Místico, exuberante, sensible,
intenso, frío, apasionado, egocéntrico, descomunal, enigmático, ensimismado.
Tirano, egoísta, interesado, desnaturalizado, atormentado, déspota,
desquiciado, insensato, voraz, misántropo. Todo cabe en al voluptuosidad de Mark
Rothko y su obra. Rompedor del movimiento cubista, difamador del arte
pop. Y, entre uno y otro, aquello que tildaron como algo que él no sentía:
expresionismo abstracto. Pintor de veladuras superpuestas. Tonalidades
cromáticas de un mismo color que, sin embargo, necesitan de la sensibilidad y
la transformación de quien observa. «Mi pintura es un 90% pensamiento y un 10%
ejecución», dijo. Su pintura es contemplación. Honda y mística. Filosófica e
intensa. Pura y directa. «¿Qué ves?», le pregunta a su ayudante. «Sí, ¿qué ves?
Y no me digas lo que todo el mundo. Tómate tu tiempo y contempla. Deja que la
pintura entre dentro de ti. Y transformarla a tu manera. Hazla tuya», le
repite, no en tono de súplica, sino de mandato. Todo en él es desmesurado: su
propuesta artística, su visión del mundo del arte, su planteamiento ético ante
su trabajo y la vida. Todo ello le produjo conflicto y desazón: consigo mismo y
con los demás. En este camino de transformación que va del rojo al negro y en
el que en esta obra, Rojo, hay espacio para el ajuste de cuentas:
con su vida y el mundo, su origen y su familia, la universidad y el
establishment del mundo del arte. Y, por supuesto, para poner los puntos sobre
la íes a Pollock y su obra. A su adoración por Caravaggio:
«Y en esa oscuridad nace la luz» nos recuerda cuando rememora su vista a la
iglesia de Santa María del Popolo en Roma y contempla La conversión de San
Pablo de Caravaggio. Y, por encima de todo, la importancia
del rojo. La importancia del rojo y de la obra, Armonía en rojo, de Matisse,
ante la que pasó muchas horas: ¿Qué ves? Ahí es donde se encuentra el verdadero
secreto de su pintura: desentrañar el misterio que se esconde tras cada capa de
color, en la división que supone y significa cada una de ellas, en la
reinterpretación de aquello que antes no existía, salvo en su mente. El tabaco
y, sobre todo el alcohol hicieron el resto. Y, así, la frialdad se convertía en
pasión, la templanza en desmesura y el hecho de pintar en un todo inabarcable
en el que solo encontraba sosiego en el texto, El origen de la tragedia,
de Nietzsche.
Rojo, de John
Logan, es un brillante, intenso y aterrador texto que explora las
diferentes capas o veladuras que existen en el mundo del arte, para nada
simplista, como puedo parecernos a simple vista en el caso del expresionismo
abstracto y, que además, proyecta con vehemencia un punto de vista único sobre
lo qué es y cómo se vive y reinterpreta el mundo de la creación sobre la vida a
través de la obra de un artista. Las aristas y la dura coraza que envuelven al
ser humano se ven expuestas, en esta ocasión, en un perfecto equilibrio entre
los excesos del artista y los temores del hombre, cuando éste abandona su
estudio y deja olvidado en el suelo su pincel o su brocha de pintar. En este
sentido, Juan Echanove está entregado a la causa, y da vida a un
inigualable Rothko perdido en sus tinieblas y, que sin embargo,
aún lucha por encontrar algo de luz en ese camino de transformación que le
llevó del rojo al negro.
Ángel
Silvelo Gabriel.
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