¿Ser? o ¿no ser? he ahí la cuestión si uno no quiere acabar perdido y fagocitado por la nada. ¿Qué es la nada?, me pregunta avispado mi compañero de butaca. La nada, por ejemplo, es tener la oportunidad de tu vida y dejarla pasar. ¿Eso existe?, me vuelve a inquirir mi curioso interlocutor. Sí, sólo tienes que ver las butacas vacías que hay en este teatro y te darás cuenta que hay mucha gente que se niega a sí misma delante de una televisión. ¿Pero, entonces la tele no es arte?, insiste el adosado. Claro, pero no lo son los programas que devoramos como mera comida basura. ¿Y si a ti te dieran a elegir entre ganar mucho dinero haciendo una serie de televisión o interpretar a Hamlet, qué harías? Le miro con inquina y le digo: si no quieres terminar en el terraplén de la desidia abre bien los ojos y mira y escucha, porque en Odio a Hamlet vas a tener mil razones para no acabar perdido en la nada… y más allá de esa falta de coraje en la que nos movemos en esta deteriorada sociedad del bienestar, Juan Pastor y el magnífico elenco de actores y personal técnico y auxiliar del Teatro Guindalera, nos proponen una y otra vez razones y más razones en forma de obras de teatro para no caer en la bulimia de la desidia colectiva. Y para ello, eligen obras de teatro que desde la sencillez se transforman en apabullantes por la destreza de aquellos que las levantan y las interpretan, pues desde el minuto uno de la representación, ya somos conscientes que asistimos en directo y por derecho propio al gran espectáculo del mundo: el teatro, que en el Teatro Guindalera se convierte en TEATRO con mayúsculas.
La indecisión de Andrew (José Bustos) en este Odio a Hamlet de Paul Rudnik, es el dilema universal del poder de elección, ese que muchos nacen sin él, y que aquí es un leitmotiv en el que el protagonista cae, como un explorador desorientado lo hace en los terrenos desconocidos y cienagosos de los pantanos. La elección entre el dinero fácil e insustancial (como lo son todas las cosas o posesiones que nacen de la falsa creación), frente al Olimpo de las emociones que sólo tienen la humilde recompensa del verdadero arte y de la búsqueda de la belleza por el artista, es el dilema (¿ser? o ¿no ser?) en el que se mueve un joven e inexperto Andrew. En Odio a Hamlet, esa búsqueda de la belleza viene de la mano del pasado, donde la hilaridad de esta pieza de teatro nos lo representa en forma de fantasma; un fantasma llamado John Barrymore y encarnado por un genial José Maya que nos deja boquiabiertos al asistir como asistimos a una muestra de excepcionalidad interpretativa al alcance de muy pocos actores en el panorama actual del teatro español. Genial es poco, dulce, truhán, señor, embaucador, galán, decidido, majestuoso… así se muestra José Maya en este papel que representa al artista con mayúsculas; al artista que busca el duende y que te hace sentir esas mariposas aleteando en el estómago. Un vértigo que se contrapone a la juventud perdida de un José Bustos en el papel de Andrew que precisa de estímulos que no le hagan ir por la senda equivocada. ¿Qué hay más allá de la pura belleza en el arte?, nada deberíamos convenir, sin embargo, las múltiples interferencias a las que nos vemos abocados en nuestro día a día, nos dejan aturdidos como a Andrew, y ni tan siquiera el amor es capaz de romper esa barrera.
Lo esencial es a la vez lo más sencillo, aquello que sale directamente de nuestros sentimientos. Esa capacidad directamente proporcional al ser humano es lo que le hace diferente e inigualable, y es también, a la que nos enfrenta Paul Rudnick en este Odio a Hamlet que, bajo la dirección de Juan Pastor, una vez más, te atrapa y nos atrapa. Un lenguaje directo y vivo, unido a la sencillez de la escenografía, dejan todo el protagonismos a unos actores que, como siempre en el Teatro Guindalera, brillan a gran altura y nos demuestran sus grandes dosis interpretativas, pues esa es la principal y más veraz característica de esta compañía, el gran nivel de todos y cada uno de sus componentes, y que en esta ocasión, junto a los ya mencionados, componen una Dreide deliciosa, sensual e imaginativa que encarna Alicia González; una Lillian elegante y sofisticada interpretada por Ana Miranda; un Gary estridente, hilarante y divertido que toma forma en Álex Tormo, y una Felicia alocada y apasionada en manos de Ana Alonso. Todos juntos, nos hacen sentir vivos de verdad, y comprobar que, a día de hoy, y más que nunca, el teatro y todos aquellos que lo hacen y participan de él, sigue vivo, muy vivo.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.
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