Cada vez que entro en el localizador que tengo colgado en el blog para ver qué es lo que más os interesa, mi mayor sorpresa es comprobar que este microrrelato es uno de los post más seguidos, y que como ya dije en su primera entrada, nació después de terminar de escribir mi segunda novela que lleva por título Estaciones, y cuya secuela final es el famoso microrrelato El final de los relatos en invierno (que también se encuentra colgado en el blog), lo que me lleva a jugar a imaginar qué es lo que os lleva a buscar el otoño (imágenes, sensaciones, recuerdos...). Pues eso, que me hago partícipe de todas ellas, y mi imaginación intenta ubicarse allí desde donde buscáis las referencias del otoño (España, Europa, Sudamérica, Norteamérica, Asia...), y las secuelas de la sabiduría de los reflejos dorados que esta estación lleva impregnadas en sí misma. De ahí, que me permita la libertad de volver a colgarlo y dejarlo en primera fila unos días para que os sea más fácil leerlo, precisamente en otoño, que al menos aquí en Madrid (España), está siendo muy templado y cargado de imágenes con flores en el suelo y cosas así.
LOS RELATOS EN OTOÑO
Los relatos en otoño se encuentran atrapados por los recuerdos del verano. Intentan poseer los últimos atardeceres plenos de luz y los felices momentos que engendran. Si nos parásemos a mirarlos, veríamos que se asemejan a las hojas que yacen en el suelo y que desprenden reflejos dorados cuando la última luz de la tarde trata de iluminarlas. No nos damos cuenta, pero sus destellos están llenos de sabiduría.
Los relatos en otoño buscan certezas en las que ampararse, y así, sentirse seguros ante la próxima ausencia de vida. Lo malo de encontrar es que hay que seguir buscando. Ellos lo saben muy bien, y por eso anidan en nuestros recuerdos y se nos acercan cuando creemos que ya no nos pertenecen. Vienen, se detienen y se van, dejándonos huérfanos de pasión.
Los relatos en otoño engendran encuentros huidizos y contactos aletargados. Dentro de ellos, nuestros deseos apenas se entrecruzan y huyen en busca de algo más verdadero y consistente. Sin embargo, no caen en el desaliento y siguen buscándonos. Se empeñan en apoderarse de nuestro recuerdo más íntimo, le acunan para que no se sienta solo y perdido; son tan generosos que le nutren de esperanza.
Los relatos en otoño expresan deseos que se harán realidad. Aletean sobre nuestras vidas de una forma caprichosa; son como una espiral en el camino que siempre terminan en un invierno frío, autoritario y desolador.
(Microrrelato Los Relatos en Otoño, de Ángel Silvelo).
Los relatos en otoño se encuentran atrapados por los recuerdos del verano. Intentan poseer los últimos atardeceres plenos de luz y los felices momentos que engendran. Si nos parásemos a mirarlos, veríamos que se asemejan a las hojas que yacen en el suelo y que desprenden reflejos dorados cuando la última luz de la tarde trata de iluminarlas. No nos damos cuenta, pero sus destellos están llenos de sabiduría.
Los relatos en otoño buscan certezas en las que ampararse, y así, sentirse seguros ante la próxima ausencia de vida. Lo malo de encontrar es que hay que seguir buscando. Ellos lo saben muy bien, y por eso anidan en nuestros recuerdos y se nos acercan cuando creemos que ya no nos pertenecen. Vienen, se detienen y se van, dejándonos huérfanos de pasión.
Los relatos en otoño engendran encuentros huidizos y contactos aletargados. Dentro de ellos, nuestros deseos apenas se entrecruzan y huyen en busca de algo más verdadero y consistente. Sin embargo, no caen en el desaliento y siguen buscándonos. Se empeñan en apoderarse de nuestro recuerdo más íntimo, le acunan para que no se sienta solo y perdido; son tan generosos que le nutren de esperanza.
Los relatos en otoño expresan deseos que se harán realidad. Aletean sobre nuestras vidas de una forma caprichosa; son como una espiral en el camino que siempre terminan en un invierno frío, autoritario y desolador.
(Microrrelato Los Relatos en Otoño, de Ángel Silvelo).
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