El amor, en sus diferentes
vertientes, es un bien escaso en la sociedad actual. Una sociedad que se
caracteriza por intentar ganar tiempo al tiempo, pero que sin embargo no sabe
cómo utilizar esa ínfima ganancia que muchas veces está llena de prejuicios,
reproches o remordimientos. Como dice Eric Fromm en su ensayo El
arte de amar: «Los valores humanos están
determinados por los valores económicos […] El hombre moderno piensa que pierde
algo -tiempo- cuando no actúa con rapidez; sin embargo, no sabe qué hacer con
el tiempo que gana -salvo matarlo-.»
En
la novela de Ángel Silvelo esa falta de tiempo es a la que se enfrentan
Inés, Ana y Esther, tres hijas de una madre que se denomina a sí misma como La
hija del olvido. En los días que preceden a la celebración de la Navidad,
las cuatro darán rienda suelta a sus miedos e inquietudes. Y, harán frente a
esas incertidumbres que las atenazan, y a un sinfín de preguntas para las que
no tienen respuesta. En esa indefinición del tiempo y los afectos, sus diferentes
soledades se llenarán de ecos y resonancias. Para la madre, ese runrún procede
de los libros de poesía que le regalan sus hijas y, que han encontrado su
máxima expresión, en los duros poemas de la poeta rusa Marina Tsvietáieva.
Y, para sus hijas, se hallarán en las particulares aristas que gobiernan sus
vidas, donde el trabajo y las relaciones de pareja nunca llegan a ser lo que
ellas habían soñado. Como dice Inés, la hija mayor, al final de esta novela
corta: «Sólo somos conscientes del verdadero significado del amor cuando el
corazón se nos encoge delante de nuestros recuerdos, sobre todo, en ese
instante donde la soledad se difuma tras el horizonte en el que indagamos la
posibilidad de que el tiempo nos devuelva aquello que añoramos.»
Adoptando el
título del ensayo homónimo de Eric Fromm, El arte de amar, el escritor español Ángel Silvelo
realiza una expiación sobre las relaciones humanas. En este caso, sobre las
relaciones entre madres e hijas, y sobre las diferentes formas de interpretar
tanto el amor fraterno como el conyugal al que cada una de ellas se debe
enfrentar. En ese ámbito de tierras movedizas es donde la esencia del amor es
capaz de cambiarlo todo, aunque lo más difícil quizá sea abstraerse de la
soledad que conlleva su fracaso. Como dice el propio Fromm: «Quien salva una sola vida, es como si
hubiese salvado a todo el mundo, quien destruye una sola vida, es como si
hubiese destruido a todo el mundo.»
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