo a nivel internacional, pero también, que sacrificó buena parte de su existencia a la escritura. Una escritura que él cultivó como ejercicio de generosidad, pues no en vano, él lo sacrificó todo en pos de su pensamiento. En su obra, como en su vida, la lucha del individuo frente al Estado y los totalitarismos fue una rebelión interior a la que él aportó inteligencia y análisis; inteligencia y análisis con los que buscó dar al resto de la humanidad la oportunidad de salvarse de ese yugo acosador que fueron los totalitarismos. Para él, Europa era el último baluarte donde el individualismo en general y su individualismo en particular, eran la máxima expresión de la libertad, el respeto hacia los demás y la manifestación más pura de la cultura y del pensamiento libres. Una forma de pensar y vivir que él expresó tanto a través de la escritura como del coleccionismo, lo que le llevó a adquirir infinidad de objetos, partituras, manuscritos y originales de aquellos autores que él consideraba únicos y cercanos a la esencia de la que surge la creación. Una creación que, como una luz, Marchamalo vierte sobre su texto en Stefan Zweig, La tinta violeta. Una vez más, el periodista y escritor madrileño vuelca su buen hacer literario sobre una de las grandes figuras de la literatura, y lo hace con esa genialidad de la frase concisa, el verbo voraz, los adjetivos únicos e inclasificables, adjetivos solo separados por sabias comas; comas reveladoras de un ritmo frenético y apaciguado a la vez, comas que, como partituras de una melodía, nos introducen en un profundo éxtasis de palabras del que es muy difícil salir. Este arte en movimiento, en el que tan bien se maneja Jesús Marchamalo, tiene su complemento y su visualización en las magníficas ilustraciones de un Antonio Santos en estado de gracia —vean si no, su magnífico retrato de Zweig, digno del mejor de los coleccionistas—. La profundidad del mensaje y su contraste en blanco y negro en imágenes, son una muestra más de la simbiosis de esta extraña pareja. Una extraña pareja que, con el tiempo —ya van seis volúmenes con éste de la colección iniciada con Pío Baroja—, se han convertido en inseparables, y no solo eso, sino también, en una magnífica muestra de lo que se puede conseguir con un texto dinámico y lírico, y unas ilustraciones impactantes y demoledoras como pocas.



5.- JULIO LLAMAZARES, MEMORIA DE LA NIEVE: EL SILENCIO, LA MEMORIA, LA NIEVE…, EL PASO DEL TIEMPO



Buscar aquello que fuimos entre la niebla que se extiende por la geografía del silencio. Entre paredes que ya no son, y árboles que se sumergen debajo del agua. El atlas de la vida reconvertido en un fugaz espasmo del pasado. Pasado reconvertido en nieve. Nieve que se derrite y solidifica con el paso del tiempo. Nieve como estaciones que se suceden sin más propósito que dejar las huellas del tiempo pasado. Un tiempo en el que se pueden recuperar los dioses perdidos, los guerreros muertos y las batallas sangrientas de las que ya nadie se acuerda. Grosellas de color rojo que tintan la memoria de pasión, muerte y olvido. Árboles de hoja caduca quemados por el paso del tiempo y hojas secas dibujadas sobre un papel de fondo blanco. Terrenos oníricos en los que siempre cabe la posibilidad de dar vida a la muerte, al recuerdo, a la memoria, a la infancia…, y a los padres. Miradas sobre uno mismo que devienen en falsos espejismos como si todo fueran sombras en un bosque de noche. Bosque helado y solo iluminado por un mar de estrellas. Estrellas como nada más que se pueden ver en el campo. Lejos de la ciudad. Del ruido. Y la luz. Estrellas que iluminan aquellos caminos que recorrimos una vez. Lucecitas que nos recuerdan que un día fuimos felices sin nada, con tal solo mirar al cielo y ponernos a soñar. Lucecitas que sostiene los hilos invisibles de una Luna portentosa, perenne y que solo pueden llegar a ver aquellos que saben de lo que está fabricada la noche: de silencios, ausencias, ruidos y ecos olvidados y, sin embargo, tan presentes. Todo eso y más es Memoria de la nieve de Julio Llamazares... Memoria de la nieve también es pasear por la vida sin pisarla, sobre sendas que ya forman parte del pasado si no fuera por los recuerdos, tan presentes, como la nieve en invierno o efímeros como la noche en verano. Memoria de la nieve es una sucesión de estaciones. Estaciones de los sentidos que no se dejan atrapar por todo aquello que no merece la pena ser recordado. Memoria de la nieve levanta la iconografía de esa España olvidada a través de un rico léxico rural que apenas ya nadie conoce y que, sin embargo es muy evocador: urces, muérdago, marzales, pedernales... Fuerza sublime las de las palabras que nos llevan, una vez más, allí donde no creíamos que pudiésemos llegar. Memoria de la nieve es perderse entre la espesura del bosque y la sinuosidad de un niebla que no es de caramelo, pero sí evocadora de todo aquello que ya no somos: «No existe otra espiral que el bramido del tiempo».



