La emoción expresada con la
frialdad que nos marcan los recuerdos. Recuerdos que, como cortinas
traslúcidas, solo nos dejan apreciar siluetas difuminadas por el tiempo.
Siluetas que debemos reinterpretar con la memoria. Una memoria siempre
selectiva y caprichosa; una memoria que tiende a reafirmar aquello en lo que
creemos y que nos ayuda a separar de una forma definitiva la realidad de la
ficción. En este sentido, no es de extrañar que el propio Barnes
nos diga que: «La memoria es la identidad; al hacernos mayores la memoria se
degrada y la que queda se hace más maleable y eso me preocupa como escritor; y
es peor con los recuerdos preferidos e importantes: cuanto más hemos hablado de
ellos menos confiables son en la medida de que los vamos modificando
imperceptiblemente; la memoria, me temo, tiene que ver más con la imaginación
que con la observación». Imaginación y observación que deambulan de una forma
magistral entre la primera, la segunda y la tercera personas a lo largo de la
novela, lo que le permite al narrador situar al lector en diferentes planos de
realidad, cercanos unos y más distantes otros. Un efecto que nos deja comprobar
la tensión del recuerdo descarnado del desamor desde diferentes perspectivas,
eso sí, todas ellas frías y distantes como un relato de Chéjov.
Ahí es donde Barnes abre una senda de exploración para el lector,
pues éste se mostrará más cercano o distanciado de la fervorosa inocencia y el alejamiento
de la realidad de sus dos protagonistas: el joven Paul de 19 años, y la
mujer madura Susan Mclead de 48 años. Todo ello, bajo el impacto y el
reflejo social de una Inglaterra de los años sesenta que se aproxima al punk y
a la ruptura sin límites con la vetusta sociedad victoriana.
Con todo, lo que más sorprende de
esta novela titulada, La única historia, es ese deje de aparente
distancia de su protagonista con la historia de amor que le dejó marcado para
siempre, tanto a la hora de narrar el inicio de su idilio, como en la parte
posterior de alcohol y derrumbe que se instala dentro de ella. A medida que
avanza la novela, la crudeza del pasado es como un caballo de tortura sincopado
que se perpetúa entre la cruda cotidianeidad de Susan y ese último
recuerdo que para Paul supuso su amor. Ahí es donde escarbar en los
límites de los recuerdos nos lleva a visitar ese solar vacío que nos enfrenta
con el fracaso; un fracaso al que Julian Barnes despoja de toda
falsedad o intrépido alumbramiento de fantasías que nunca existieron. Esa
pulcritud en su prosa con la que nos presenta La única historia
es un perfecto ajuste estilístico narrativo entre realidad y ficción, pues nos
deposita más allá del sentimentalismo teñido de falsete. La firmeza y la verdad
de esta historia se sostienen en su crudeza y verosimilitud, sin por ello,
dejar de lado al amor y sus múltiples manifestaciones y consecuencias, porque Barnes
nos presenta la ambivalencia y la doble cara que el amor abate sobre cada
persona y, lo hace, «bajo la creencia que existe una autenticidad distinta de
la memoria, y que no es inferior». Una autenticidad el universo descarnado del
amor desde la lejana distancia de los recuerdos.
La única historia es
ese juego perfecto y tenaz sobre aquellas experiencias que nos marcan para siempre,
más si éstas se producen en la juventud, porque la vida y, sobre todo, el amor,
no entienden de esos espacios intermedios en los que en apariencia no ocurre
nada, porque tal y como nos dice el propio autor: «la función del escritor hoy
en día es describir con la mayor verdad posible, y con belleza, para tener el
mayor impacto», aunque este sea el de describir el descarnado recuerdo del
amor.
Ángel Silvelo Gabriel.
1 comentario:
A mí me ha gustado. Me parece que tiene una construcción impecable. Que maneja el ingenio en la trama y nos lleva al huerto. Estoy casi de acuerdo con esa cita que manejas sobre que la memoria tiene que ver más con la imaginación que con la observación. A medida que pasa el tiempo aquello que observamos en su día se ha ido diluyendo -poco o mucho, depende- y más si hablamos de recuerdos de infancia, en que las medidas espacial y temporal son tan diferentes.Pero siempre hay claves que se han quedado dentro de nosotros -gestos, flashes, órdenes, caricias- y que no son en ´sí objeto de observación, pues son elementos sensoriales que a veces hablan con más claridad de lo vivido que aquello que creímos observar y comprender.
Es cierto que es una historia de amor a la contra. En el polo opuesto de lo más ordinario. Que un joven se enamore de una mujer mucho mayor que él y, sobre todo, que mantenga el amor durante tantos años, incluso cuando ella está inmersa en la vorágine de su decadencia, no parece lo habitual, pero eso es lo que hace más atractiva a la novela. Que Barnes construya una ficción al otro lado de la norma o lo ordinario, que nos haga vivir una experiencia tan sorprendente, inventándose los pensamientos del joven, desarrollándolos con una cadencia enriquecida por su manera narrativa, es de agradecer.
Bueno, disculpa mi injerencia, pero me apetecía comentar el tema, al hilo de que no ha mucho que he leído La única historia. Muchas gracias.
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