martes, 11 de febrero de 2020

EXPOSICIÓN RODIN-GIACOMETTI EN LA FUNDACIÓN MAPFRE DE MADRID: LA SOLEDAD DEL INDIVIDUO FRENTE AL FRAGMENTO COMO DISCURSO NARRATIVO



Hombres de perfil. Hombres matéricos con las bocas abiertas que se enfrentan a otros hombres-pájaro. Hombres, donde la fragilidad es su característica dominante. En, Rodin, cargados de robustez y contundencia frente a la fragilidad y minimalismo de un Giacometti y, con un elemento común entre ambos, como es la busca de la soledad del individuo frente al fragmento cono elemento narrativo. Uno y otro, Rodin y Giacometti, afligidos por la transparencia y vivacidad de las emociones: dolor, angustia, tensión, alegría, soledad, escapismo, que se traducen en la fuerza de lo inacabado y la preponderancia de la repetición. Repetición en busca de una perfección que no llega…, y que nunca llegará. Y contra esa lucha anónima, acerca de la búsqueda de lo imposible, la huella de los artistas sobre sus obras. Señas de una identidad que perdura en el tiempo y fagocita al anonimato. Diálogos entre la materia y la distancia que marcan los personajes de uno y otro artista sobre un espacio colectivo y visitable como ocurre en Los burgueses de Calais, que permiten al observador introducirse en el espacio de la obra de arte para experimentar su expresividad dentro de ella, tal y como hizo Giacometti en 1950 en el parque Eugène Rudier en Vésinet. Espacios que no siempre se nos muestran al ras de suelo, sino también aupados sobre pedestales. Pedestales que dan a sus obras la preponderancia del mito, de los dioses en sus inalcanzables tronos. Dioses de perfil, como en le caso de Giacometti, donde sus espigadas figuras del hombre-perfil se asemejan a las ramas de un árbol que nacen de las raíces (pedestal) que las sustenta. Ramas que, en ocasiones destacan por su desproporcionalidad. Y que, en Rodin, son en sí mismos la propia materia, como si busto y pedestal fueran una misma unidad.



La exposición Rodin-Giacometti en la Fundación Mapfre de Madrid es un relato acerca de los sentimientos del ser humano y sus múltiples capacidades de expresión. Un relato que se nos muestra en forma de ruta de sensaciones que van, desde la robustez de la presencia en la obra de Rodin, a la fragilidad del minimalismo figurativo de Giacometti. Una obra, la de Giacometti, que fue definida por Jean Genet como: “Los guardianes de los muertos” por la orientación hacia la reducción que tienen muchas de su figuras-hombre que, en ocasiones, nos permiten visualizarlas como cabezas planas reducidas a los dos planos. Un efecto que nos hace perder la espacialidad de la tercera dimensión. Un efecto, donde ese ojo que todo lo ve, tiene que transportar el sentido de su obra para aportarle la totalidad de su significado, pues a poco que nos desplacemos alrededor de ellas, asistiremos a su fascinación por la relación entre el movimiento y el espacio que alcanza su máxima expresión en su serie El hombre que camina. Un movimiento al que Rodin impregna a su obra con la contundencia y perversidad de movimientos casi imposibles.



Otra faceta creativa que abarca la exposición, y que puede resultar menos interesante de cara al espectador, es la cantidad de figuras inacabadas que se exponen y que nos dan las coordenadas del trabajo de cada uno de los artistas a la hora de llegar a la solución definitiva de cada pieza y, de paso, nos hablan sin cortapisas de la importancia del trabajo previo y la repetición como señas de identidad de sus trabajos. Trabajos concienzudamente plasmados en diferentes fases y materiales que van desde el papel, a la arcilla para acabar en el bronce o el mármol. Señas de identidad que nos hablan desde la frescura y la contundencia a la hora de plasmar la soledad del individuo frente al fragmento como discurso narrativo.



Ángel Silvelo Gabriel.

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