Hoy que todos los jóvenes quieren ser influencers sin importarles lo que significa esa palabra ni lo que van a hacer para llegar a serlo, surgen contrapuntos como el que se nos plantea en la película ganadora de la Palma de Oro del Festival de San Sebastián, Los domingos, donde su directora, Alauda Ruiz de Azúa, nos levanta la mirada para mostrarnos la fe que lucha contra la libertad de elección. Una fe que no tiene explicación, como la de aquellos que quieren ser influencers por el simple motivo de serlo sin ser conscientes de que para ello tendrán que generar algún tipo de contenido, o no, en sus vídeos. Esta circunstancia no es algo que le afecte a la protagonista de la película Ainara (Blanca Soroa) porque ella de alguna forma ya tiene el camino abierto: la oración, la meta de llegar y entregarse a Dios, y un convento de clausura donde seguir la senda para logarlo). Lo que unos y otros, sin embargo, no llegan a entender es la cualidad de intangible que posee la fe. La fe ni se ve ni se toca y, por tanto, no admite explicación o disculpa. En esa libertad de lección, acertada o no, hay mucho de crítica a la sociedad actual, porque nada nos da más miedo hoy en día que expresarnos en libertad, no vaya a ser… En este sentido, Ruiz de Azúa lucha por encontrar un equilibrio en tan inusual decisión y, para ello, se balancea entre la aceptación, la indiferencia y el rechazo a dicha decisión por parte del entorno y de todos los miembros de la familia de Ainara, pues todo ellos se muestran ciegos ante la evidencia. Un círculo familiar no exento de ninguna cualidad formal que todos expresan según sus intereses en la comida que los reúne cada domingo, aunque no todos hallan asistido a misa ese día.
Los domingos es una película de la que no se sale indemne tras su proyección, porque ni los planteamientos más extremos del padre, tía o abuela de la protagonista, ni la desnudez y franqueza de las monjas —sobre todo de la madre superiora—; ni la de ese rostro lleno de una prístina beatitud que encarna Blanca Soroa —pues por si sola llena la pantalla—, no dejan indiferente al espectador que, a buen seguro, se preguntará a que viene ahora plantearse este tipo de cosas si ya nadie quiere ser ni monja ni cura. Aquí, es donde la dirección de la película se centra muy bien en la cercanía de unos ojos y un rostro que con los que el guion va derribando los múltiples obstáculos a los que se enfrenta la protagonista y llevarla hasta un final que no por esperado nos resulte apacible. En este sentido, a través de los numerosos primeros planos de Ainara con los que cuenta el film se consigue distorsionar el ruido que se genera a su alrededor e intenta hacerla dudar de sí misma. Sin embargo, con ello, Ruiz de Azúa consigue poner el foco en lo de verdad importante: la fe que lucha contra la libertad de elección. Y lo hace más allá de ideologías y comportamientos plagados de prejuicios. Como dice Antoine de Saint-Exupéry en El Principito: «He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos.»
Ángel Silvelo Gabriel.

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