Recuperar los recuerdos como si
fueran objetos que dejamos olvidados en un espacio que ya nos es ajeno.
Descuidos que, sin embargo, son la mejor manifestación de esa libertad que
tanto miedo nos produce a la hora de desprendernos de aquello que nos hace
daño, nos duele o nos resulta ajeno, porque la proyección de nuestros actos en
muchas ocasiones no deja de ser una manifestación de lo que no queremos ser.
Atrapar esas sensaciones y vivencias tiempo después, es como rescatar a un
náufrago moribundo de una pequeña isla perdida del mundo. Entonces, es cuando
los recuerdos se convierten en esas islas que, por fin, nos atrevemos a
revisitar para de esa forma recuperar a nuestros huérfanos instantes de vida
olvidados por el paso del tiempo y esa intrínseca búsqueda de nuevas emociones
con las que pretendemos seguir manteniéndonos vivos. Sin embargo, al volver a
ellos es cuando las brumas del pasado se tornan falsos espejismos de uno mismo.
Sergi Pàmies, una vez más, en esta última recopilación de relatos
titulada, El arte de llevar gabardina, inicia ese retorno a las
vivencias que como una gabardina olvidada en el armario, regresan a nuestras
vidas cada vez que lo ordenamos, o queremos pasar página de todo aquello que ya
no nos consuela. El consuelo y la misericordia, como dice el propio autor en
uno de los relatos, yacen en un pasado que hoy en día parece no tener razón de
ser. No obstante, con la destreza que le caracteriza a la hora de diseccionar
los pequeños detalles, Pàmies nos lleva a esos territorios que ya
nadie quiere visitar, y lo hace para demostrarnos la importancia de esas brumas
del pasado que visita a la hora de ficcionar la realidad —la suya propia en
realidad— y convertirla en micro historias con las que poder llenar los
bolsillos de esa gabardina que se torna en el álter ego de la vida, la de Pàmies
y la nuestra, pues todos somo el resultado de esas pequeñas piezas de
realidad que de vez en cuando se nos presentan de repente y sin avisar para
recordarnos lo que fuimos y en lo que nos hemos convertido. En este sentido, la
destreza del escritor catalán se muestra más incisiva y mordaz cuando nos
relata esos pequeños espacios donde la anécdota encaja a la perfección con la
sorpresa y esa historia encubierta que sale al final de la misma, y que todo
buen relato debe tener. Es ahí, cuando se aleja de los relatos de sus padres y
sus ajustes de cuentas más familiares, cuando el arte del autor de La
bicicleta estática o Si te comes un limón sin hacer muecas
se muestra más necesario y pulcro con el arte narrativo, pues le dota de esa
sintonía apenas perceptible y equilibrada existente entre realidad y ficción, y
que tan bien maneja este autor nacido en París durante el exilio de sus padres.
La naturaleza de los relatos de El
arte de llevar gabardina es la propia, aquella que nadie conoce mejor
que uno mismo. Sin embargo, es a partir de ahí desde donde lo particular se
convierte en universal, y ocupa el gran hueco que los seres humanos dejamos
libre para rellenarlo con nuestros recuerdos. Como dice Vila-Matas
de El arte de llevar gabardina: «Libro tristísimo, pero escrito
con una felicidad monumental… Cuanto más brutalmente autobiográfico se muestra
Pàmies, más ficción es lo que leemos». Y de este inicial contrasentido Pàmies
aborda la actualidad política del pasado, o los atentados del 11-S, con una
percepción íntima y cercana al terror que nos causan las grandes afrentas ante
las que el ser humano sólo se muestra débil y cobarde. El arte de llevar
gabardina es un libro de desasosiegos diarios que se nos presentan a
destiempo, y que son el contrapunto de esos otros sueños que nunca se cumplen y
que nos pasamos toda la vida persiguiendo, como si en esa balanza en la que
siempre gana el fracaso, sólo existiera la posibilidad de desprenderse de los
errores del pasado; única opción a nuestro alcance para llegar a nivelarla pues
no existe la posibilidad de hacerlo con los aciertos del presente o del más
próximo futuro, quizá, porque los recuerdos a la hora de hacerlos nuestros de
nuevo, poseen la opción de poder modelarlos a nuestro antojo, porque como dice Patrick
Modiano: «Los recuerdos son sólo la realidad fragmentada y desordenada
de nuestras vidas». Vidas que se abalanzan sobre las brumas del pasado que se
tornan falsos espejismos de uno mismo.
Ángel
Silvelo Gabriel.
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