Érase
una vez…, es la frase con la que empiezan muchos de los cuentos —en particular
los cuentos de hadas— que de pequeños nos han contado a todos. Si la hacemos
extensiva al mundo de la música, podríamos decir: «Érase una vez… un grupo», y
si la concretamos en una banda, podríamos añadir un nombre: Second, después de lo visto y oído el pasado viernes en la Sala Ocho y Medio de Madrid, donde Los Cinco de
Murcia despedían su gira Viaje Iniciático (si exceptuamos el concierto que al día siguiente daban en su ciudad
natal: Murcia). Sin embargo, para completar esta conjunción de caras y
sensaciones opuestas que conforman su música y su biografía a lo largo de estos
casi veinte años de la banda en la carretera, tendríamos que acudir a uno de
los mayores éxitos de la banda escocesa Simple Minds —con Jim Kerr
a la cabeza—, y a una canción en concreto que lleva por título Once upon a time —Una vez en la vida—
igual que aquel álbum del año 1985, y que es sumamente premonitoria cuando la
letra de la misma expresa: «sólo Dios sabe, sólo Dios sabe/ Eso es el tiempo…/
Una vez en la vida», porque ese parece haber sido el último destino del grupo
murciano Second,
aprovechar su última oportunidad de cara a agarrarse a lo más alto del
escalafón musical español —donde por otra parte ya estaban por méritos propios—
quizá, porque estaban hartos de hacer honor a su propio nombre y necesitaban salir
de esa forma de confort donde las melodías de sus guitarras, a pesar de todo, a
algunos nos hacían sentir que aquello que nos transmitían era lo más parecido a
poder volar lejos, muy lejos, pues eran lo suficientemente líricas para que por
sí mismas consiguiéramos despegar los pies del suelos sin dejar de tenerlos
pegados a esa tierra que tanto nos da y nos quita. Ahora, en esta nueva versión
más exitosa del grupo, seguimos despegando los pies de ese suelo que tanto nos
atormenta a veces, pero sólo lo hacemos cuando saltamos siguiendo el ritmo
frenético de la mayoría de sus dos últimos discos (Montaña rusa y Viaje iniciático).
Sin duda, ese abandonar la zona de confort les ha dado sus frutos, pues gracias
a sus nuevas melodías han conseguido que su número de seguidores haya crecido
exponencialmente en no demasiado tiempo, igual que lo han hecho las altas
pulsaciones de sus canciones, y por ende, sus masivas presencias en todos los
festivales del mundo indie español en los dos últimos años, lo que se para su
fortuna, se ha traducido en la posibilidad de contar —después de tantos años—
con un buen equipo que respalda al completo toda su faceta artística, y con
ello, conseguir plasmar sobre el escenario un buen espectáculo de luz, imágenes
y sonido —sin duda a la altura que se merece el grupo—, tal y como comprobamos
en su cierre de gira en Madrid. Ese salir de la zona de confort también ha
traído otras notables diferencias en la banda, quizá, la más notable aparte de
la sonora, sea la actividad y complicidad de un Sean Frutos que ha abandonado su
errática presencia pegado al micrófono, para configurar en mucho momentos del
show figuras y perfiles sobre el fondo luminoso que les acompaña, que no hacen
sino dejar más imágenes en la retina y en la memoria de todos sus numerosos
seguidores. Ese era el único y último elemento que le faltaba al frontman del grupo murciano que, de por
sí, es junto a Pucho —el vocalista de Vetusta Morla— el mejor
vocalista del actual panorama pop español —con permiso del resucitado Raphael
para la música moderna, claro—. Y no sólo eso, porque a la hora de componer, en
ocasiones, es capaz de hacer letras tan memorables como la de El eterno aspirante (una canción que no
sonó en el setlist de su fin de gira),
y que algunos echamos en falta, pues por méritos propios es una de las mejores
letras del pop español del siglo XXI.
Más
allá de las huellas que el paso del tiempo deja en nuestras vidas y nuestros recuerdos,
el show que configura este Viaje iniciático es una nueva demostración del buen
hacer de cada uno de los componentes del grupo: Sean Frutos, Fran Guirao, Jorge
Guirao, Javi Vox y Nando Robles, pues lo que nos queda claro después de verlos
una vez más sobre el escenario es su profesionalidad a prueba de miles de
kilómetros —el día anterior habían tocado en Sevilla—; una profesionalidad que
se plasma en las buenas versiones que hacen de las canciones más antiguas y de
las que no lo son tanto, como demostraron a la hora de ejecutar el setlist
elegido para este fin de gira donde los temas escogidos iban en sintonía con
esa nueva fuerza que Second le quiere dar a su música; una concepción musical
que deambula entre el brit pop y la música electrónica de alto voltaje. Todo
comenzó como si fuera la Primera vez, o como si necesitaran dar un último grito:
Atrévete y un salto al vacío: hacia un Pueblo submarino desde el que no les
importó partir desde un Nivel inexperto, ni tampoco se amilanaron al comprobar
que: Nos miran mal. Cacofonías o juegos de palabras que se fueron alternando
con algunos de sus temas fetiche: Rodamos —que interpretaron junto a Full, que
ya antes habían dado buena muestra de su intenso y poético pop sin límites ni
cortapisas teñido de grandes metáforas—, Más suerte, o una impecable y mágica
versión de N.A.D.A que nos recordó a los mejores Second de siempre, aunque el
grueso del setlist estuvo compuesto por temas de sus dos últimos álbumes, con canciones
futuristas como 2502 o Las serpientes que marcan el cambio de rumbo musical del
grupo, que aún tuvo tiempo de ajustar cuentas con el pasado cuando ejecutaron La
distancia no es velocidad por tiempo —una de las más coreadas de la noche—,
porque ese es uno de los grandes méritos de Los Cinco de Murcia, contar con un
gran número de fieles seguidores (hicieron sold out en Madrid) que conocen y
disfrutan cada una de sus canciones como si fuera la última, y que en este
sentido, su máxima expresión son: Ana Sabikilla que, junto a José A. Gamiz,
hacen una labor impagable en las redes sociales al grupo y a sus seguidores.
Sin embargo, todo se acaba en esta vida, o eso nos dicen, pues
incluso los cuentos de hadas tienen un final y el concierto de Second
también, y
lo hizo con los acordes de su himno por excelencia: Rincón exquisito, que convirtió a la Sala Ocho y Medio en un karaoke universal con lluvia de papeles
incluida, en la que los que estaban encima del escenario y los que los veían
desde fuera de él, compartieron una misma ilusión durante una larga hora y
media: la música, quizá, porque «sólo Dios sabe, sólo Dios sabe/ Eso es el
tiempo…/ Una vez en la vida»; una vida en la que «Érase una vez un… grupo». Un
grupo llamado Second.
Ángel Silvelo Gabriel.
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