miércoles, 30 de diciembre de 2015

FRAGMENTOS: MIS MEJORES LECTURAS DEL AÑO 2015


Este año, si por algo se ha caracterizado en mis lecturas, ha sido por la entrada de la poesía en ellas, y lo ha hecho con la fuerza y la intención de quedarse, que lo consiga o no, dependerá del tiempo y de uno mismo y sus múltiples avatares. Otra de las características de este año, ha sido lo errático de mis lecturas de novelas, pues la poesía y los relatos cortos se han llevado el protagonismo lector. En este sentido, y aunque no las he reseñado por falta de tiempo, y por tanto, no están en el resumen que va tras esta breve introducción, me gustaría dejar constancia de dos libros que sí he leído, por el valor que por sí mismos tienen, o eso es al menos lo que a un servidor le han transmitido uno y otro. El primero de ellos es La última noche de James Salter, un conjunto de relatos que, a pesar de su complejidad, siempre te dejan en vilo y con ese rastro inteligente que el autor nos va proporcionando a lo largo de su escritura. Baste decir que el último de los relatos de esta recopilación es su famoso, La última noche, un perfecto navajazo en la conciencia y en el bajo vientre que el autor le proporciona al lector con suma elegancia y estilo. El otro libro en cuestión es la selección, traducción y prólogo que Carlos Clementson ha hecho para Eneida de muchos de los poemas de Fernando Pessoa, una antología poética que se ha titulado Los dioses desterrados, y que nos muestra muy bien, el sentir poético del gran poeta portugués a través de sus heterónimos y de su propio ortónimo. Todo un ejercicio poético de vida, y de gloria, a lo largo del tiempo, pues muy bien la podríamos definir como: la soledad del creador transformada en poemas.

ANTONIO TABUCCHI, SUEÑOS DE SUEÑOS: LA FACULTAD DE SER OTRO DENTRO DE LA LITERATURA
Soñar aquello que quisimos ser y no fuimos, o mejor dicho, reinterpretar el sueño de aquellos a quienes admiramos a través de alguno de los sucesos más importantes de sus vidas, pues esa parece ser la premisa que Tabucchi se autoimpuso a la hora de acercarse a cada uno de los personajes de los que se inventa un sueño, demostrándose a sí mismo, y a los demás, que hay vida más allá de la vida y de la obra de un autor, pues él, reconvertido en muchos otros a la vez, ha sido capaz de dar vida y de reinterpretar los sueños de aquellos a los que admiraba, creando de ese modo un nuevo género literario: el de la narrativa onírica a partir de los sueños de otro, lo que sin duda, nos lleva a esa nueva —por distinta—, facultad de ser otro dentro de la literatura. El conocimiento que Tabucchi demuestra de cada una de las personas con las que sueña en esta brumosa recopilación de sueños, nos habla, de la cercanía consustancial que el autor de estos breves relatos tiene de la vida y la obra de aquellos a quienes suplanta en sus sueños. Caravaggio, García Lorca, Chéjov, Pessoa o Freud, solo por citar a algunos de ellos, se van sucediendo en esta cadencia de instantáneas imposibles que, sin embargo, en la destreza narrativa de Tabucchi, cobran vida propia más allá del hecho que las propician, para convertirse en esa otra posibilidad de lo imposible, porque quizá, si no fuera por la escritura, no tendríamos la facultad de dejar constancia de ese ser otro dentro de la literatura, una opción que va mucho más lejos de la capacidad oral, como instrumento de transmisión de la cultura entre los hombres.

ELENA MEDEL, CHATTERTON: LA PÉRDIDA DE LA SONRISA
Ir caminado y comprobar cómo las suelas de nuestros zapatos se desgastan y cuando llueve se llenan de barro. Eso es la vida, una sonata a la pérdida de la inmaculada inocencia que nos recibe en su seno cuando nacemos. «Madurar/ era esto:/ no caer al suelo, chocar contra el suelo contemplar el/ pudrirse de la piel/ igual que un fruto antiguo». No hay crema que nos proteja del sol que nos quema poco a poco, día a día. ¿Madurar era esto? Sí, nadie nos enseñó a quedarnos quietos y pararnos a mirar, y en ese no movernos se nos quedó dibujada la pérdida de la sonrisa, como si fuéramos estatuas de humo pensadas con un soplo de nuestros pulmones. Vivir no significa fracasar, aunque, con el paso del tiempo, seamos conscientes en qué fondo de qué cajón se quedaron nuestros sueños. Fracasar es no poder decirnos que lo intentamos. Y ese miedo a esa pregunta es la que bordea los versos de este portentoso Chatterton, donde, cada una de las tres partes en las que se divide este poemario, que recibió el XXVI Premio  Fundación Loewe a la Creación Joven, son una razón para seguir levantándonos cada mañana, por mucho que solo seamos capaces de arañar unas palabras al papel en blanco. La melancolía de la pérdida se convierte así en una fe que no conoce límites, porque la redención del fracaso siempre es un pozo rico en hallazgos, igual que las heridas de nuestros errores nos recorren el interior de nuestra piel. Disolver esas heridas con la luz es una de las opciones que nos quedan de cara al futuro, pues no hay nada mejor para afrontar el horizonte del mañana que hacerlo con la conciencia —de las heridas— limpia de inútiles remordimientos.

