sábado, 27 de octubre de 2018

VICENTE VALERO, DUELO DE ALFILES: EL AJEDREZ COMO EXCUSA PARA VIAJAR A LAS ENTRAÑAS DE LA LITERATURA



El poder de la ficción reside, entre otras muchas circunstancias, en la sensación del descubrimiento que conlleva. Leer es vivir otras vidas, pero también afianzar aquello en lo que uno cree, con el agravante —en este caso— de que uno no llega a ser consciente de sus infinitos límites a la hora de explorar el alma humana. Límites que no sólo nos proporcionan la literatura en sí, sino que se reafirman en el viaje, la metaliteratura, la fusión entre realidad y ficción, y esa sana curiosidad que nos lleva a meternos en aquellas vidas y lugares que nunca antes nadie reparó en ellas. De ahí, que la literatura y su capacidad de descubrimiento, sean en sí mismas una especie de alumbramiento. Y luz es lo que cada vez más necesitamos en los territorios de tinieblas en los que nos desenvolvemos. En este sentido, tanto la luz como la libertad que le proporciona al escritor el innato poder que representan los recuerdos sobre su obra, están muy presentes en este Duelo de alfiles, una novela que su autor, Vicente Valero, define como de viajes. No obstante, no debemos confundir tal definición como novela de aventuras o de periodista viajero, porque nada más lejos de esa realidad se encuentra el gran encomio y acierto de la última novela del escritor ibicenco, que se sirve de una de sus pasiones, el ajedrez, para mostrarnos a cinco grandes escritores de finales del siglo XIX y principios del XX en pequeños avatares de sus vidas que, sin embargo, para su autor tuvieron gran trascendencia, tanto en sus vidas como en sus obras. Por tanto, en Duelo de alfiles estamos ante el ajedrez como excusa para viajar a las entrañas de la literatura. Como ya hizo en Los extraños o El arte de la fuga, Vicente Valero se cuela por la rendija que nadie antes ha penetrado, para darnos una gran lección de las relaciones y dimensiones que existen en el espacio exterior e interior de los escritores y su trascendencia. Hay en cada uno de estos cuatros retratos (Bertolt Brecht, Frank Kafka, Nietzsche y Rilke), cinco si añadimos a Walter Benjamin, esa necesidad de búsqueda de la luz y la superación de la frustración creativa a la que todo artista se enfrenta. Y Valero nos la muestra en cuatro capítulos que podrían representar cuatro partidas de ajedrez con sus diferentes aperturas y finales; unas partidas donde siempre subyace la casualidad que existe tras cada viaje. Gracias a esa capacidad de narrar, Valero apoya sus relatos en anécdotas que, en principio, no parecen trascendentales, pero que nos hacen un dibujo certero y único de los episodios vitales de los escritores que retrata. Y que como buen pintor de semblanzas que es, nos disecciona en unas no menos interesantes disquisiciones filosóficas y literarias sus accidentadas vidas entreguerras, lo que nos traslada a ese otro complicado territorio de las comparaciones y las confrontaciones. No es una casualidad, en este caso, los lugares comunes que recorren los cinco autores ni su presencia en un mismo lugar un mismo día sin que ellos sean conscientes de esa cercanía; una cercanía anónima en ese instante, pero relevante y trascendente en el devenir de los tiempos. Esa, sin duda, es otra de las grandes labores de orfebrería literaria que ha llevado a cabo Valero a la hora de darle a este novela metaliteraria el dogma de referencial a pesar de su corta extensión en el número de páginas. Nada falta y nada sobra en esta obra narrativa; una obra dotada con los elementos suficientes para hacerla única y especial.



Desde un estilo narrativo sencillo, que busca romper la monotonía de las grandes descripciones, pero con el acierto de una escritura pulcra que te hace buscar más allá, Valero vuelve a demostrarnos su gran capacidad para construir historias y relacionarlas entre sí, como si todas ellas formaran parte de ese gran ajedrez que es el mundo y que, él, nos ha acercado a través de cinco figuras literarias esenciales, tanto para él como para la historia de la literatura. Y todo ello, macerado con el gran poder evocador que tienen los viajes. Y así, Duelo de alfiles se nos presenta como un todo donde el ajedrez es la excusa para viajar a las entrañas de la literatura.  



Ángel Silvelo Gabriel. 

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