Hay historias que llegan para quedarse. Hechos en nuestras vidas que nos dejan una huella indeleble en el corazón y nos acompañarán hasta el final de nuestros días. Experiencias que son un todo, porque sin ellas no seríamos lo que somos: ese amasijo de huesos que, en el fondo, están dominados por el alma. Una materia intangible que es lo que nos convierte en personas. De esa materia que ni se ve ni se toca, está hecho este último álbum de La Habitación Roja, Crear. Un disco que, sin duda, está y estará entre los mejores de su carrera por su verdad, dignidad y acierto a la hora de cantar a la vida, porque eso es Crear: un canto a la vida con sus luces y sus sombras; un canto en el que se juntan el amor y la pérdida, la juventud y su melancolía, el destino y los finales. A este LP, por si fuera poco, le acompañan unas melodías que nacen lentas y van in crescendo hasta límites tan insospechados como inimaginables, porque recorren unas sendas magníficamente acompasadas entre letra y música, lo que las convierten en salmos de espiritualidad que en la voz de Jorge Martí alcanzan cotas líricas de gran calado. Una profundidad que es la pura esencia de Crear, por ser éste un compendio de temas que nos hablan del útero del que procedemos. Del milagro de la vida que se abre paso el día que nacemos, y de la posibilidad de llegar al cambiar el mundo. Una transformación en forma de canciones, letras y músicas que nos salvan o nos dan un poco de luz cuando las escuchamos por primera vez y las volvemos a retomar una y otra vez, pues en cada audición van saliendo y sobresaliendo nuevos matices en letra y música. No cabe mayor apuesta hacia este disco que la de su primera canción, Crear siempre es mejor que destruir, tal y como hicieron en el inicio de su concierto en la sala But de Madrid. Arropados por una pantalla llena de un mar azul que era la mejor banda de imágenes para una gran canción, cuyos estribillos: «Crear siempre es mejor que destruir […] Crear te ayudará a creer en ti» son el leitmotiv de un sinfín de intenciones existenciales que traspasan la barrera de la música. Unos temas que, como en el caso de El Duelo nos recuerda en sus inicios a la atmósfera musical de grupos como The Cure y que continua con una gran proyección de guitarras y unos teclados cada vez más presentes en las composiciones del grupo. A los que hay que añadir la voz de Jorge que va en busca del amor en sus múltiples variantes, lo que de alguna forma le diferencia de su querido Ricardo Lezón, por la multiplicidad y variantes que nos ofrece en este disco de relaciones humanas que van desde las maternofiliales a las gobernadas por apasionadas despedidas, o las que recorren la melancolía de una juventud que se afana en la búsqueda del ayer: «ayer me quedaba mañana y hoy solo me queda el ayer» presente en la canción Las olas, sin duda el tema más nostálgico de un disco que escarba en las reminiscencias de nuestro pasado y, que en el caso de esta canción, tiene un preponderante matiz mediterráneo por la luz que desprenden su melodía y su letra. Una simbiosis que se traslada a la intensa comunión que el grupo tiene con sus seguidores y que, como pudimos comprobar el pasado 22 de febrero en Madrid, alcanzó su zénit, una vez más, cuando interpretaron su hit Ayer; una canción que por sí sola vale toda una noche alrededor de este grupo valenciano, capaz, como pocos, de ponerte el corazón en un puño. Verdad, dignidad, profesionalidad y una gran capa de magnetismo que engendran grandes momentos en sus directos siempre álgidos y únicos.
Crear si por algo se caracteriza es por el alto nivel musical de todas las composiciones, donde cada uno tendrá sus temas favoritos, pero sin que el resto pierda un ápice de protagonismo, pues en cada uno de ellos hay matices que los singularizan del resto. Un ejemplo de ello son Los seres queridos, con una gran carga emocional, a la que no le falta Svalbard, que se caracteriza por la fuerza y el ritmo alto de sus guitarras. Y, que alcanza sus mejores sensaciones, en La calle de la soledad, un corte en el que se aúnan el amor, la fragilidad y la fuerza, todas ellas capitaneadas por unos riffs de guitarras y vaivenes rítmicos que explosionan en unos versos que funcionan a la perfección con la música: «Aquellas cartas que me mandabas, cuando las cartas eran ventanas». Ventanas que se abren en un canto a la vida.
Ángel Silvelo Gabriel.
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