6.- STEFAN ZWEIG, MENDEL EL DE LOS LIBROS: LA DEFENSA DE LA MEMORIA INDIVIDUAL QUE, A SU VEZ, DEVIENE EN PROTECCIÓN DE LA MEMORIA COLECTIVA



La curiosidad, la tenacidad, el trabajo y el silencio que acogen a toda misión importante que el hombre realiza a lo largo de su vida, son algunos de los elementos esenciales que la convierten en épica, como épica es la actitud vital de Jakob Mendel. Mendel es una mente privilegiada que vive, por y para los libros, en un mundo donde no existe nada más que el paraíso de las palabras, pues de paraíso idílico puede tildarse su actitud ante la vida y las personas que concitan su mismo interés por los libros. Zweig, en este magnífico relato, nos advierte de que el intelecto — el verdadero intelecto—, no conoce más fronteras que las del propio conocimiento; unas fronteras, eso sí, muy alejadas tanto de los políticos como de sus trágicas pretensiones geopolíticas, pues a éstas, solo les asiste la mezquindad de las nacionalidades. Con un estilo narrativo rico en matices, vivo en su ejecución e impecable en su praxis, el escritor austriaco pone en tela de juicio, una vez más, la división de las fronteras de una Europa que él nunca pudo ver unida. Unas fronteras, en su caso malditas, y que en su tiempo, solo produjeron guerras y también aislamiento, tanto cultural como intelectual, tal y como se demuestra en este librito publicado por Acantilado, Mendel el de los libros, donde él se vale de la figura de un judío ruso para verter sobre el texto todo su potencial como escritor comprometido con su tiempo e impulsor de una forma distinta —por inclusiva— de ver y de plantear y ejecutar las relaciones entre Estados. A través de Mendel, Zweig nos presenta la defensa de la memoria individual que, a su vez, deviene en protección de la memoria colectiva, como la Historia muy bien nos recordó en la primera mitad del siglo XX, donde las guerras, aparte de arrasar el territorio europeo, dejaron una herida que tardó mucho tiempo en cerrarse.



Ángel Silvelo Gabriel.

lunes, 22 de julio de 2019

RAMÓN ZARRAGOITIA, TOPÓNIMOS: LOS ESPACIOS GEOGRÁFICOS QUE CUBREN NUESTRAS VIDAS.



