Con la excusa que hace ya casi medio siglo que el escritor francés Julien Gracq (1910-2007) publicó el panfleto La literatura como bluff en la revista Empedoclé que dirigía Albert Camus, en donde ya se enfrentaba a las miserias de la literatura, y dado que además, la editorial española Nortesur lo lanza por primera vez en España, en El Cultural (suplemento cultural del diario El Mundo) de la mano de Ignacio Echevarría, se nos invita a reflexionar sobre el estado actual de la literatura. Afirmaciones tan contundentes efectuadas por Gracq como "la literatura lleva unos cuantos años siendo víctima de una gigantesca maniobra de intimidación por parte de lo no literario, y de lo no literario más agresivo" son totalmente vigentes en la actualidad, y en la que se pone manifiesto, que el público que no lee ejerce cada día más presión sobre el público lector. Así, en palabras del propio Ignacio Echevarría "el caso es que la presión de ese público que no lee ha terminado por promover toda una literatura orientada a congraciarse con él, aun al precio de disolver lo literario en una gama cada vez más amplia y variada de sucedáneos".
En este sentido, yo añado que como dice Manuel Borrás en este pequeño reportaje, no hay nada más desolador que enfentarse a un libro con una banda que nos anuncia la cantidad de ejemplares que se han vendido del mismo, sin explicitarnos unas palabras acerca de su historia. Es bien sabido que quizá el libro más vendido y menos leído del año en España sea el Premio Planeta de turno, donde nos sirve de ejemplo para conceptualizar a la literatura como algo más allá de lo que es el propio libro, ya que ese objeto inanimado, se convierte en un regalo que va a parar como simple embellecedor de librerias cargadas de polvo.
Empleando el dicho popular de llevar el ascua a mi sardina, aprovecho como ejemplo para reflejar el momento de falta de identidad del mundo literario actual, relatando en primera persona la experiencia que en estos años he vivido respecto de mi segunda novela corta, y de la que me gustaría expresar dos cosas. La primera, que no hay nada más desolador que entrar en el metro cada mañana y tropezarte una y otra vez con los libros del escritor escandinavo que gusta hasta Zapatero (mal andamos) y del que yo ni siquiera sabría escribir correctamente el nombre, pues su literatura me es familiar por las portadas de sus libros, y no por lo que hay dentro de ellas. Y digo ésto, y abordo con ello mi segundo argumento, porque el criterio tan dispar con el que las personas que en teoría entienden o se dedican a la literatura han recibido a mi segunda novela corta que lleva por título Estaciones y que ya ha recorrido ni sabe los concursos literarios (está claro que algo falla), es que la misma en el año 2006 estuvo a punto de ser publicada en una editorial asturiana, y de la recibí, por parte de la persona que formaba parte del comité de lectura los mayores elogios que he recibido por algo que yo haya escrito; y en contraposición a ello, recientemente en uno de los concursos que no gané, fui a recoger los ejemplares que había enviado, y cual es mi sorpresa cuando en uno de los ejemplares todavía estaba la ficha de la persona que la había leído (seguro que lee lo mismo que el Presidente del Gobierno español), y a la que por supuesto no gustó la historia que allí se contaba (algo totalmente lícito), pero lo que no deja de ser paradójico es el análisis que dicha persona hizo de la misma, donde parece ser que su indigencia intelectual no supo apreciar lo que significa el concepto del paso del tiempo, o la idea que la búsqueda o el desierto tienen en el ámbito de la literatura, por no hablar de las múltiples referencias literarias, musicales o cinematográficas que la misma contiene y que parece que tampoco entendió...
