Es difícil sustraerse al lugar
donde uno vive. El clima, las horas de sol, la lluvia o una sempiterna niebla
son accidentes climatológicos que por sí solos nos modelan la vida y el
carácter, y lo hacen de un modo que para nosotros muchas veces es
imperceptible, pues siempre pensamos que nuestro poder de decisión, o
sencillamente nuestros deseos, son más fuertes que cualquier agente externo que
no sea una persona. Entonces, ¿qué es lo que nos cambia la vida? En Topónimos,
Ramón Zarragoitia, reúne a lo largo de catorce relatos una parte de los porqués
y de las razones que muchas veces nos llevan a residir en un determinado lugar,
y de cómo ese lugar se comporta como una gran cúpula que nos aísla del resto
del mundo, para de ese modo perfilar en silencio los acontecimientos más
importantes de nuestra existencia. Los pueblos y ciudades de estos relatos son
espacios geográficos que cubren nuestras vidas, pero también, a lo largo de su
lectura, somos conscientes que, quizá, ese perfil del horizonte de nuestro día
a día lo vamos construyendo cada uno de nosotros a nuestra manera sin necesidad
de acudir a agentes externos. No obstante, la toponimia de este conjunto de
relatos se extiende como un todo a lo largo y ancho de las palabras y
expresiones de cada historia, pues todas ellas están perfectamente
documentadas, tanto en lo geográfico como en lo lingüístico, ya que su autor
sobresale en el manejo del lenguaje y las distintas lenguas y modismos en los
que sus protagonistas se expresan. Esta exhaustividad también está muy presente
en las meticulosas descripciones de los paisajes exteriores en lo físico e
interiores en lo íntimo, dándose la mano unos y otros sin que apenas seamos
conscientes de ello. Esta simbiosis entre lo externo e interno también se
produce en el planteamiento de las diferentes tramas, pues en ellas, Ramón
Zarragoitia, como buen cuentista que es, juega con la imaginación del lector y
le intenta llevar a su terreno; un espacio donde, aparte del factor sorpresa
presente en alguno de sus relatos, él nos quiere hacer entrever las razones de
sus protagonistas forzándonos a leer entrelíneas, pues entrelíneas nos suceden
muchas de las cosas más importantes de nuestras vidas. Ese guante blanco que
recorre las historias de Topónimos hace que estas sean una suerte de tour de force vital al que Ramón somete
a sus personajes, para de esa forma, poner en valor una parte de sus
habilidades como narrador de historias.
A lo dicho hasta ahora, habría que
añadir que, el mundo en Topónimos, es un lugar de conflictos, donde una de sus
características principales es la presencia en cada relato de dos personajes
antagonistas. Así, el suicidio o la muerte se contraponen a la vida o al héroe que
por sí mismo es capaz de cambiar el destino que de antemano tenía dibujado en
su mente el protagonista de la narración, o donde el riesgo que es recordado a
modo de ensoñación del personaje masculino es aplacado por la presencia y
visión más realista de su mujer. Sea como fuere, siempre hay una espacio para
la sorpresa en estos catorce relatos, pero también para una tensión muy bien
perfilada y ejecutada por Zarragoitia, pues sabe perderse muy bien, y de paso,
perdernos a nosotros, en esos afluentes que, adyacentes, recorren las líneas de
estas historias hasta hacernos llegar al momento álgido en cada una de ellas
que, a modo de sentencia, se precipita, como una avalancha de nieve, sobre
nuestra imaginación de lectores. Si algo nos queda claro después de leer esta
colección de relatos, es que Ramón Zarragoitia no va a dejar indiferentes a
todos aquellos que se acerquen a leerlos, pues su técnica narrativa se alza
victoriosa por encima de hombres y mujeres, pueblos y ciudades, y sobre todo,
por encima de unas vidas que buscan salvarse de alguna manera de la angustia
que su propia vida les produce. No obstante, el bueno de Ramón deja espacio
para la esperanza, y lo hace en aquellos cuentos que parece que le tocan más de
cerca, pues se muestra muy generoso con las personas a las que el destino no
parece favorecerles. Esa bondad es un signo más de la majestuosidad de sus
planteamientos como escritor, pues como él sabe muy bien, a la hora de
plantearse una situación y su resolución, los finales felices también existen.
Y un ejemplo de ello es la materialización de este libro, porque a través de su
lectura asistimos a esa consagración con la que todo escritor sueña cuando
comienza a escribir. Y en donde, además, somos testigos vivos, muy vivos, de
que la vida y sus días son los verdaderos héroes de una cotidianeidad que a
veces se nos muestra contraria a nuestros deseos.
Ángel
Silvelo Gabriel.
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