Es difícil sustraerse al lugar donde uno vive. El clima, las horas de sol, la lluvia o una sempiterna niebla son accidentes climatológicos que por sí solos nos modelan la vida y el carácter, y lo hacen de un modo que para nosotros muchas veces es imperceptible, pues siempre pensamos que nuestro poder de decisión, o sencillamente nuestros deseos, son más fuertes que cualquier agente externo que no sea una persona. Entonces, ¿qué es lo que nos cambia la vida? En Topónimos, Ramón Zarragoitia, reúne a lo largo de catorce relatos una parte de los porqués y de las razones que muchas veces nos llevan a residir en un determinado lugar, y de cómo ese lugar se comporta como una gran cúpula que nos aísla del resto del mundo, para de ese modo perfilar en silencio los acontecimientos más importantes de nuestra existencia. Los pueblos y ciudades de estos relatos son espacios geográficos que cubren nuestras vidas, pero también, a lo largo de su lectura, somos conscientes que, quizá, ese perfil del horizonte de nuestro día a día lo vamos construyendo cada uno de nosotros a nuestra manera sin necesidad de acudir a agentes externos. No obstante, la toponimia de este conjunto de relatos se extiende como un todo a lo largo y ancho de las palabras y expresiones de cada historia, pues todas ellas están perfectamente documentadas, tanto en lo geográfico como en lo lingüístico, ya que su autor sobresale en el manejo del lenguaje y las distintas lenguas y modismos en los que sus protagonistas se expresan. Esta exhaustividad también está muy presente en las meticulosas descripciones de los paisajes exteriores en lo físico e interiores en lo íntimo, dándose la mano unos y otros sin que apenas seamos conscientes de ello. Esta simbiosis entre lo externo e interno también se produce en el planteamiento de las diferentes tramas, pues en ellas, Ramón Zarragoitia, como buen cuentista que es, juega con la imaginación del lector y le intenta llevar a su terreno; un espacio donde, aparte del factor sorpresa presente en alguno de sus relatos, él nos quiere hacer entrever las razones de sus protagonistas forzándonos a leer entrelíneas, pues entrelíneas nos suceden muchas de las cosas más importantes de nuestras vidas. Ese guante blanco que recorre las historias de Topónimos hace que estas sean una suerte de tour de force vital al que Ramón somete a sus personajes, para de esa forma, poner en valor una parte de sus habilidades como narrador de historias.



A lo dicho hasta ahora, habría que añadir que, el mundo en Topónimos, es un lugar de conflictos, donde una de sus características principales es la presencia en cada relato de dos personajes antagonistas. Así, el suicidio o la muerte se contraponen a la vida o al héroe que por sí mismo es capaz de cambiar el destino que de antemano tenía dibujado en su mente el protagonista de la narración, o donde el riesgo que es recordado a modo de ensoñación del personaje masculino es aplacado por la presencia y visión más realista de su mujer. Sea como fuere, siempre hay una espacio para la sorpresa en estos catorce relatos, pero también para una tensión muy bien perfilada y ejecutada por Zarragoitia, pues sabe perderse muy bien, y de paso, perdernos a nosotros, en esos afluentes que, adyacentes, recorren las líneas de estas historias hasta hacernos llegar al momento álgido en cada una de ellas que, a modo de sentencia, se precipita, como una avalancha de nieve, sobre nuestra imaginación de lectores. Si algo nos queda claro después de leer esta colección de relatos, es que Ramón Zarragoitia no va a dejar indiferentes a todos aquellos que se acerquen a leerlos, pues su técnica narrativa se alza victoriosa por encima de hombres y mujeres, pueblos y ciudades, y sobre todo, por encima de unas vidas que buscan salvarse de alguna manera de la angustia que su propia vida les produce. No obstante, el bueno de Ramón deja espacio para la esperanza, y lo hace en aquellos cuentos que parece que le tocan más de cerca, pues se muestra muy generoso con las personas a las que el destino no parece favorecerles. Esa bondad es un signo más de la majestuosidad de sus planteamientos como escritor, pues como él sabe muy bien, a la hora de plantearse una situación y su resolución, los finales felices también existen. Y un ejemplo de ello es la materialización de este libro, porque a través de su lectura asistimos a esa consagración con la que todo escritor sueña cuando comienza a escribir. Y en donde, además, somos testigos vivos, muy vivos, de que la vida y sus días son los verdaderos héroes de una cotidianeidad que a veces se nos muestra contraria a nuestros deseos.


Ángel Silvelo Gabriel.