Fuego fatuo como una burbuja y emblema de la desesperación que, sin embargo, renace cada amanecer. Creer en aquello que sabemos que nos matará. Ejercer de lo que no conocemos por el simple hecho de reivindicar el juego que conlleva enfrentarnos a la realidad. Juego sin malabares y repleto de oscuridades. Calles desiertas. Vomitonas de madrugada. Y droga. Heroína como simuladora de aquello que no somos. En El fuego fatuo, Pierre Drieu la Rochelle refleja esa desazón que se quedó en las almas de aquellos que hicieron frente y sobrevivieron a La Gran Guerra. Muerte y destrucción que dejó sin futuro a miles de jóvenes europeos que se quedaron sin vivir el esplendor de la vida. De esas sombras nacieron hombres gobernados por el miedo y la desesperación, lo que a muchos de ellos los llevó al distanciamiento, la soledad y la frustración. Alain, el protagonista de esta historia, podría ser uno de ellos. Enfrentado a sus días sin nada. Hambriento de vida, pero que no sabe como masticarla y menos engullirla. Así marcha, erguido en la loma de un desasosiego pertinaz, que tiene una única meta: la muerte.
El fuego fatuo navega por esas aguas donde lo normal es la cobardía del que no quiere saber la verdad, porque ésta es tan aplastante que no admite ningún tipo de interrogatorio. No obstante, cabe preguntarse si esa deriva está llena de algún tipo de significado, sea éste trascendente o no, y la respuesta es que sólo está determinada por el vacío. Aquel que el alma humana es incapaz de esquivar. Como nos dice su autor en la contrarréplica titulada Adiós a Gonzague: «Morir es el arma más potente que puede tener un hombre». Una sentencia cargada de dramatismo, pero también de una voluntad férrea carga de valentía. El acoso del mundo en ocasiones es tan incisivo que nos empuja al abismo con tan sólo enseñarnos el final de nuestros días. Francia. París. Las mujeres. La vida burguesa. En este caso, todos ellos forman parte de un atrezo hueco y muchas veces sin sentido. Relaciones que no llevan a ninguna parte por el esnobismo que desprenden. Así es fácil perderse en la nada. Un río lleno de palabras huecas y guiños falsos que no nos permiten alojarnos en ningún lugar en concreto. Y de ahí surge el vagabundeo de un Alain que se declara incapacitado para el amor y la vida. Él nada más necesita de acciones y no de sentimientos, por mucho que éstas no signifiquen nada para él. Y es en esos huecos donde se hunde por un precipicio que él se construye a cada instante. Su orden práctico es el que da una respuesta a su desorden vital. Incapaz de escribir o amar se refugia en los objetos inertes e insignificantes que le rodean, como lo puede ser una cerilla. En este sentido, se nos recuerda que: «En todo literato hay un enterrador».
Pierre Drieu la Rochelle se inspiró en la vida atormentada y suicidio de su amigo y poeta dadaísta Jacques Rigaut para escribir El fuego fatuo. Un nuevo símbolo del suspiro de la desesperación que gobernó el mundo en el período entreguerras.
Ángel Silvelo Gabriel.
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