MANUEL DE MÁGINA, SALTITOS: REINTERPRETANDO LA VIDA DE LOS AFLUENTES SUBTERRÁNEOS
La vida transcurre entre anécdotas, situaciones absurdas y desgracias. Entre todas ellas, de vez en cuando, se cuela un rayo de felicidad, pero en realidad poco importa, porque nadie está a salvo de lo imprevisto. Saltitos es un ejercicio que nos obliga a traspasar esa línea imaginaria que la cotidianeidad nos obliga a no visitar. Justo, al otro lado, es donde transcurren estas doce micro historias: oníricas, absurdas, irónicas…, pero tan acertadas y reales, que le ponen a uno los pelos de punta. Y en medio de este festival de las emociones, Manuel de Mágina ejerciendo de maestro de ceremonias, y lo hace de una forma muy sutil, sin que apenas se note, con una habilidad de gran narrador. Él desaparece tras sus personajes y sus historias, y gracias a eso, el lector solo tiene que ir sorteando los múltiples vaivenes a los que se verá obligado a enfrentarse. En esa batalla incruenta de las últimas necesidades vitales, no hay que hacer uso de la razón lógica, sino de la otra, de aquella que de verdad nos ayuda a ir reinterpretando la vida de los afluentes subterráneos, pues es por ahí, por donde de verdad circulan los más íntimos anhelos del ser humano, esos que nunca se cuentan, salvo, quizá, cuando todo está perdido. Saltitos es un compendio de magistrales dosis literarias de universos únicos y mágicos, que nos ayudan a reivindicar los deseos más profundos de nuestro corazón. Arremeter contra las normas es hacerlo contra la vida que nos afea el comportamiento y nuestra naturaleza. Esa es una de las virtudes de estos doce relatos, pues nos ayudan a soportarnos mejor, y no solo eso, sino a mirar a ese otro lado del espejo, por mucho que tengamos que romper el cristal para llegar allí a donde de verdad queremos ir.

MIRIAM REYES, HAZ LO QUE TE DIGO: COLISIONES GRAVITACIONALES Y VERGAS APUNTANDO AL HORIZONTE
Las almendras..., doradas y blancas. Las sábanas..., bordadas de unas flores que parecen proyectadas por un rayo láser sobre la cama. Y al lado; al lado un cuerpo de mujer..., de dorados cabellos y blanca piel. Estética y sueño. Dulzura y miedo. Todo y nada..., bajo el influjo de ríos manchados de sangre, mares de aire que no pesan o cables de luz que transmiten notas de música. El cuerpo frente al deseo. Lo posible frente a lo que no lo es. Vida y sueño, posibilidad e incertidumbre en busca del dorado. Una tierra prometida que necesita del territorio del otro, pero que antes hay que atravesar plagada de mapas, montañas, riachuelos..., brazos, axilas, piernas. «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo», nos dijo Wittgenstein. ¿Y qué nos importa? si los límites del mundo proyectado por Miriam Reyes en sus poemas son los planetas, de cuyas colisiones gravitacionales, se proyectan vergas apuntando al horizonte. La posibilidad de una nueva vida, sin embargo, es igual de imposible que el principio de incertidumbre, cuando nos expresa que nuestros cuerpos o nuestras vidas son como partículas que no pueden ser observadas y medidas a la vez. Una concepción poética, la de Miriam Reyes, que deviene en esa posibilidad última de unas palabras obsesionadas con el ritmo, la entonación y la musicalidad; palabras exentas de comas o puntos, y en las que ni siquiera caben los títulos. En esa necesidad del continuum a través de las palabras se nos remarca la necesidad del ser uno mismo a través del otro. Miriam Reyes nos obliga a buscar y a encontrar el ritmo interno de sus palabras, y nos obliga también a reconvertirnos en espeleólogos del lenguaje reincidente de sus imágenes. Solo a través de esa búsqueda encontraremos la verdad que, en este caso, no es otra que esa materialidad que se convierte en extrema debilidad: «Parece compacta la tierra/ bajo nuestros pies./ Debajo de la tierra: roca./ Dentro de la tierra: roca/ Y aún así raíces insectos». Tras lo volcánico yace la vida. Al otro lado de la oscuridad existe una última fuerza a la que cada uno bautiza de una forma diferente..., y así hasta el final de los días.

