El poder de la evocación es infinito, tanto o más que la percepción del tiempo. Quizá porque la evocación es una forma de reivindicar el tiempo. El tiempo absoluto, por lo que ésta tiene de dinamizadora del pasado, el presente y el futuro. La evocación es un eco que repercute en nuestra memoria para ofrecernos la posibilidad de volver a ser o hacer lo que una vez fuimos o hicimos. Entonces, ¿qué es pasado, presente o futuro cuando todo se congela en el instante en el que lo hemos vivido? Incapaces de detener el tiempo jugamos a recordarlo, experimentarlo o imaginarlo. La literatura, o sobre todo el cine, es el perfecto simulador que congela las manecillas del reloj, inmiscuyéndonos en una ficción paralela a la realidad, lo que la convierte en una fuerza tan poderosa como el tiempo. Sin embargo, por mucho que nos engañemos esta artimaña no deja de ser un truco de magia. Falso, claro, porque detener una imagen no significa detener el tiempo, sino transportarlo a lo que fue y ya no es, o quizá hasta lo que algún día soñaremos. En este sentido, Hilario J. Rodríguez cuando nos acerca a la película de Alain Resnais y Alain Robbe-Grillet, El año pasado de Marienbad, ejerce de mago (sin trampa ni cartón) capaz de parar el tiempo para, de ese modo, hacerse dueño del pasado, el presente y el futuro a través de los recuerdos y las palabras (no cabe mayor oxímoron que el subtítulo de la contraportada: Recuerdos del futuro). Esa imagen fija que nos va proporcionando Hilario capítulo a capítulo nos muestra la importancia de lo dicho y experimentado, para a partir de ahí crear un texto nuevo y una nueva película donde el tiempo ya es otro, porque se trata de un espacio en el que, mediante la invocación de otros, de sus películas y sus novelas, nos lleva hasta la evocación de una singular forma de hacer arte (por original y distinta) mediante los ecos que representan cada una de las palabras que conforman este ensayo. Un análisis magníficamente documentado de lo que puede representar para algunas personas una película que, como toda obra maestra, transita más allá de los límites cinematográficos para adentrarse en el subconsciente colectivo de una generación de cineastas, críticos y espectadores.
El año pasado en Marienbad relativiza la vida y el amor en un espacio geométrico como si de un universo inventado por De Chirico se tratara. Tal es su poder que, de esa frialdad o distancia, nace algo tan intenso como nuevo. Y esa anunciación es la que Hilario nos muestra, porque este Recuerdos del futuro va de lo que el autor narra o inventa, pues crea una nueva estructura conceptual y literaria, dándola forma a través de un texto dentro del texto. Viajero incombustible, cinéfilo sin desaliento, y escritor sin tapujos y con grandes dosis a la hora de saltarse los márgenes de los estilos narrativos y literarios que aborda, Hilario J. Rodríguez, una vez más, hace suyo un universo general y multiconceptual como el que representa la película sobre la que nos habla, para dotarla de una textura que nadie más que él puede imaginar por su capacidad para engendrar un nuevo universo en cada uno de sus libros. Universos únicos que, en este caso, son como retos contra el abismo que representa el paso del tiempo.
Ángel Silvelo Gabriel.
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