Pero para finalizar, debo decir que cuando uno cree que ya está todo perdido y que autores como Capote, Camus, Fitzgerald o Zweig son cosa del pasado, cae en tus manos un libro, o en mi caso un relato corto, donde la historia que se cuenta, el aliento con el que se hace, su ritmo, las metáforas que se emplean, y en definitiva, el domino del lenguaje que se aprecia, te hacen ver que otro tipo de literatura sí es posible, y que el verdadero camino de la excelencia a la hora de escribir está ahí, como en cualquier otro oficio. De ahí, que desde aquí, dé mi más sincera enhorabuena a Vicente Pérez Masedo por su reciente Premio Villa de Montánchez con el relato titulado Los círculos de la noche, como ejemplo de lo que es una pequeña obra maestra del género, en donde desde el título, es un juego lleno de grandes intenciones.
En este sentido, yo añado que como dice Manuel Borrás en este pequeño reportaje, no hay nada más desolador que enfentarse a un libro con una banda que nos anuncia la cantidad de ejemplares que se han vendido del mismo, sin explicitarnos unas palabras acerca de su historia. Es bien sabido que quizá el libro más vendido y menos leído del año en España sea el Premio Planeta de turno, donde nos sirve de ejemplo para conceptualizar a la literatura como algo más allá de lo que es el propio libro, ya que ese objeto inanimado, se convierte en un regalo que va a parar como simple embellecedor de librerias cargadas de polvo.
Empleando el dicho popular de llevar el ascua a mi sardina, aprovecho como ejemplo para reflejar el momento de falta de identidad del mundo literario actual, relatando en primera persona la experiencia que en estos años he vivido respecto de mi segunda novela corta, y de la que me gustaría expresar dos cosas. La primera, que no hay nada más desolador que entrar en el metro cada mañana y tropezarte una y otra vez con los libros del escritor escandinavo que gusta hasta Zapatero (mal andamos) y del que yo ni siquiera sabría escribir correctamente el nombre, pues su literatura me es familiar por las portadas de sus libros, y no por lo que hay dentro de ellas. Y digo ésto, y abordo con ello mi segundo argumento, porque el criterio tan dispar con el que las personas que en teoría entienden o se dedican a la literatura han recibido a mi segunda novela corta que lleva por título Estaciones y que ya ha recorrido ni sabe los concursos literarios (está claro que algo falla), es que la misma en el año 2006 estuvo a punto de ser publicada en una editorial asturiana, y de la recibí, por parte de la persona que formaba parte del comité de lectura los mayores elogios que he recibido por algo que yo haya escrito; y en contraposición a ello, recientemente en uno de los concursos que no gané, fui a recoger los ejemplares que había enviado, y cual es mi sorpresa cuando en uno de los ejemplares todavía estaba la ficha de la persona que la había leído (seguro que lee lo mismo que el Presidente del Gobierno español), y a la que por supuesto no gustó la historia que allí se contaba (algo totalmente lícito), pero lo que no deja de ser paradójico es el análisis que dicha persona hizo de la misma, donde parece ser que su indigencia intelectual no supo apreciar lo que significa el concepto del paso del tiempo, o la idea que la búsqueda o el desierto tienen en el ámbito de la literatura, por no hablar de las múltiples referencias literarias, musicales o cinematográficas que la misma contiene y que parece que tampoco entendió...
Pero para finalizar, debo decir que cuando uno cree que ya está todo perdido y que autores como Capote, Camus, Fitzgerald o Zweig son cosa del pasado, cae en tus manos un libro, o en mi caso un relato corto, donde la historia que se cuenta, el aliento con el que se hace, su ritmo, las metáforas que se emplean, y en definitiva, el domino del lenguaje que se aprecia, te hacen ver que otro tipo de literatura sí es posible, y que el verdadero camino de la excelencia a la hora de escribir está ahí, como en cualquier otro oficio. De ahí, que desde aquí, dé mi más sincera enhorabuena a Vicente Pérez Masedo por su reciente Premio Villa de Montánchez con el relato titulado Los círculos de la noche, como ejemplo de lo que es una pequeña obra maestra del género, en donde desde el título, es un juego lleno de grandes intenciones.
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