Acercarse al cine de Eric Rohmer supone atreverse a traspasar la aparente banalidad de sus personajes, a aguantar en ocasiones el escaso atractivo de sus diálogos, y a superar el simbolismo de las localizaciones de sus películas, que para nada son inocentes. Todo en su cine está cargado de un sentido de la trascendencia que intenta mostrar de una forma aparentemente banal, aquello que hay de destructivo en la perturbadora apisonadora que representa la cotidianeidad de nuestras vidas. Una fuerza que nos aleja cada vez más de esos pequeños instantes que merecen la pena ser recordados a lo largo de nuestra existencia.
Ese afán de buscar más allá de lo cotidiano, me llevó a acercarme al cine de este maestro de la Nouvelle Vage con El Amigo de mi Amiga en el año 1987 y 4 Aventuras de Reinette y Mirabelle en el año 1988, ambos films de su ciclo de Comedias y Proverbios, y que posteriormente completé con Pauline en la playa en una sesión de madrugada de la 2 de Televisión Española.
Ese afán de buscar más allá de lo cotidiano, me llevó a acercarme al cine de este maestro de la Nouvelle Vage con El Amigo de mi Amiga en el año 1987 y 4 Aventuras de Reinette y Mirabelle en el año 1988, ambos films de su ciclo de Comedias y Proverbios, y que posteriormente completé con Pauline en la playa en una sesión de madrugada de la 2 de Televisión Española.
Pero cuando me enteré del fallecimiento del director de cine francés (en internet), mi primer recuerdo fue el de un joven que hace ya muchos años iba a ver películas al cine Alphaville de Madrid. Allí vi, entre otras muchas películas, Cuento de Invierno en el lejano año de 1992, de ahí, que tenga un vago recuerdo de la película y del cine de Rohmer. No obstante, de entre los cajones desordenados de mi memoria extraje la imagen de aquellas fichas técnicas y sinopsis que leíamos antes del inicio de la proyección de la película, sutil y maravillosamente acompañadas por una espléndida selección de música de sala, que en el caso de Cuento de Invierno fue Jacques Dutronc: Grandes Éxitos.
Este cineasta del azar meditado, y que como él mismo expresó: “paradójicamente, en mis películas todo es fortuito… menos el azar”, para mí, fue el director de la luz, con esos largos planos secuencias en plena naturaleza (playas, bosques, parques) un escenario idóneo para los largos y nada inocentes diálogos de sus personajes. En concreto, en Cuento en Invierno, la protagonista Félice conoce a Charles durante el verano y ya no vuelve a verle por una mala pasada del azar, a pesar de que nueve meses después nacerá una hija de ambos. La foto y el recuerdo de Charles persigue a Félice durante toda su vida y en cada hombre buscará una y otra vez aquella dulce aventura de verano (paradójicamente en un cuento de invierno) hasta que de nuevo el azar le hace encontrarse con su amado en un autobús del extrarradio acompañado por otra mujer, lo que le provoca la necesidad de huir de esa imagen real que en nada se parece a la imagen imaginada por ella durante tanto tiempo. Como nos dice Laurence Giavarini en la sinopsis de la película que hizo para Cahiers Du Cinema en febrero de 1992: “Félice está predestinada a la felicidad, pero sólo en la medida en que ya la ha vivido. La felicidad sólo advendrá porque ya ha tenido lugar”, lo que nos sitúa en otra de las características del cine de Rohmer donde según sus propias palabras: “yo no digo cosas en mis películas, yo sólo muestro”.
Esa capacidad de mostrar y no decir, deja un gran margen de libertad al espectador para extraer sus propias conjeturas de las grandes dosis de moralidad que fluyen por las películas del cineasta francés, que entre sus objetivos, siempre tuvo un claro acento intelectual en todos sus trabajos. Lo que contrasta con su carácter reservado en lo personal y conservador en lo ideológico.
Este cineasta del azar meditado, y que como él mismo expresó: “paradójicamente, en mis películas todo es fortuito… menos el azar”, para mí, fue el director de la luz, con esos largos planos secuencias en plena naturaleza (playas, bosques, parques) un escenario idóneo para los largos y nada inocentes diálogos de sus personajes. En concreto, en Cuento en Invierno, la protagonista Félice conoce a Charles durante el verano y ya no vuelve a verle por una mala pasada del azar, a pesar de que nueve meses después nacerá una hija de ambos. La foto y el recuerdo de Charles persigue a Félice durante toda su vida y en cada hombre buscará una y otra vez aquella dulce aventura de verano (paradójicamente en un cuento de invierno) hasta que de nuevo el azar le hace encontrarse con su amado en un autobús del extrarradio acompañado por otra mujer, lo que le provoca la necesidad de huir de esa imagen real que en nada se parece a la imagen imaginada por ella durante tanto tiempo. Como nos dice Laurence Giavarini en la sinopsis de la película que hizo para Cahiers Du Cinema en febrero de 1992: “Félice está predestinada a la felicidad, pero sólo en la medida en que ya la ha vivido. La felicidad sólo advendrá porque ya ha tenido lugar”, lo que nos sitúa en otra de las características del cine de Rohmer donde según sus propias palabras: “yo no digo cosas en mis películas, yo sólo muestro”.
Esa capacidad de mostrar y no decir, deja un gran margen de libertad al espectador para extraer sus propias conjeturas de las grandes dosis de moralidad que fluyen por las películas del cineasta francés, que entre sus objetivos, siempre tuvo un claro acento intelectual en todos sus trabajos. Lo que contrasta con su carácter reservado en lo personal y conservador en lo ideológico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario