Los idus de marzo, ahonda más si cabe, en la delgada línea roja de las tentaciones que acechan al ser humano. Éste, para evitar caer en ellas, se dotó en su día de la religión y las buenas intenciones, y más tarde, cuando tuvo conciencia de grupo, las socializó a través de la política. Esa bondad de la que parte cualquier candidato a un puesto de la res pública, le hace aparecer ante la opinión pública con un aro beatífico encima de su cabeza, o con una sonrisa nívea que emite inmaculados destellos con los que se nos nubla la vista. Pero la realidad, el paso del tiempo, la vida, y sobre todo los desengaños, nos hacen percibir la realidad, cada día más, de una forma muy distinta a como nuestros políticos nos la pintan. En este sentido, los hechos se muestran tozudos contra las meras intenciones, y todo se resume a un final muy distinto a aquel que nos habían contado en los cuentos de hadas cuando éramos pequeños. Esa pérdida de la inocencia, es en la que incide George Clooney (a la postre, director, guionista y actor del proyecto) en este nuevo bofetón contra la clase política, donde quizá uno de sus mayores aciertos, sea tratar el manido tema de la corrupción en la esfera del poder dentro de un mismo partido, pues de este modo, aparte de esquivar el maniqueísmo electivo representado por los binomios derechas-izquierdas, demócratas-republicanos, no hace sino fijarse directamente en la condición humana por encima de los ideales y del color de la piel de los candidatos.
Las perversiones de Los idus de marzo se alían con la oscuridad de la noche como cómplice del poder y de las más bajas pasiones, pues sus protagonistas, candidatos o simples becarios, se resguardan bajo la funda inmensa e infinita de la noche para dar rienda suelta a sus pasiones lejos del trabajo, y por ende de la política. Alejados de los principios que pregonan por el día, la noche se nos muestra como el verdadero y auténtico espacio de libertad, pero no de una libertad cualquiera, sino la propia, aquella que de una forma más fácil que complicada deviene en libertinaje (en cuanto invade el espacio ajeno) cuando no en liberticida si va acompañado de muertes no deseadas. En ese difícil juego de fronteras sin límites es donde caen los protagonistas del film, que como peces en redes gigantescas, tratan de saltarlas sin saber que no pueden lograrlo, porque están y pertenecen a la propia malla que los aísla. Aquí George Clooney se sirve del pronunciado mentón de Ryan Gosling para mostrarnos ese cambio que nos lleva desde los ideales más puros a las venganzas más espúreas, pero no por ello exentas de grandes dosis de inteligencia; y a modo de thriller, nos va desgranando la trama de esta película, donde nada es lo que parece sino al final, cuando los actores pierden sus caretas y a rostro limpio se muestran tal cual son, es decir, simples seres humanos que son víctimas de su propias tentaciones.
Esa actitud beatífica que se nos pone cada vez que estamos delante de un personaje relevante, dotándole de virtudes que nunca tiene, está perfectamente retratada en el film, pues todo su desarrollo contribuye a derribar ese falso mito, porque nuestros políticos y aquellos que les rodean, tienen mucho de eso; una falsedad mitológica que es directamente proporcional a la cara de tonto que se nos queda cada vez que se les desmonta la adornada cartelería de chicos bien. En definitiva, nada nuevo bajo el sol, salvo que Clooney esta vez se ha aliado con la oscuridad de la noche como cómplice del poder.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.
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