LEOPOLDO MARÍA PANERO, SOMBRA: RETANDO AL VIENTO QUE AZOTA AL SILENCIO
Página, palabra, viento, silencio…, y sombra a la que el precipicio no logra vencer. Los poemas que componen Sombra son como un reto, quizá el último, de intentar vencer al silencio; un silencio que se transmuta en el viento que azota a la página en blanco, sobre la que Leopoldo María Panero, cual águila, planea al acecho: «Un águila cae sobre la página/ Un águila SE ENFRENTA A LA NADA/ Dialogando a solas con la nada/ Acerca del abrazo del viento/ Que cae como lluvia sobre la nada». Página en blanco que se erige como la lanza que se clava en el corazón de la soledad. Soledad del poeta que se aísla dentro de su propia selva, en la que de vez en cuando tienen cabida Eliot —«In my begining is my end»—, Ezra Pound, Wallace Stevens, etc, como si todos ellos uniesen sus fuerzas y convirtieran sus palabras en un eco que lucha contra el olvido. Olvido en forma de martillo, cuchillo, ceniza, tumba, silencio… Puro ejercicio de terror el del olvido que, cual alimaña, se apodera de nuestros sueños: «La vida es puro terror/ Terror de un alma negra/ Que reza silenciosamente a la muerte/ Que reza por un animal que no tuvo suerte/ Y que llama con palabras silenciosamente/ A la muerte». Hay un animal herido dentro de cada uno de nosotros y Leopoldo lo sabe bien, pues él le incita a salir y luego a luchar, igual que el tiempo reta al viento que azota a la página en blanco. Sombra sobre blanco, sombra sobre la nada, pues quizá solo seamos eso: nada. ¿Qué quisimos ser?, ¿qué fuimos en realidad?, ¿qué quedará más allá de nuestros versos? ¡Concento de la vida, conviértete en un dulce sueño!, ¡cánticos de la sinrazón devolver las cenizas a su seno!, ¡y volver allí, donde la ternura se pinta de azul!, ¡y dejadnos descansar a la luz de una pálida vela!

SAMANTA SCHWEBLIN, SIETE CASAS VACÍAS: EL PARAÍSO DE LOS UNIVERSOS CERRADOS
En ciertas ocasiones, la mente humana camina en paralelo a la realidad, en una especie de paraíso de los universos cerrados que nos aleja de ese otro mundo en el que los demás corren y vuelan sin saber muy bien por qué ni a dónde. Existe la posibilidad de regresar al punto de partida, a partir del cual todo nos empezó a resultar distinto, por lo que tenía de auténtico y único. Sin embargo, esa opción no existe en Siete casas vacías, pues Samanta Schweblin se empeña una y otra vez en llevarnos de visita por los huecos de las casas donde solo caben los fantasmas o ese parte del alma que se desmarcó de una forma muy juiciosa de la parte racional de nuestro cuerpo. Esta recopilación de relatos es un conjunto de miradas que se pierden tras la cortina de un cristal, adornado de múltiples gotas de agua, que hacen las veces de cortinilla entre realidad y ficción. Esas gotas, con las que se distorsiona la luz del sol, son las que la autora argentina nos muestra en estos seis relatos cortos y una nouvelle que se disfraza de relato sin llegar a serlo. En ese universo literario de soledades y silencios, y espacio geográfico de casas vacías, hay una trágico desdén a la hora de replantearse ese sentimiento de culpa que hizo sentir, a cada uno de los protagonistas de los relatos, la necesidad de huir de sí mismos y, de esa forma, no tener que afrontar la transmisión de sus miedos más allá de la línea del horizonte, en este caso, reconvertido en una imaginaria línea de la esperanza. Algo, a lo que sin duda, contribuye su economía verbal y la ausencia de adjetivos que convierten a la prosa de Schweblin en pragmática, como buena parte de sus personajes, perdidos en sus propios ditirambos.

VICENTE VALERO, EL ARTE DE LA FUGA: ATRAPANDO ALMAS DE POETAS ENTRE LAS SOMBRAS DE SU PASADO
Dejar este mundo es el último de nuestros arrebatos, aparte de una forma de fuga; de fuga de nosotros mismos, como muy bien nos recuerda Vicente Valero en este magistral El arte de la fuga. A través de un pulcro e inteligente ejercicio de estilo a la hora de escribir y narrar una historia o unos acontecimientos, el autor ibicenco nos apunta tres formas en las que el cuerpo se convierte en alma, o donde, al menos, uno deja de ser aquello que era. La sutileza e inteligencia con la que lo hace es digna de admiración. Este es un libro que te perturba por lo bien escrito que está, y que te deja mal, pues te hace sentir que todo aquello que tenías por cierto es puro humo, ya que todo él es pura magia y ensueño. Valero tiene, y proyecta, un poder de evocación sobre sus palabras muy parecido al que también atesoró Thomas Wolfe en su momento. En el pandemónium, de confusión y ruido, que rodea a la muerte o al cambio, Valero se agarra con fuerza al arte de la escritura, pues este escueto libro, es eso, puro arte literario. Una vez más, los editores de Periférica dan en el clavo, y saben saciar la sed de aquellos que buscan, en la actualidad, algo distinto en el mundo editorial en castellano, quizá, de ahí, su éxito. Julián Rodríguez y Pepa Flores buscan y nos proporcionan aquello que de verdad se va a quedar en nuestro subconsciente para siempre, y este libro es un buen ejemplo de ello.

Ángel Silvelo Gabriel.

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